fernanda blasco

"No se necesita un meteorólogo para saber hacia dónde sopla el viento", Bob Dylan dixit. Y el sábado por la noche, en el camping municipal, estaba claro que el viento, frío, congelado, venía del río. Pero algo ardía internamente en los fanáticos de Andrés Calamaro que se reunieron para verlo después de seis años de ausencia, algo que ayudaba más que cualquier abrigo. Saber que, por fin, después de tantos anuncios frustrados, Andrés volvía a tocar en la ciudad.

Y en su vuelta fue millones. O, en rigor, fue más que generosa multitud. Es que el regreso de El Salmón a Rosario convocó a seguidores de la primera época que querían escuchar temas de Los abuelos de la nada y de Los Rodríguez, pero también a nuevas generaciones que cayeron bajo el hechizo de algunas de las letras inolvidables de la aceitada máquina de hits que se convirtió ya en su etapa solista.

Todos se fueron contentos, porque hubo lugar para todo en el repertorio de cerca de 30 temas que desgranó en dos horas. Incluso hubo espacio para extraños remixes que incluyeron tango y reggae, cambiar la letra de algunas estrofas o fusionar dos temas (impulso creativo o falta de memoria, poco importa, el resultado fue aplaudido masivamente). Claro que, a la salida, reproches no faltaron: ¿cómo no van a quedar fuera de agenda canciones imperdibles en un artista tan prolífico? Cada asistente tenía sus motivos para reclamar la canción que creía injustamente olvidada.

Más allá de las circunstancias (el espacio elegido para el recital dejó mucho que desear, aunque no hubo quejas respecto del sonido), lo mejor de la noche fue constatar lo lejos que quedó el Calamaro de la voz cascada y andar lento que, acompañado por sus amigos de la Bersuit, se animó tímidamente a tocar en la plaza de Cosquín, allá en febrero de 2005.

En diálogo constante con el público, el Andrés que visitó Rosario no se cansó de agradecer, alabar y sonreír. En algunos tramos, su gratitud fue tan insistente que incluso provocó risas incómodas en la audiencia, que oyó la confesión en parte como chiste. ¿Cómo creerle cuando decía que este era “el mejor recital de su vida”?

Quizás no era una estrategia de marketing, quizás decía la verdad. A Calamaro se lo veía realmente desbordante en el escenario, totalmente entregado y concentrado en el último recital de la gira que emprendió por el interior. A la vez, se lo veía contento, tan alegre que llegó incluso a incomodar a los fans de su lado más oscuro. Motivos no le faltan. Después del parate tras el Salmón, volvió con todo y se arriesgó incluso a tocar en la ciudad, cita que había evitado por varios años, una plaza temida por muchos (que, ridículamente, creen que el público local es comparable al monstruo que los chilenos creen tener en Viña del mar).

La apuesta le salió bien. Pocos recuerdan un recital en la ciudad que haya sido tan masivo. “Lo que se logra robándole a Bob Dylan”, rió Andrés, entre tema y tema. Después aclaró que era broma, como si hiciera falta rematar la ironía. Como si alguno hubiera sido tan ingenuo como para creerle cuando confesó que la banda que más respeta en la actualidad es la que robó el banco Río.