Desde hace al menos 10 años, los profesionales ligados a la investigación de las fuentes de energía renovables y no renovables del país venían advirtiendo que tarde o temprano nuestras reservas de energía se agotarían, sobre todo si, ligado a la falta de inversiones, se producía un crecimiento sostenido en la demanda.

Pero como suele ocurrir en los países donde ciencia, tecnología y políticas de Estado van por carriles separados, los últimos en enterarse de las profecías energéticas de mal agüero que los medios se encargaron de difundir, fueron quienes deberían haberlo previsto.

Y cuando la situación se desbordó, la única respuesta dada por los discípulos de Adam Smith en la sociedad posmoderna y escuchada por miles de consumidores hartos de vivir a la luz de la vela, sin poder usar los ascensores ni los nebulizadores, ni las heladera por falta de luz, fue que “la culpa la tiene el aumento de la demanda”. (Parafraseando a Baglietto: “El Estado no existe, mi amor / El Estado no existe mi… / El Estado no existe… / El Estado no… / El Estado… / El…).

Así, hasta con sorpresa indignada hemos escuchado de parte de los funcionarios responsables de garantizar el suministro de emergía argumentos como éstos: “El problema es que es verano y hace calor” o “la culpa es de la ola polar que provocó un descenso inusitado de la temperatura”. En filosofía se diría que estas declaraciones no son más que tautologías (repetición innecesaria de un pensamiento usando las mismas o similares palabras y que, por tanto, no avanza en la información), pero en la gestión pública suena a “ya no sé qué decir” y caldea mucho más el ánimo de los consumidores que la inocente tautología “la vida es la vida”.

Aún hay más. Porque si la nieve de la cordillera y el tórrido verano nos perjudican, también lo han hecho –según la evaluación de quienes nos gobiernan– la enorme cantidad de aires acondicionados comprados a crédito por la clase media argentina (qué barbaridad, cómo se les ocurre querer dormir bien) y el crecimiento industrial santafesino que nos ha posicionado por encima de la media nacional (en 2006, el índice nacional alcanzó el 8 por ciento y la provincia trepó hasta el 8,5 por ciento).

Brasil (ya sé que el ejemplo no es simpático después del 3-0 en la Copa América) también vivió su crisis energética, pero entendió a tiempo que la culpa no era de las sequías, sino de su excesiva dependencia de las fuentes hídricas. Brasil hizo clic antes del tiempo de descuento: cambió su matriz energética y construyó centrales termoeléctricas y miles de kilómetros de líneas de transmisión. A Brasil la ficha le cayó antes del silbato final y hoy exporta energía a Argentina (este mes aumentó de 600 a 1.000 megavatios).

En Italia, para ahorrar energía, el ministro de Salud propuso que los trabajadores dejen de lado la corbata, porque quitarse ese accesorio reduce la temperatura corporal de dos a tres grados (sic). Qué pena… con lo bien que les quedan las corbatas a los hombres. En Brasil en cambio, el presidente de la Asociación de Industrias de Base defiende la idea de que toda crisis trae consigo riesgos y oportunidades.

Argentina deberá elegir si se inclina por un cambio en la moda o acepta el desafío de ver la oportunidad detrás del riesgo. Esta también es una final.