Decenas de miles de personas acudieron hoy, como cada año, a esta localidad del norte de Filipinas para revivir en sus propias carnes la Pasión de Jesucristo en el único país católico de Asia.

Todos ellos soportaron estoicamente el intenso calor, el polvo, la sangre procedente de las flagelaciones y la aglomeración para contemplar un rito en el Gólgota, un montículo a pleno sol donde fueron crucificados en la edición de este año siete hombres.

La figura principal de las crucifixiones fue de nuevo Rubén Enaje, un humilde pintor de 45 años que desde hace 21 años rememora cada Viernes Santo el martirio de Jesucristo.

Vestido con una túnica blanca y una corona de espinas, cargó una pesada cruz y la llevó durante dos kilómetros de Vía Crucis hasta la explanada de las cruces, donde la multitud les esperaba al ritmo de canciones de Led Zeppelin o Metallica en versión gospel, dentro del habitual concepto filipino de mezclar lo religioso con lo festivo.

Una vez allí, Enaje y sus seis compañeros fueron despojados de la túnica y dejados en taparrabos antes de ser clavados y levantados durante unos cinco minutos, máxima expresión del testimonio de fe.

Acto seguido, fueron atendidos por los servicios médicos, que les curaron las heridas en manos y pies de los clavos de 10 centímetros de longitud, empapados en alcohol para evitar infecciones.

Como cada año, fue masiva la presencia de turistas extranjeros, muchos de ellos jóvenes y para quienes se reservaron gradas cubiertas delante mismo del montículo de las cruces, e incluso algún musulmán curioso, que pasó casi desapercibido entre tanto católico.

"Nunca pensé que fuera a ser así, es mucho más real de lo que había imaginado", comentó Elena Carrasco, una española que trabaja en Manila y que acudía por primera vez a las crucifixiones.

"Parece más un espectáculo para los turistas, pero seguro que ellos -los penitentes- no están pensando en eso, hoy se han sentido más cerca de Dios", señaló a Efe.

Davor Simic, fotógrafo croata que está de vacaciones en Filipinas, no quiso perder la oportunidad de tomar instantáneas del martirio, que calificó de auténtico espectáculo.

"Es increíble poder ver algo como esto en pleno siglo XXI", manifestó mientras levantaba su cámara por encima de las cabezas de la muchedumbre para poder captar el instante en que comienzan a izar las cruces con los penitentes clavados.

Pero no todos lo disfrutaron tanto, especialmente las decenas de personas que tuvieron que ser atendidas por los servicios médicos por deshidratación e insolaciones, y muchos visitantes se quejaron de la falta de organización y las dificultades para acceder al recinto principal, plagado de tenderetes y puestos de comida.

El polvoriento camino que lleva hasta el Gólgota es a su vez otro Vía Crucis para los visitantes, que además del calor y la multitud deben esquivar constantemente la sangre que salpican las decenas de flagelantes que hacen el mismo recorrido hasta la explanada mientras se golpean su espalda desnuda con un látigo terminado en puntas de bambú, al más puro estilo de la Ashura en el Islam chií.

Las crucifixiones de San Pedro de Cutud, pequeña ciudad situada 70 kilómetros al norte de Manila, son sólo una de las numerosas manifestaciones de fervor religioso y tradición que proliferan por todo el archipiélago filipino durante la Semana Santa.

Desde hace años, la influyente Iglesia Católica de Filipinas no anima a participar en estos espectáculos tan extremos, pero tampoco los condena