La fructosa está presente de forma natural en la fruta (de ahí su nombre) pero en cantidades demasiado bajas para ocasionar problemas por más fruta que una persona sea capaz de comer en un día. Sin embargo, en algunas gaseosas o jugos concentrados la fructosa está presente en altas concentraciones, y un consumo excesivo sí es capaz de transferir al organismo grandes cantidades de fructosa, capaces de ejercer efectos nocivos en la salud.

Un nuevo estudio realizado con ratas por expertos de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), es el primero en mostrar cómo una dieta rica en fructosa causa los efectos citados, y también cómo los ácidos grasos omega-3 pueden contrarrestar esta alteración.

"Lo descubierto muestra que lo que uno come afecta al modo en que piensa", reflexiona agudamente Fernando Gómez Pinilla, profesor de neurocirugía así como de fisiología y biología integrativa.

Aunque ya se conocía cómo la fructosa puede ejercer efectos nocivos en el cuerpo mediante el papel que la sustancia desempeña en trastornos como la diabetes, el hígado graso y la obesidad, este estudio es el primero en descubrir cómo ese edulcorante influye en el cerebro.

El equipo de la UCLA se centró en el jarabe de maíz rico en fructosa, un líquido barato que endulza seis veces más que el azúcar de caña, y que en naciones como Estados Unidos es común que sea añadido a alimentos procesados como refrescos, condimentos, e incluso comida para bebés. El estadounidense promedio consume cada año más de 18 kilogramos (40 libras) de jarabe de maíz rico en fructosa, según el Departamento de Agricultura de ese país.

Gómez Pinilla y Rahul Agrawal estudiaron dos grupos de ratas a las que se les dio a consumir una solución de fructosa a modo de agua para beber, durante seis semanas. Las ratas del segundo grupo además recibieron ácidos grasos omega-3, que protegen de daños a las sinapsis. Éstas son las conexiones químicas entre las neuronas que hacen posible la memoria y el aprendizaje.

Al principio, los animales fueron alimentados con una dieta normal y entrenados en un laberinto dos veces al día durante cinco días, antes de comenzar la dieta experimental. El equipo de la UCLA evaluó la capacidad de las ratas para atravesar el laberinto, que contenía numerosos agujeros pero sólo una salida. Los científicos colocaron puntos de referencia visuales en el laberinto para ayudar a las ratas a aprender y recordar el camino.

Seis semanas después, los investigadores evaluaron la capacidad de las ratas para recordar el camino y escapar del laberinto. Lo que vieron les sorprendió.

El segundo grupo de ratas atravesó el laberinto mucho más rápidamente que las ratas que no recibieron ácidos grasos omega-3. Los animales privados de esos ácidos grasos fueron más lentos, y sus cerebros mostraron una disminución en la actividad sináptica. Sus neuronas tuvieron problemas para comunicarse entre sí, lo cual alteró la capacidad de las ratas para pensar con claridad y recordar el camino que habían aprendido seis semanas antes.

Fuente: Noticias de la Ciencia y la Tecnología