Noche del Día de la Madre. El festejo es en la vereda de un bar de Pichincha con los recaudos que el coronavirus impone. La cena se extiende unas tres horas, a lo largo de las cuales la comida rica, el brindis y los regalos chocan con la aparición en 6 oportunidades de niños, jóvenes, familias enteras que se acercan a la mesa a vender pañuelitos, revistas, estatuillas. Otros directamente piden dinero y también aceptan comida.

Las sobras del festín envueltas en servilletas de papel, de mano en mano, es la cena para los que salen a buscar lo que no tienen ni pueden conseguir en medio de una pandemia que ha limitado los recursos económicos de toda la población, empujando a la indigencia a un gran sector, restándole oportunidades de ganar algunos pesos para comprar lo que hoy salen a pedir. El fenómeno está creciendo y se hace notorio para los ojos de quienes pueden costearse un café en un bar, quienes con distanciamiento y sus propios problemas a cuesta, se convierten en testigos impotentes de este desfile de pobreza al borde de sus mesas.

“Mucho, mucho, mucho”, repitió Ariel Cosacow, de El Resorte, cuando Rosario3 le consultó si en la pandemia se acrecentó la presencia de personas vendiendo o pidiendo a los comensales. “Un montón de gente pide lo que sobra, gente que antes no veías, que está bien vestida pero que te pide lo de ayer o lo que te sobra hoy para comer. Es gente que ha tenido un laburo y lo ha perdido, no consigue uno nuevo y sale a buscar lo que hay. Han bajado la escalera de golpe y no saben qué hacer y salen a pedir por ellos y por sus familias”, manifestó y contó que hace unos días atrás se acercó un muchacho al local: “Estaba arreglado, pensé que me iba a pedir trabajo pero me pidió de comer”. 

“Con los niveles de pobreza e indigencia que tienen nuestro país, de los que Rosario no es ajena, es difícil pensar un panorama mejor. El número de chicos pidiendo o vendiendo en los bares se multiplicó varias veces en los últimos 15 años. Hoy son cientos de chicos en la calle. Es una realidad dura, atravesada por situación de explotación infantil y trabajo forzado, que no hay que naturalizar, más allá de ser lamentablemente parte de la convivencia diaria. Y se expone de la forma más cruda en los chicos más pequeños”, señaló por su parte Alejandro Pastore, referente gastronómico del Paseo Pellegrini.

A fin de septiembre, los números encendieron un alerta: la pobreza alcanzó al 40,9% de las personas y al 30,4% de los hogares en el 1° semestre de 2020, según publicó el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec). Las cifras son palpables en las calles de Rosario: cada vez más gente hurga en la basura y en medio de la reapertura de los bares y restaurantes –actualmente los lugares en donde la gente puede reunirse bajo protocolo sanitario–los que quedaron en el borde encuentran una fuente de provisiones. “Hay niños, adolescente, mayores. Muchos con problemas de consumo, víctimas de hogares violentos y expulsivos. Hemos visto como muchos empezaron a dar pasos en el delito con el tiempo. Las historias son todas terribles. Desgarradoras”, precisó Pastore.

“Este fenómeno crece año a año, es la fábrica de pobres que es Argentina”, evaluó Reinaldo Bacigalupo de Paseo Pichincha, quien también coincidió que con el avance del coronavirus, se profundizó la problemática. “De seguir así en 10 años vamos a ser como esas ciudades donde prácticamente no podés caminar porque te piden algo cada diez segundos. Es una lástima pero es un tema de fondo y es imposible manejarlo, no se puede hacer mucho más que darles algo de comida”, advirtió.

Y en ese sentido, Cosacow apuntó: “En general tratamos de darle algo. Somos un negocio, es súper incómodo pero también la estamos peleando, es un problema”, reconoció.

Clientes

Pastore admitió que el paso de estos vendedores informales o personas que piden, muchas veces genera un problema con los clientes. “En el medio, tenés que tratar de darle una experiencia positiva al cliente, que en el fondo vino a pasar un buen momento”, destacó.

Es que no todos los comensales son sensibles a la crudeza de la realidad de miles de ciudadanos. También sucede que se dificulta darle dinero o comprarles productos a todas las personas que se acercan. “Si pagás una cena 2000 pesos con tu familia es insoportable que te interrumpan 5 o 6 veces”, apuntó Bacigalupo sobre la irritabilidad que le causa a algunos.

Cosacow, por último, admitió que se sienten entre la espada y la pared: “A la gente le molesta. De por sí la gente está asustada y le cuesta salir, se le acerca alguien que no conoce, a veces sin barbijo, entonces a veces hay que interceder entre las dos personas y encima que venimos mal. No es cómodo, sobre todo sabiendo la situación que tiene esa persona de necesidad extrema, pero entendiendo también que el cliente se sacó los miedos y se tomó un rato para distenderse”.