El hostigamiento personal conocido como bullying no es nuevo. Todos recordamos anécdotas propias o contadas por otros que rememoran cargadas, apodos ridiculizantes y hasta conductas extorsivas o maltrato físico vividos en el ámbito educativo o en el club, durante los años de infancia y adolescencia, bajo un manto de presunta “normalidad”. La dramática historia de Drayke Hardman, el niño de 12 años que se suicidó esta semana, después de sufrir bullying en una escuela de Estados Unidos, reafirmó la necesidad de tomar el tema en serio y promover acciones que permitan llegar a tiempo y evitar sufrimiento y daños irreparables. Aquí, la mirada de docentes, alumnos, directivos y la ONG “Si nos reimos, nos reímos todos”, en diálogo con Rosario3.

Drayke Hardman tenía 12 años y fue víctima de bullying. 

Drayke Hardman, estudiante del condado de Tooele, Utah, Estados Unidos, falleció trágicamente el 10 de febrero de 2022. Según escribieron sus padres en las redes sociales, terminó con su vida después de un año de acoso por parte de un compañero de escuela.

Viki tiene once años, va a una escuela religiosa y cursa sexto grado. La maestra divide al curso en equipos para realizar trabajos prácticos y así se van perfilando grupos que comparten, además de la tarea escolar, salidas recreativas y cumpleaños. Es el año 2003 y el fotolog –sitio web de publicación de fotografías– es la herramienta más novedosa y más usada por adolescentes para publicar sus imágenes. En uno de los grupos, una integrante toma la iniciativa de hacerse un fotolog  para subir las fotos con las chicas. No con todas; sólo con las rubias. De hecho, el álbum se titula: “Mis amigas rubias”. Todas, menos Viki, disfrutan de verse retratadas haciendo muecas a la cámara. Ella no es rubia y por lo tanto, a criterio de la líder (no discutido por el resto), "no forma parte".

Juan tiene 10 años y va a practicar fútbol. Sus padres lo mandan a hacer deporte por sugerencia del pediatra, porque pasa mucho tiempo en actividades sedentarias y subió de peso. A Juan no le gusta el deporte, pero sus padres creen conveniente dejarlo en el club, dos veces por semana, e irse, para favorecer su socialización. Juan no es aceptado por el grupo y soporta un apodo que lo llena de vergüenza y que le repiten muchas veces por tarde, cada vez que da un pase impreciso o le erra al arco. No es un equipo formado para competir, sino para recrearse, pero el profesor no lo entiende así y festeja con una sonrisa cada vez que Juan no sale airoso de una jugada y el grupo lo abuchea por eso.

Como éstas (y sin llegar al extremo del caso de Estados Unidos) infinidad de anécdotas muestran, tanto hoy como hace años, el trato hostil –e institucionalizado– que sufren muchos niños, niñas y adolescentes en la escuela, en el club o en otros espacios de aprendizaje y diversión, en ocasiones, a la vista de adultos que lo propician o no lo  impiden y a espaldas de madres y padres que a veces no saben del sufrimiento de sus hijos y otras, a pesar saberlo, no saben qué hacer con él.

El bullying, una situación "común", pero no "normal". 

“Si hay hostigamiento, debe ocupar el escenario principal”

 

“Es muy importante el rol que ocupan frente a este tema, los espacios educativos o el club, porque el bullying puede pasar en estos ámbitos, y allí también se puede detectar cómo están viviendo los niños, sus relaciones”, afirma Paula Lo Celso, docente de nivel inicial y especialista en el Método Montesori.

Los adultos tenemos que estar preparados y darnos el tiempo para detectar el sufrimiento del niño o dinámicas que están pasando dentro de la clase, que por una vorágine del trabajo o la necesidad de avanzar o hacer, se pierden de vista. Son temas que necesitan ser hablados, pero a la vez, cuando aparece alguna situación puntual, necesitan ser puestos en un escenario principal.

“Hay que frenar la clase o la jornada deportiva, para hablar de este tema y darle lugar a la situación, para que podamos acompañar a estos niños que sufren y darles el lugar para expresarse.

También es importante que todos los actores sepan cómo pueden acompañar y aportar”, señala.

Además, la docente remarca por qué es vital enfocarse prioritariamente en este aspecto: “Poner en escena estos temas significa enfocarnos en el trabajo emocional, en la infancia, que necesita ser atendido en primera instancia, antes que pensar en incorporar conocimientos, porque a los niños que no se sienten seguros afectivamente o no están cómodos en el ámbito escolar, les cuesta muchísimo aprender. Lo primordial –asegura– es cómo está el niño por dentro, la calma o la seguridad que siente ante otro adulto que no sea su padre, su madre o un integrante de su seno familiar más conocido.

“La cargada es común, pero hay que intervenir no aceptando”

 

Ayer y hoy, la escuela aparece como escenario de innumerables situaciones de acoso de distinta gravedad, que no deben tomarse como “normales”, a pesar de ser algo común o reiterado.

“Las situaciones de acoso o bullying desgraciadamente, son comunes y, a veces, hasta aceptadas tácitamente dentro de algunos ámbitos escolares, como si se tratara de algo gracioso, pero hay que entender que eso que aparece como chistoso para unos, significa el sufrimiento de otro”, explicó Beatriz, exvicedirectora de un colegio secundario, que recuerda haber intervenido en varias ocasiones como éstas.

“Los docentes –insiste– tienen que estar atentos e intervenir no aceptando; deben dialogar en forma grupal y especialmente con aquellos que profieren las cargadas. Incluso, hacerles notar a los padres que ese comportamiento es un signo de cierta inadaptación a la vida grupal y social, para que puedan, en conjunto, a partir ese reconocimiento, tratar de modificar las conductas y encontrar una solución al problema”.

Un niño que soporta acoso escolar no puede aprender
ni concentrarse con normalidad.

"Conocer, entender y respetar al otro, aún cuando no nos guste"

 

Marta es exdocente y directora de escuela y pone la mirada en las familias: “Es necesario revisar sentimientos, situaciones de celos, peleas entre hermanos, las cosas que ven y comparten, lo que esconden a la mirada adulta (cosa que siempre se hizo) y que es parte de la cotidianeidad”.

Para ella, es importante lograr el autoconocimiento, la autovaloración y afirmación de cada uno. Conocer y entender al otro y respetarlo como es, aún cuando no nos guste o no estemos de acuerdo. También valora el vínculo de docentes y directivos con las familias. “La práctica de diálogo debería funcionar habitualmente, más allá de alguna reunión con madres/padres para tratar cuestiones puntuales y operativas. Hay que abrir ese espacio para que puedan plantear qué los inquieta, hablar y escucharse”.

"Había una cuenta viral de Twitter en la que subían comentarios sobre todo el mundo"

 

Julia terminó la secundaria en 2018 y reafirma la idea omnipresente de distintas manifestaciones del bullying en la escuela: “Era algo muy común en la secundaria. No sé si le decíamos así, pero siempre estuvo ahí. Algún comentario doloroso, una cargada grupal, apodos”.

Cuenta que las pocas veces que los comentarios subieron de tono, su escuela siempre intervino, con rondas de convivencia, charlas en preceptoría, o algunas dinámicas grupales.

“Cuando estaba en segundo año, hubo una cuenta viral de Twitter  en la que subían comentarios sobre todo el mundo. Tengo el recuerdo de la directora que organizó primero una charla y después una jornada con todos los alumnos para tratar el tema. Estas jornadas de concientización sobre bullying se hicieron bastante seguido desde ese momento, pero no recuerdo que los padres hayan estado involucrados, excepto en situaciones más graves de otros cursos. En ese caso particular de Twitter, sí recuerdo que fueron notificados, pero no mucho más”.

Julia apunta a la prevención para evitar situaciones como éstas: “En mi familia, siempre se charló de lo feo que es etiquetar a los demás, y en que no hace falta opinar sobre cómo otra persona es, se viste o se comporta. Entiendo que es difícil, porque los padres en realidad no tienen idea de qué es lo que pasa en la escuela. En la adolescencia el ocultamiento de lo que sucede es algo muy común. Creo que, quizás, trabajando más desde la prevención y enseñando a no juzgar, a no categorizar, a no etiquetar y a no opinar sobre los otros, los padres podrían colaborar más con el tema. Pero pienso que la mejor herramienta está en las escuelas que se ocupan de que su comunidad educativa se conozca, comparta y cree un lugar habitable”.

El acoso escolar no es "chiste".

"Habitamos una sociedad violenta y discriminadora"

 

“El bullying trasciende a chicos y adolescentes; está enraizado en la sociedad violenta y discriminadora que habitamos y muchos padres que dicen no querer el bullying contra ningún niño, son los mismos que generan ese odio cuando se pelean con un vecino o cuando manejan insultando y agrediendo”, plantea Silvina, docente de secundaria.

“En ese contexto –afirma– es bastante difícil decirle a un chico que no le haga bullying al compañero cuando es el mismo padre o la madre quienes tienen esas conductas. Ese doble discurso entre lo que se dice y lo que se hace confunde a los chicos que terminan copiando lo que hacen sus padres; no lo que dicen.

Para la profesora, desde el espacio del aula se puede insistir en contra de ese tipo de conductas de hostigamiento y al mismo tiempo, reforzar la autoestima de quien está siendo hostigado, pero apunta a que hacen falta “acciones conjuntas a nivel social para poder erradicar ese tipo de actitudes”.

“También –desliza– hay situaciones en las que algunos padres se niegan o les da vergüenza admitir que su hijo está sufriendo bullying. Esa conducta, lejos de facilitar la resolución del problema, la retrasa o la impide”.

"Estar atentos a las señales"

 

Cuando un niño o un adolescente sufre bullying da muestras de que algo no está bien, aunque no siempre son advertidas por su entorno familiar o por sus docentes.

“Los chicos nos dan señales de que algo está pasando: pueden venir golpeados o autoflagelarse, como forma de manifestar algo quieren decir y no pueden o se anima a poner en palabras”, explica Arístides Álvarez, presidente de la ONG “Si nos reímos, nos reímos todos”, dedicada a prevenir sobre problemáticas relacionadas con el acoso en niñas, niños y adolescentes.

“Hay que estar cerca de ellos, observarlos, escucharlos. A veces tienen síntomas como fiebre o dolor de estómago; los padres los llevan al médico y clínicamente están bien, pero no quieren ir a la escuela y ponen excusas. Los padres les dan dinero y no saben qué hacen los chicos con él. En ocasiones, las víctimas entregan la plata a sus hostigadores para dejar de ser acosados y lo ocultan. Bajan el rendimiento escolar. Cambian la alimentación. No comen o comen de más”.

Para que los chicos se animen a contar qué les pasa, Álvarez recomienda crear un ambiente de diálogo y de confianza desde el afecto, ya que muchas veces no hablan por miedo al castigo que puedan recibir de su propia familia.

Nunca se aconseja que los padres de la víctima traten de solucionar el tema con los padres del hostigador. Por el contrario, se sugiere recurrir a la institución donde está sucediendo el acoso (escuela o club) para que medie entre ambos y evite que la situación empeore aún más.

También los docentes tienen que estar atentos e indagar por qué ese chico bajó el rendimiento o no quiere salir al recreo; por qué no va al baño en el recreo y pide permiso durante la clase, entre otros indicadores. Y los compañeros, si presencian una situación de acoso, nunca tienen que ignorarla. Si no pueden intermediar, tienen que pedir ayuda a un adulto: maestra, profesor, preceptor o asistente escolar, en quien confíen. Un niño o adolescente que, a instancia de sus padres, no defiende a un compañero que está siendo hostigado, va formándose en la típica mentalidad individualista del «no te metás», que tanto mal le hace a la vida en sociedad.