Así como en 2015, en Mar del Plata, el Encuentro Nacional de Mujeres contó con más de 25 talleres sobre violencia y femicidio, este año en Rosario, la preocupación de muchas mujeres está puesta en la situación económica actual del país, que las afecta de forma directa.

Mujeres pensantes, mujeres inquietas, mujeres fuertes que se han fortalecido para ayudar a otras a hacerlo, valoran esta posibilidad de juntarse e intercambiar historias. De verse las caras y saber que aunque vengan de Salta o de La Pampa, tienen algo en común: pertenecer a un género que viene soportando siglos de dominación y no conformarse con ello.

Son las 3 de la tarde del sábado y el sol invita a disfrutar del día de primavera; sin embargo ellas están allí, en las aulas de las escuelas rosarinas, enseñando y aprendiendo a no dejar que la vida y los otros les pasen por arriba. En el Normal N° 2, un grupo de talleres tienen como eje de conversación la situación laboral de las mujeres en el país.

“Hasta el año pasado hablábamos de «mujer y trabajo» y este año tenemos que hablar de «mujer y desocupación»”, dice Carolina, estudiante de Relaciones Laborales, y remarca que cuando los puestos de trabajo empiezan a escasear, ser mujer y tener más de treinta años, tanto como ser mujer y tener hijos, se convierten en causas de exclusión laboral.

El año arrancó con despidos y suspensiones. La devaluación y la inflación registradas en los últimos meses provocaron la caída del consumo y también cambios en la organización familiar tendientes a recortar costos. Por estas razones, miles de mujeres que vivían de changas o trabajos informales, se quedaron sin ellos. Niñeras, trabajadoras en casas particulares, ayudantes de cocina, perdieron sus fuentes de ingresos, al igual que las vendedoras ambulantes y pequeñas emprendedoras que tenían puestos de comida y hoy han perdido gran parte de su clientela, además de no poder hacer frente al pago de las tarifas de luz y gas.

“A eso hay que agregarle, la desocupación juvenil”, señala una mujer de unos veintipico que representa a la organización Barrios de Pie. “Hay una gran cantidad de chicas que no han terminado la escuela (algunas ni siquiera tienen la primaria completa) y tienen aún menos posibilidades de conseguir trabajo que el resto”, afirma la dirigente, e insiste en que hay que generar algún programa de empleo para ellas y ayudarlas a finalizar los estudios.

Varias mujeres asisten al taller con sus niños pequeños. Uno duerme plácidamente sin importarle la luz ni las voces que lo rodean. Otro toma la teta y un tercero juega con un autito en el piso. Todo mientras sus mamás se ocupan de informarse y de descubrir cómo sus historias personales se replican en una y otra, con singular parecido.

“No me dieron el trabajo de limpieza en el hotel por mi cuerpo”, dice una marplatense que explica las dificultades que tiene para conseguir un empleo estable y en blanco, a causa, entre otras cosas de los requisitos físicos que le imponen. Cuenta que las jornadas laborales en los comercios ligados a la pesca, en esa ciudad, son de 12 horas y para una mujer sola con hijos, son imposibles de cumplir. De aceptar el empleo, debería pagar a su vez a una niñera que cuide a los chicos durante muchas horas y el sueldo que les ofrecen no alcanza para eso.

Las situaciones de violencia de género se cuelan una y otra vez entre los testimonios de las mujeres, al punto que varias veces hay que hacer intentos por volver al eje “mujeres y desocupación”, un tópico –desde ya–  no exento de violencia.

Una referente del Consejo de Mujeres de Morón pide que se empiecen a plantear estrategias y herramientas concretas “para revertir lo que se describe y no quedarnos en el diagnóstico”. Otra asiente y lanza una consigna: “Basta de encargarnos de las tareas sensibles, emotivas, solidarias o de servicio. Mucho asistencialismo y poca lucha revolucionaria”.

Desde el fondo del salón, una joven de Concepción del Uruguay, Entre Ríos, describe su experiencia laboral. Dice que junto a un grupo de mujeres hizo un curso de capacitación en albañilería y colocación de pisos. “Podemos hacer esos trabajos también si queremos”, cuenta entusiasmada, porque su objetivo es el de construir su propia vivienda. “Tenemos que crear cooperativas territoriales para ser dueñas de la tierra y no vivir pagando fortunas en alquileres de casas que nunca serán nuestras”, dice animada.

La participación es fluida y espontánea. Son muchas las que quieren contar su experiencia o responder al comentario de otra. Una chica mendocina cuenta que tuvo que renunciar a su trabajo por el abuso de autoridad de su jefe, conducta que el hombre manifestaba no sólo con ella, sino también con el resto de sus compañeras. Plantea la necesidad de que las trabajadoras se organicen y sean solidarias entre ellas para modificar estas situaciones sin tener que abandonar los puestos de trabajo que de por sí, no abundan.

Apuntando a luchas y reivindicaciones gremiales, una docente que trabaja en zonas marginales agrega que es importante conseguir la licencia para trabajadoras que sufren violencia en sus hogares, derecho con el que hasta ahora, sólo cuentan algunos sectores de la administración pública en algunas jurisdicciones del país.

La voluntad, primer motor inmóvil

Una joven madre tucumana, de alrededor de 25 años, toma la palabra y describe su situación. Narra que siendo adolescente se fue de su casa y terminó captada por una red de trata de personas, de la que al fin, fue rescatada por la Fundación Marita Verón. Actualmente, vive en Corrientes y es madre de una nena de 8 años y un pequeño al que amamanta mientras desanda parte de su historia.

Podría decirse desde afuera que la vida le negó bienestar y posibilidades, y no estaríamos errados. Quizás no tuvo una familia contenedora; a lo mejor no se cruzó en su camino con alguna maestra, amiga o vecina que la ayudara y le tendiera una mano antes de que fuera a parar a la calle, donde –dice convencida– no quiere volver jamás.

Pero a falta del acompañamiento que necesitó y no tuvo, ella cuenta con una fuerza de voluntad arrolladora, que sale a la luz con cada palabra. Ella pone el acento en la educación. Es maestra de niños especiales y a pesar de los muchísimos escollos que debió sortear para conseguir trabajo, por su condición de madre, hoy tiene empleo y mantiene su hogar, ya que el desocupado es su marido.

Buscar trabajo y no encontrarlo puede volverse desesperante, sobre todo cuando quien busca es, además, mujer y sostén de un hogar. No obstante, hoy, aquí y ahora, no parece haber espacio para el abatimiento. Al menos, así lo ratifica Anahí, despedida en marzo último del Ministerio de Trabajo de la Nación. Para ella “la lucha es y será el único camino posible”.

Al escucharla, ninguna la contradice y es posible que la razón de ese consenso radique en que la capacidad de luchar (al igual que los siglos de dominación y el inconformismo) sea parte del común denominador que trajo a estas 70 mil mujeres a Rosario y que las sigue impulsando a querer cambiar la historia.