Faltan quince minutos para las 19 de este martes 5 de marzo, primer aniversario del asesinato de Máximo Jerez, el chico de 11 años acribillado en el barrio Los Pumitas por una balacera con firma narco, y se terminan de repartir las últimas tortas fritas en la canchita de fútbol. Florencia, una de las primas del pibe que jugaba al fútbol en el club, descuelga la bandera que pide: “Basta de matar a nuestros niños. Los pueblos originarios exigimos justicia por Maxi”.

Otros amigos, vecinos y familiares la sostienen para llevarla al frente de la marcha que dará la vuelta y pasará por la esquina donde el dolor y la furia se desató hace un año: Cabal y San José. Maxi salió a comprar una gaseosa. Un auto con sicarios de una banda que pelea por el negocio del narcomenudeo al clan local Villazón o “Los Salteños”. La ráfaga de disparos. Los gritos: “Maxi, Maxi, Maxi”. Las corridas en la noche larga de un sábado 4, ya madrugada del 5.

Al otro día fue lunes, el velorio terminó en estallido social y destrucción de cinco casas o búnker para la venta de droga. 

Todo aquello, más las amenazas de la banda narco a la familia Jerez y a la comunidad qom que siguieron y siguen, vuelve ahora como bronca, pero más como angustia.

“Dolor”, dice Julio, el papá, cuando le preguntan. Se aferra a sus brazos como un autoabrazo, se frota la cabeza, pelea contra un llanto contenido. “Todo el año fue muy doloroso para nosotros”, amplia Antonia, la tía de Maxi. Jorge, tío, grandote, pura energía y conducción en aquellos días violentos, hoy está presente, sigue en su rol de coordinador, pero la energía es otra, más cercana a la tristeza.

Alan Monzón/Rosario3

“Te extraño Maxi”, dice el cartel que sostiene un chico. Antonia, la tía, camina adelante de la barrenadora y de pronto,  cuando la marcha pasa delante del club Los Pumas, se frena y empieza a hablar, es como un recitado, un lamento y una denuncia:

–Los chicos hoy en día están tristes. Maxi tenía un sueño y hoy tenía que estar acá con nosotros. Por eso queremos justicia.

Alan Monzón/Rosario3

–Máximo presente– grita Florencia, una de las primas, que además filma la marcha con su celular.

–Ahora, y siempre– responde el resto en una dinámica aprendida por miles de familiares de víctimas de todo tipo de violencia.

Expresiones que se repiten pero que son únicas al mismo tiempo. Acá, Luis, 23 años, sostiene una especie de jarra con flores pintadas que emana humo. Es yerba sobre brasas de carbón encendido. Clima de procesión. Los rostros originarios. Su andar lento. Su decir cuidadoso. Una reserva que parece quietud pero que puede ser torbellino, como se vio en la pueblada de marzo de 2023 en estas mismas calles.

Alan Monzón/Rosario3

El patrullero que cortó la tarde

 

La reunión en la canchita comenzó antes de las 17, más de dos horas antes de la marcha. Julio ya estaba ahí con Oscar Talero, referente de la comunidad qom Qadhuoqte (base o cimiento), y con Guillermo Quevedo (@guiyepincel), muralista del grupo Arte x Libertad, autor de la imagen gigante de Maxi que mira a todos desde una noche estrellada.

Le hubiese gustado no pintar a Máximo en esa pared. Lo habló con Julio: ¿cómo hacer un mural sin el recordado? Pensó, incluso, que dibujarlo era algo así como sentenciarlo, decretar que aquello no tenía marcha atrás. Al final lo hizo con su camiseta del club Los Pumas, lo rodeó de estrellas, del espíritu del puma, del monte, de la cosmovisión qom cruzada por la frase: “Te llevamos en nuestros corazones”.

Lo creo en junio de 2023, al tercer mes del crimen, y para este aniversario retocó los colores por primera vez. “Es una forma de estar acá y compartir”, definió el artista y recordó que le pareció “extraordinario” el levantamiento popular contra los narcos y la inacción estatal (o complicidad) aunque al mismo tiempo “horrible por tener que pintar a un niño que mataron”.

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Un rato más tarde, Antonia se sumó al encuentro en la canchita del corazón del barrio de Empalme Graneros. Pero todo se demoró porque cerca de las 18 los sorprendió un patrullero de la Policía que los fue a buscar. Irrumpió en la previa del acto homenaje con la excusa de que Antonia tenía que ir a la comisaría 12° para declarar en una causa.

Como anticipó Rosario3, el día anterior, lunes, hubo tensión en el barrio. Los vecinos denunciaron el trabajo de albañiles para reconstruir la casa bunker de Los Salteños de Cabal y San José, donde comenzó todo hace un año por la balacera de otro grupo narco que disputa territorio y negocio.

Nadie entendió muy bien por qué se llevó ese patrullero a Antonia y Julio, tía y padre de Maxi, justo en ese momento. Un auto con Edgardo Orellana, padre de Bocacha, Jorge, tío de Maxi, y Guillermo se fueron a preguntar qué había pasado. 

Al rato volvieron: Antonia había sido anotada como denunciante de las obras en el bunker aunque no fue ella quien originó la causa. Ella contó que está cansada, se quebraba al hablar. Dijo que los gritos y enfrentamientos con Los Salteños nunca cesaron del todo. Hace un mes le tiraron un ladrillazo a su casa.

Alan Monzón/Rosario3

Julio retomó lo que había pasado un rato antes: explicó que acompañó a su hermana a la comisaría pero que todo el movimiento le pareció muy raro. Sugestivo. 

La Policía está acusada de cobrar coimas de los bandas de narcomenudeo. No es eso un patrimonio exclusivo de Los Pumitas ni de Empalme Graneros. En cambio, no hay mayores quejas del accionar de gendarmería. Al menos desde la familia Jerez.

El jefe del operativo federal, Carlos Quintero, afirmó a Rosario3 que reforzó el despliegue este martes. Eran cerca de 20 agentes alrededor de la canchita, más un auto, una camioneta y un camión verde. Todo forma parte del nuevo plan Bandera, aunque el despliegue comenzó el año pasado. El propio jefe revisó los pasillos de la villa para despejar cualquier riesgo de ataque o emboscada. Extremó los cuidados pero, dijo, no puede meterse en el conflicto de las familias y la reconstrucción de viviendas que, supuestamente, serán usadas como puntos de venta de drogas, otra vez.

No hay, salvo esos uniformes federales con las siglas GNA, otro tipo de presencia, unas más política. Las obras sociourbanas prometidas ya fueron paradas por un gobierno nacional despiadado. Ni la provincia ni el municipio parecen tener la vocación de mediar en un conflicto que sigue latente repiten los Jerez, sin el estruendo de hace un año.