La costa del río debería ser este pasto bien cortado y verde. Pero no. El Paraná recién está unos metros más abajo y la orilla es esto otro: escombros, ramas, botellas de plástico, un bidón abollado, trozos de telgopor y una zapatilla suelta. En el medio pasan tres mangueras anchas y negras, aún desinfladas, como boas dormidas. Y después sí el río, por fin el agua, tres metros más abajo de donde debería estar, al punto que los muelles elevados advierten a las lanchas que no pasen debajo de la pasarela pero en lugar de lanchas están las botellas, la zapatilla y las boas dormidas. En el río hay un despliegue difícil de entender. Una barcaza que trajo una bomba suplementaria para sumar a la toma de la planta potabilizadora de Aguas Santafesinas (Assa). La grúa bajó la estructura y la puso sobre un pontón amarillo. Ahora, a las 9.45 de una mañana fría, unos diez operarios tratan de acomodar el equipo pesado. Desde arriba, de los conductos de otras bombas que funcionan hace unos meses, cae agua como si fueran chispas. Sobre el Paraná, aún flota una niebla rara. El sol se abre paso desde el este y el reflejo sobre el manto marrón encandila. Todo forma parte de una factoría al aire libre y flotante en plena adaptación por la bajante.

–Guarda, por ahí no vayan que es una ciénaga –advierte Guillermo Lanfranco, gerente de Relaciones Institucionales de Assa y guía para explicar los trabajos excepcionales ante la crisis hídrica.

El fotógrafo de Rosario3 camina sobre un tirante de madera para no hundirse y pisa un escombro para gatillar firme el momento en que la grúa levanta un caño en forma de ele. Conectarán a las tuberías la nueva bomba alemana recién llegada desde Granadero Baigorria en balsa. Esos caños suben hasta las piletas purificadoras, arriba de la barranca, en el extenso predio de French y Echeverría de Arroyito.

Lanfranco se olvida de su propia advertencia y se entierra con los borcegos hasta la pantorrilla en el barro de lo que suele ser el río y que hace meses está descubierto por una seca extraordinaria. Tan extraordinaria que nadie acá, ni el guía y vocero de la empresa desde 1984, ni los técnicos y operarios, vieron nunca. Por eso, deben cambiar la lógica de cómo llevarle agua potable a 1,2 millones de habitantes del Gran Rosario.

Las seis bombas sumergibles están apagadas. Hace tres semanas sacaron la última porque ya no servía. Ese equipo descansa sobre el pontón de hierro cubierto de mejillones, una plaga que fue importada por los buques de altamar y que genera todo tipo de problemas en equipos y cañerías bajo agua. Las sumergibles quedaron muy lejos de los conductos y la presión no alcanza. En términos de una casa, es como si el tanque en el techo estuviera demasiado alto porque el piso baja. Entonces, comenzaron a reemplazar las bombas bajo agua y sumaron otras de impulsión centrífugas que están sobre pontones anclados al fondo del río. Flotan.

Desde arriba de la plataforma, los ingenieros de Producción Esteban Cucchiara y Juan Pablo Valdez supervisan las acciones. Las centrales de operaciones tiene botones de colores y agujas pero resalta uno grande y rojo con un cartel: “Parada de emergencia”. “Es para usar ante un accidente. Si se cae alguien se para la bomba de inmediato”, explican. Abajo, no se detiene el movimiento de operarios con cascos amarillos y blancos y uno con traje de neoprene que se mete en el agua para maniobras puntuales.

Pero todo este despliegue de bombas (viejas y nuevas, bajo agua y de superficie), caños y conductos, representa menos del 20 por ciento de la succión de agua total de la planta potabilizadora. La toma principal es subterránea y logra 24 mil metros cúbicos por hora mientras que las bombas anexas suman 6.000. La última agregó 1.000 metros cúbicos por hora (un millón de litros).

Al caer la “sumergencia” (la altura de líquido necesaria para la aspiración), se tramitaron refuerzos. Los ingenieros explican que la planta tenía “caudal de sobra” para la demanda pero “ya no”. “La situación es extraordinaria y estamos al límite”, dicen.

El grueso del agua, el 80 por ciento, ingresa mediante el túnel de aducción, un caño gigante de 2,60 metros de diámetro, con una rejilla de hierro de 850 kilos. Y ese conducto inclinado, como un tobogán de arriba hacia abajo, que suele estar invisible y hundido en el lecho del río, tres o cuatro metros por debajo de la superficie, ahora está apenas a un metro, metro y medio, según el día.

Si el Paraná sigue bajando y comienza a entrar aire por esa boca, generará problemas graves. Pero la pérdida de presión ya comenzó por el efecto de sumergencia. Hay muchas explicaciones técnicas para dar pero un contraste lo resume de forma visual. En la parte alta de la plataforma de la toma de agua, donde están las centrales de operación de las bombas, hay una marca máxima de altura que fue registrada el 14 de mayo de 1998: 6,44 metros. Desde ese mismo punto, proyectado hacia abajo, está el conducto subterráneo. El agua que falta inquieta pero más impacta el remolino.

Al estar casi al ras del pelo de agua, sobre la toma de 7.000 litros por segundo (tres pelopinchos, un segundo) se forma un vórtice marrón. Como en los sumideros cuando queda poca agua. Mirar eso desde arriba puede ser hipnótico y dan ganas de ponerlo en palabras.

–Parece cuando se vacía una pileta...

–Y, es una señal que el río pierde agua –responde Lanfranco y se sacude el barro de los borcegos contra las rejas del pontón. Dice que nunca vio algo así, tan extremo y sostenido en el tiempo (es el segundo año de bajante). Al margen de las obras, de los 500 millones de pesos que debió invertir la empresa en las seis plantas de Santa Fe, confiesa que le da angustia ver al Paraná flaco. Se pregunta: “¿Qué está pasando, cómo puede estar pasando esto?”. Piensa que existen ciclos naturales pero también que toda acción tiene una consecuencia. Que talar bosques y destruir humedales eliminan las esponjas del medio ambiente y quedan las alfombras secas.

La aclaración vale la pena: Rosario no se va a quedar sin agua potable. Incluso si sigue el descenso del nivel del Paraná, que a la altura del puerto oscila entre el medio metro y los registros negativos, habrá otras alternativas. Lo que sí puede ocurrir, y de hecho ya empezó, son las dificultades para sostener la cantidad de caudal de toma. Lo que, a su vez, afecta la presión. Al ser un sistema radial, mientras más lejos del corazón que bombea, en los barrios de la periferia, mayor será el impacto.

La garza y el cambio climático

 

Cada bomba de superficie extrae mil metros cúbicos por hora, el doble que las sumergibles en tiempos normales. Assa compró e instaló este año una sobre el pontón flotante. Otras dos adquiridas llegarán recién en septiembre. Para esa espera y en la situación de bajante, alquilaron un equipo similar: el artefacto alemán Ruhr Pumper que llegó este jueves a la mañana en barcaza para ser instalada.

De las once bombas suplementarias (que se suman al túnel de aducción original), solo cinco están en uso. En total, levantan por día 600 mil toneladas de agua (diez barcos cerealeros). Todo ese caudal es succionado hasta los piletones de la planta a través de un sistema de bombas gigantes (la mayoría son equipos alemanes de hace 60 años). Hoy, la estructura nacida en 1887 para 10 mil habitantes, de Pellegrini hasta Oroño, consume la energía de una ciudad de 100 mil personas.

Al cloro que se agrega desde la toma se añaden otros químicos que contribuyen a que el recurso se vaya decantando y limpiando. De los grandes estanques del inicio, donde los flocs (o partículas que se pegan) caen al fondo, pasan a otra zona de filtrado. Se equilibra el ph para que no tenga gusto. El proceso completo demora tres horas. Todas las muestras son analizadas cada 60 minutos.

A ese universo se sumaron gaviotas, una prolija hilera de biguás y hasta una garza blanca imponente. Lanfranco dice que no molestan, al contrario, ayudan a limpiar algún pez pequeño que pueda llegar a los primeros estanques de limpieza. La cantidad de aves, aclara, no es habitual. Se asentaron en el último año y el fenómeno puede estar relacionado a la migración desde las islas por los incendios. No muy lejos, en la reserva Mundo Aparte, crearon una laguna artificial para ayudar a las especies del humedal.

La falta de agua en la cuenca del Paraná, los humedales que arden y piden ley o la plaga de mejillones, cada cosa en la recorrida por la vieja planta aparece como una muestra de las acciones humanas sobre el medio ambiente. El último informe de científicos de todo el mundo que presentó la ONU advierte sobre fenómenos extremos por el cambio climático: la sequía es uno de los señalados para América Latina. Algunos impactos, aclararon, ya son irreversibles. En la fábrica de agua potable de Rosario así lo asumen y cambian la dinámica de trabajo.

Naturalizar lo peligroso

 

El río Coronda se alimenta del Paraná y el Salado. Por la bajante, el Salado aporta más caudal que lo normal y el Acueducto Centro Oeste entró en problemas. El agua tiene demasiado contenido salino y no es apta para consumo humano. Unas 70 mil personas de 13 localidades, entre ellas Monje, Las Rosas, Las Parejas, deben buscar otra fuente de agua potable.

En ese caso, Assa actúa como una mayorista. Son los municipios o cooperativas quienes deben proveer el agua. Algunos regresan a los sistemas de tratamiento de agua subterránea que funcionaban antes del Acueducto inaugurado en 2009. “Cuando se pensó esa obra ni siquiera se imaginó una situación como la actual”, explica Lanfranco. Además, Nación prometió asistencia a ciudades afectadas.

En Rosario, si bien el menor registro histórico de hidrómetro fue el 10 de septiembre de 1944, con un valor de -1,39 metros, nunca desde que existen mediciones (1884) hubo dos años seguidos de marcas tan bajas.

Un fenómeno similar al Coronda pero con otras consecuencias modificó las rutinas de limpieza de los buzos en la planta potabilizadora de Rosario. Con las crecidas del río, debían bajar cuatro o cinco metros a limpiar la rejilla gigante de la toma subterránea por los troncos y camalotes. Ahora, el arroyo Ludueña le gana la pulseada al reducido Paraná y desemboca aguas arriba con muchos residuos humanos: sobre todo bolsas de nailon y botellas de plástico.

La última limpieza se realizó la madrugada del martes que pasó. El bombeo se detuvo entre las 0 y las 3. Pablo Agosti, buzo matriculado de 37 años, bajó a limpiar. En general, usa una cadena de hierro como guía y va tanteando con las manos a ciegas. No ve nada bajo el río marrón y usar luces es peor. Cuenta que la primera vez que lo hizo fue inolvidable: tocaba con sus manos unas barreras de troncos embarrados y no entendía la noción del espacio. Esta última vez, en cambio, ni siquiera llegó a hundir la cabeza. El metro y medio de agua que lo separa del fondo no llegó a taparlo.

El futuro no ayuda

 

Después de un máximo de altura parcial de 0,55 metros el pasado miércoles, el nivel del Paraná en Rosario bajó a 0,06 el jueves, 0,03 este viernes y pasó a cifras negativas este sábado: -0,09, según las mediciones de Prefectura.

El último pronostico del Instituto Nacional del Agua (INA) no es favorable: anticipa un mínimo de hasta -0,25 para el 17 de agosto y de -0,35 el día 24.

"Prevalece una tendencia descendente en todas las secciones del río Paraná en territorio argentino. Continuará predominando en los próximos tres meses. Va definiéndose la tendencia prevista, con afectación a todos los usos del recurso hídrico, exigiendo especialmente a la captación de agua fluvial para consumo urbano", añade el parte.