Les Landry, de 65 años, recibió el visto bueno para el procedimiento, a pesar de admitir que no quiere morir y que la pobreza es un factor importante en la decisión de poner fin a su propia vida. Por ahora, está a la espera de la decisión de un segundo médico que evalua su elegibilidad para una muerte médica asistida.

Landry era camionero comercial y ganaba hasta 85.000 dólares al año. Sufrió una hernia hace 15 años y las complicaciones del tratamiento le dejaron con una presión arterial peligrosamente alta. Esto le provocó tres miniaccidentes cerebrovasculares y epilepsia, lo que le llevó a perder el carné de conducir y a no poder trabajar.

Actualmente, Landry tiene que usar una silla de ruedas y sufre de otras discapacidades que le permiten acceder al programa de asistencia médica para morir del Gobierno canadiense, opción que empezó a considerar cuando los cambios introducidos en sus prestaciones al cumplir 65 años supusieron un recorte de sus ingresos. Ahora le quedan solo 120 dólares al mes, después de pagar las facturas médicas y otros gastos básicos. 

El pensionado también asegura que se tiene que preparar para una suba del alquiler en enero que podría suponer que ya no podrá cubrir sus gastos básicos, dejándolo al borde de la indigencia. "No quiero quedarme sin casa. No quiero acabar viviendo en una furgoneta y no poder pagarla", comentó Landry. "¿Cómo se apaga el interruptor del dolor emocional y físico en la pobreza?", planteó.

Ahora está a la espera de la decisión de un segundo médico que evalúa su elegibilidad. Si este rechaza la solicitud, Landry afirma que buscará a otro doctor que esté dispuesto a dar el visto bueno a su eutanasia, algo permitido por la legislación canadiense sobre muerte asistida, según publicó Daily Mail.