Cuando hablamos de enfermedad vascular periférica (EVP), debemos tener presente que no solo nos estamos refiriendo a la ateroesclerosis de las arterias que irrigan los miembros inferiores, sino que estamos ante la presencia de un fuerte indicador de gravedad de la misma en otros territorios vasculares, ya que estos pacientes presentan enfermedad coronaria y cerebro-vascular en más de la mitad de los casos, e incrementan seis veces el riesgo de muerte cardiovascular.

Su aparición comienza generalmente a partir de los 50 años, con su mayor pico de presentación por encima de los 70, siendo la hipertensión arterial, la diabetes y el tabaquismo los factores de riesgo mayormente asociados a esta enfermedad.

El síntoma más común de EVP es lo que se denomina clásicamente como claudicación intermitente (descripta como dolor en las pantorrillas al caminar que obliga a detener la marcha), que está presente solo en un tercio de los pacientes. Muchos restan jerarquía a estos síntomas y los atribuyen a debilidad muscular propia de la edad y a otras enfermedades concomitantes que limitan la actividad, enmascarando el diagnóstico, por lo que por cada paciente sintomático, hay cuatro asintomáticos. Debido a lo que previamente mencionamos, la EVP es una grave entidad enormemente sub-diagnosticada. ¿Qué sucede con los síntomas en la evolución de esta patología? a los cinco años la mitad permanecen estables y una gran proporción progresa a isquemia critica (dolor en reposo y compromiso de la vitalidad del miembro afectado), al año el 1% es amputado y 5% fallece (recordando que la mayoría lo hacen por causas cardiovasculares como infarto de miocardio y accidente cerebro-vascular). Desafortunadamente la presencia de síntomas no influye en el pronóstico de estos pacientes, lo que lo hace es la sola presencia de la enfermedad, de ahí la importancia radical en hacer un correcto diagnóstico.

¿Cómo diagnosticamos esta enfermedad? La forma más sencilla es revisando al paciente en el consultorio y palpando los pulsos en las extremidades. Un método accesible y de fácil realización es la medición del índice tobillo- brazo (ITB): su importancia radica no solamente en confirmar el diagnóstico, sino también el pronóstico que determina en los pacientes. ¿A quienes hacerlo? – aquellos en los que aparecen síntomas relacionados con la actividad física, - personas entre 50–69 años y que tienen factores de riesgo como diabetes y tabaquismo y, - en mayores de 70 años independiente de la presencia de factores de riesgo. Otro técnica que presenta una excelente capacidad de detección de EVP (siendo realmente inocuo) es la ecografía arterial doppler de miembros inferiores. El resto de los estudios por imágenes existentes (angiografía digital, tomografía computada o resonancia magnética) son necesarios cuando debemos establecer una localización más precisa previa a algún tipo de intervención, y en este punto, el médico tratante ubicará en la balanza los beneficios y riesgos de cada uno de ellos.

El objetivo del tratamiento es global y multi disciplinario, se centra en la preservación del miembro y por lo tanto en la sobrevida del paciente. Nuestros esfuerzos terapéuticos tendrán como finalidad hacer desaparecer o calmar los síntomas, eliminar la lesión, frenar el avance de la enfermedad y disminuir la mortalidad. ¿Como comenzar esta ardua tarea?

-Modificación de factores de riesgo: la cesación del hábito tabáquico cumple un rol primordial en la estrategia terapéutica, ya que aquellos que continúan fumando tendrán una peor evolución (Muerte, IAM y ACV). Además debemos controlar estrictamente las cifras de colesterol, hipertensión arterial y los valores de glucosa en sangre, todos de igual trascendencia.

-Ejercicio: un plan de ejercicios programados es fundamental, ya que tendrá francos resultados en la distancia caminada libre de síntomas (cuanto más tiempo y más veces pueda caminar más allá del máximo dolor en los miembros, mejor) y efecto directo positivo sobre los factores de riesgo antes mencionados. Lo establecido como mínimo son 30-60 minutos diarios, tres veces por semana.

-Tratamiento farmacológica: existen drogas que mejoran la distancia caminada libre de dolor. Además, como mencionamos anteriormente el descenso del colesterol es unos de los pilares del tratamiento y la administración de Estatinas (fármacos para descender el colesterol “malo”) es mandatorio!! Aún en pacientes asintomáticos y con cifras de colesterol no elevadas, han demostrado mejorar la sobrevida y la calidad de la misma.

-Revascularización: con respecto a esta estrategia terapéutica hoy en día contamos con dos tipos de intervenciones, las quirúrgicas y las endovasculares. El tratamiento endovascular (angioplastia), consiste en la dilatación de la arteria obstruida desde adentro de la luz vascular por medio de catéteres con balones en su extremo, todo realizado a través de una pequeña punción en la región inguinal sin necesidad de cirugía. En algunas intervenciones puede utilizarse además el implante de un stent, que es una prótesis metálica, que impide que el vaso se retraiga luego de la dilatación del mismo. Tiene como ventaja ser un procedimiento mínimamente invasivo, que se realiza bajo anestesia local, mínima estadía hospitalaria (24 hs), e incluso muchos procedimientos pueden hacerse ambulatorios, con rápida (casi inmediata) recuperación y rehabilitación, y casi nulo riesgo de infecciones. Tanto la angioplastia como la cirugía no deben ser tomadas como alternativas antagónicas, sino como recursos complementarios y escalonados a los que suele recurrirse cuando el indispensable tratamiento médico, no es suficiente.


Dr. Roberto Larghi - - Médico Cardiólogo
MP 16248 – Servicio de Hemodinamia del Sanatorio Los Arroyos y Sanatorio Británico de Rosario