El huevo es uno de los ingredientes habituales en las comidas de los argentinos. Tanto solo o en alguna preparación participa en no pocos menús semanales. Pero, cómo detectar si es fresco o no.
A simple vista, lo primero que hay que mirar es que la cáscara esté limpia e intacta.
La clara tiene que ser transparente, sin manchas, de consistencia gelatinosa y exenta de materias extrañas. Además, hay que prestar atención si se dispersa mucho.
Por el lado de la yema, una vez rota la cáscara debe ocupar la parte central y quedar compacta.
Otro truco es poner el huevo en un vaso con agua. Si es fresco, se hunde, mientras que si flota, es signo de alteración y mal estado.
La cáscara preserva al huevo de la contaminación por microorganismos. Sin embargo, también puede actuar como medio de contaminación ya que, si está muy sucia, la carga microbiana es mayor y, por tanto, también aumenta el riesgo de que las bacterias penetren antes y en mayor cantidad.
En casa, los huevos deben conservarse en un lugar fresco, seco y a temperatura constante en la heladera.
Debe tenerse en cuenta que el cambio de temperatura contribuye a la desintegración de la cáscara y, por tanto, a su contaminación.
Antes de manipularlos para cocinar, hay que lavarse las manos y no separar las claras de las yemas con la cáscara, tampoco en el mismo recipiente (sartén, por ejemplo) donde se tenga intención de cocinarlos; es preferible hacerlo en un lugar aparte.