El problema no son (solo) las bandas narcos. Es más complejo, quizás duela más admitirlo, pero Rosario es una ciudad rota de violencia. Acá, en la sala 5 del Centro de Justicia Penal, al fondo están los familiares de Maximiliano Lucero, el joven de 32 años asesinado de un balazo en la frente el miércoles pasado en Nuevo Alberdi. Adelante a la izquierda, sentada junto a su abogado defensor, Antonela Ortiz, la mujer policía acusada del crimen. Más que crimen, ejecución: un tiro certero entre los ojos del empleado de una hamburguesería.

El fiscal Gastón Ávila es concreto, breve, no agrega frases ni adjetivos a la descripción de lo que ocurrió antes y después de ese momento. Maximiliano le reclamaba algo a Damián Solís, el Pelado, la pareja de la agente que presta funciones en la comisaría 12° de Ludueña pero que estaba de licencia médica hacía un mes.

El joven padre de dos chicos iba y venía en la calle, frente a la puerta de Matheu 3411. Le gritó al Pelado por una deuda (testigos dicen que por una garrafa, otros por un neumático; la familia lo niega). El otro salió y le dijo que se fuera, Maximiliano tiró una piedra contra la puerta, no hirió a nadie y desde adentro recibió un disparo que lo dejó tendido y lo mató horas después.

La familia no puede hablar mientras el fiscal revela detalles asombrosos: la mujer policía declaró en un primer momento que había sido el marido el autor del homicidio. Cuenta que cuando ingresaron a la casa estaban preparando las valijas para huir. Describe el recorrido de la bala en la cabeza. La madre de la víctima se lamenta en las sillas, la pareja del caído solloza; un hermano y una hermana soportan como pueden.

Pero no aparece en esta audiencia judicial una guerra narco, ni soldaditos, ni las balaceras que la ciudad se acostumbró a oír, como una sirena que ya no genera alerta. Un único y frío disparo que le arrebató la vida a Maxi, el pibe que era divertido en la escuela, buen compañero, el rey de la comparsa del barrio Churrasco, el que le decía a su familia “no te metás” o “ya fueee”, así alargando la e, y que en la discusión con el Pelado, a quien conocía del barrio y con quien compartía noches de whiscola, cayó con un número. El homicidio 204 del año más violento en la ciudad más violenta.

¿Cómo se cuenta la sociedad así misma un crimen así? En el relato del fiscal Ávila asomó algo más que la mecánica de un asesinato.

El engaño y la fuga

 

–Salí Pelado, pagá lo que debés.

La primera respuesta a los gritos de Maximiliano fue una ventana que se abrió en la casa de la mujer policía y su marido. Después el hombre salió a la puerta.

–Tomatela, no sabés con quién te metiste.

La reacción amenazante fue de Damián Solís. No importa tanto lo que dijo para la causa sino cómo lo dijo. Estaba con los brazos extendidos, apoyado con una mano en la puerta entreabierta y con otra en el marco. A ambos los separaba un pequeño patio delantero. Cuando el otro joven en lugar de irse arrojó una piedra, lo que se asomó fue una tercera mano que apoyó la pistola Taurus por encima de un brazo de Solís y abrió fuego. Toda la secuencia la pudo ver una vecina de enfrente, la “testigo estrella”, asegura ahora el fiscal en la audiencia.

Maximiliano cayó en la calle porque nunca atravesó ese ingreso de la casa. Vestido con su ropa de trabajo, quedó tendido solo. La puerta se cerró. Fueron los vecinos quienes llamaron al 911 y avisaron a la familia.

Antonela Ortiz no asistió a la víctima, ni notificó de lo ocurrido. Incluso cuando llegó el fiscal afirmó que la víctima los había amenazado con un arma y que su esposo tomó su pistola reglamentaria y gatilló.

–Actuaba en forma hostil y estaba acusando a mi marido de robo –declaró.

Quizás para no perder su trabajo o por considerar que podría agravar su caso (algo que no ocurrió porque no estaba en funciones), lo cierto es que eso le dijo al fiscal y entonces fue el marido quien salió esposado del lugar y no ella.

El testimonio de los testigos y las pruebas recolectadas demostraron que mintió. El arma reglamentaria de la Policía provincial tenía aún 16 municiones con la inscripción FLB (por la fábrica Fray Luis Beltrán), solo faltaba una, que coincidía con la vaina encontrada. La postura del hombre apoyado a la puerta y la precisión del único tiro coinciden con esa hipótesis. No hubo balacera.

Así lo entiende el juez Hernán Postma, quien decreta “la prisión preventiva por el plazo de la ley” (que son dos años o hasta que se realice el juicio). El magistrado también concede que hay riesgo concreto de fuga. Cuando la policía y el fiscal abrieron la puerta encontraron tres valijas con ropa, computadora y billeteras. “Se estaban preparando para escaparse”, describió el fiscal hace un rato.

Postma suma que “en el barrio todo el mundo es conocido” y ella puede obstaculizar la investigación. Seguirá presa por “homicidio agravado por uso de arma de fuego”.

“La perdono como madre pero que me diga por qué”

 

Antes de la resolución del juez, la defensa solo dijo que fue “una tragedia” y marcó el absurdo de que todo se desató “por una discusión”. El abogado remarcó que la mujer policía no tiene antecedentes y que es madre de dos chicos. Intentó sin éxito plantear que el piedrazo puso en riesgo sus vidas (hubo exclamaciones cuando señaló que en el Estado de Israel dan penas de hasta 20 años por hechos de ese tipo) y pidió la libertad de Ortiz.

–No –dijo en ese momento Luisa, la mamá de Maximiliano, como una puñalada.

El magistrado aceptó que ella hablara antes de comunicar su decisión. Luisa salió del fondo y se sentó al lado del fiscal con una foto de su hijo asesinado. No sabía si iba a poder hablar porque venía de enterrarlo en Ibarlucea pero dio un discurso sereno y potente. Le habló de “mamá a mamá” a la mujer policía, que seguía quieta y callada del otro lado, con su pelo lacio recogido con una colita.

–Ella pide la libertad porque tiene hijos chicos pero yo le pido que me responda por qué ejecutó a mi hijo. No era narcotraficante ni soldadito. Acá está en esta foto con su ropa de trabajo. La perdono porque es madre. No le tengo rencor. Pero quiero la pena máxima. Ella es policía y tendría que haber cuidado a mi hijo. Incurrió en todos los errores. Porque somos villeros, negros de mierda, en lugar romperle la rodilla, no, lo ejecutó. Lo ejecutó, lo ejecutó; eso es gatillo fácil.

“Diplomadas en dolor”

 

Después de los 45 minutos de audiencia, afuera del palacio judicial, mirando a calle Sarmiento, Luisa le habla a las personas que se juntaron para acompañar a la familia: vecinos de Nuevo Alberdi, integrantes de la Multisectorial contra la Violencia Institucional, concejales de Ciudad Futura, Pedro Salinas, Luz Ferradas y Jesica Pellegrini, y la diputada provincial Dámaris Pacchiotti, entre otros.

Todos comprenden la gravedad que implica el accionar de la agente de la comisaría 12°, armada por el Estado para defender a sus ciudadanos. La mamá de la víctima reitera ante ellos la discriminación que padecen "los villeros" de los barrios profundos de Rosario, donde la muerte se siente más cerca que en el centro.

–Nos matan por negros, por pobres, pero tenemos valores, sabemos del dolor, somos diplomadas. Todos los días nos están matando pibes.

Se le acerca Alejandra, una vecina que la conoce de toda la vida. Luisa le agradece por estar. Se abrazan y lloran.

–¡Maxi presente!

El rito repetido de gritar y aplaudir por los ausentes. Invocarlos, recordarlos.

Luisa cuenta que no tenía pensado decir que perdonaba a Ortiz pero que se lo prometió a Maxi en la tumba a la mañana. “Yo soy dura para perdonar pero Maxi era así, me hubiese dicho «ya está, ya fueee» y lo dije en la audiencia porque me salió de lo más profundo del alma”, cuenta a Rosario3.

Cocaína y macumbas

 

Además de las tres valijas para una fuga, hay algo más que vieron los investigadores en la casa de Matheu y que no forma parte de la acusación pública. Un altar con velas en un sector oscuro de la vivienda, que sustenta la afirmación de Luisa ante los medios sobre la realización de “ritos y macumbas” por parte de la pareja.

Los test de narcolemia realizados dieron que Solís había consumido cocaína pero no la mujer policía. Según testigos y la familia de la víctima, la pareja tenía problemas de violencia y el hombre, de consumo de drogas en una zona donde puntos de venta no faltan.

Algo de todo ese universo complejo y denso estalló el miércoles al mediodía cuando Antonela Ortiz ejecutó a Maximiliano Lucero. Apenas un fragmento perdido del tejido social dañado. La metáfora vale: cuando el hilo se corta, la urdimbre y la trama se abren y generan huecos. Espacios oscuros que nadie parece ver hasta que irrumpen en escena, por un día o dos.

En Nuevo Alberdi, a pocas cuadras de Matheu y Caracas, hubo una balacera que dejó a un joven herido el martes a la noche. Entre ambos hechos, murió otro pibe que había sido baleado el domingo anterior, por calle Suárez, a la vuelta de donde funciona la escuela de gestión social Ética (a dónde asiste uno de los dos hijos que dejó Maxi Lucero).

No parece haber un vínculo claro entre los tres episodios pero desde la Ética advirtieron a Rosario3 sobre el drama del consumo, de la violencia intramuros y de género. Algo parecido dijeron desde Tablada Coco Ruiz Diaz de Rancho Aparte o el padre Claudio Castricone: “La violencia está en las escuelas, entre los chicos, en los padres”. Un diagnóstico más difícil de atacar con saturaciones policiales o carpas itinerantes de un Estado sin “músculo”, como reconoció la provincia hoy.