El reconocido filósofo español Fernando Savater en su libro “El valor de Educar” argumenta que “los niños llegan a la escuela sin disciplina porque las familias eluden educarlos. Con frecuencia los padres se quejan respecto a la falta de incentivo para estudiar de los jóvenes y culpan de ello a la escuela”. Sin embargo, desde su visión, “precisamente sería la familia la que tendría que realizar esa estimulación.





El niño, en principio, no tiene ningún entusiasmo por la escuela porque no conoce los bienes que puede obtener por medio de la educación escolar; somos los adultos quienes sabemos lo que puede dar la escuela. Los padres son los que tendrían que convertirse en abogados y propagandistas de ella para que el niño acuda con interés, y también ayudarle en sus tareas. La escuela no es un lugar que deba ser divertido o entretenido o que deba auto justificarse, sino que el impulso hacia ella debe venir de la dimensión sentimental, familiar”.





En el proyecto de ser humanos, la escuela representa el espacio donde el niño empieza a socializar. Frente a otros referentes formativos, como la familia o los grupos de pares, la institución escolar destaca por estar sujeta al control público. Ahora bien, la educación no depende sólo de ella. Sin embargo, la sociedad –sobre todo los padres— pretende transferirle esta tarea y desembarazarse así de la responsabilidad que implica.





”El valor de educar” trata de forma amena aspectos educativos problemáticos. Y los aborda sin rodeos, con claridad expositiva y proponiendo alternativas.

Lejos de los análisis catastrofistas, la lectura transmite tranquilidad y optimismo, aunque sin dejar, por ello, de advertir —incluso en tono incisivo— sobre las urgencias en una materia sensible en toda sociedad: la formación de sus noveles. Un buen ejemplo de esas notas lo constituye su opinión acerca de que los padres y las familias esquivan con frecuencia la responsabilidad de educar a los niños.

"Estimular la sed de conocimiento y, luego, satisfacerla, conforma una tarea que hoy recae casi exclusivamente en el sistema educativo cuando en realidad concierne a las distintas partes de la sociedad y, en principio, a la familia. La escuela se encuentra así asfixiada por un bulto enorme al que el resto le hace la vista gorda. Además, debe soportar ese peso exclusivo mientras por otro lado aguanta los golpes bajos de sus propias deficiencias. Por ejemplo, la «pedantería pedagógica» de muchos maestros cuya falta de humildad agobia y anula los deseos de aprender del ya mal estimulado alumno", afirma.

Savater se ha dedicado a lo largo de su carrera a reflexionar sobre asuntos cotidianos y candentes en la sociedad, como la ética, la política o, ahora, la muerte en el libro sobre el que está trabajando, titulado “La vida eterna”.





Por medio de un lenguaje accesible y no por ello menos lúcidos— ha conseguido acercar la filosofía al gran público, incluidos los jóvenes.





Para Savater ser humano se nace pero también hay que serlo, es decir, que debe conseguirse ese ideal. Y en ese sentido, la escuela cumple un rol fundamental: “El ser humano no es una descripción biológica sino también un proyecto cultural y, si se quiere, filosófico. Obviamente los humanos nacemos del útero materno pero después debemos nacer en el útero social y construirnos como humanos por medio del lenguaje, de la socialización, de la ética. En todo eso la escuela cumple el proceso básico, porque es el momento en que los neófitos se ponen en contacto con un ámbito más amplio que su familia, menos íntimo, de menor identificación sentimental y más coactivo, más social.

Los niños están 4 ó 5 horas diarias en el colegio y el resto del tiempo conviven con otros referentes como la propia familia, los amigos o los medios de comunicación: “por eso la escuela tiene que intentarlo. En algunos los logrará mejor que en otros, pero la escuela es el único referente que puede tener un control público y democrático. Uno no puede elegir a los padres de los niños ni a sus amigos, y los medios de comunicación están regidos por las leyes de mercado. Los únicos que están sometidos a un cierta dirección o control democrática son la escuela y los planes de estudio, y por lo tanto esas horas son esenciales.Luego, el proyecto se logrará mejor según el país y la institución en cuestión, pero eso es lo que hay”.

Ante la pluralidad de referentes culturales, morales, sociales y del desdibujamiento de los valores que regían las instituciones, Savater destaca que “toda educación es una reflexión sobre la cultura, educar es reflexionar sobre lo que merece transmitirse y lo que no. Que vivamos en sociedades plurales, debería incitarnos a crear una base común que se pueda transmitir por medio de la escuela. Una cosa es que nuestra sociedad sea plural y otra que no sea una sociedad, es decir, una yuxtaposición de tribus o grupos que deben vivir unos con otros. Una sociedad, si realmente es una sociedad, por más plural que sea, debe tener una estructura común de valores y de sentidos por debajo de todas la variedades culturales. Esos valores comunes son los que deben inculcarse fundamentalmente. Luego, cada escuela puede tener su propio sesgo según la orientación del grupo escolar”.

Los colegios hoy son un reflejo de las desigualdades sociales, afirma Savater: “hay una idea que intenta que el colegio sea una reproducción de elites, que haya colegios al resguardo del resto de la sociedad que reproduzcan la clase de tropa social; esa pretensión la ha habido siempre, mucho más que ahora. Y todavía queda mucho de esa tendencia, la vemos en la resistencia a los cambios educativos. Pero se veía mucho más antes, cuando se educaban unos cuantos elegidos de la sociedad y los demás eran domesticados pero no educados. Hoy, aunque todo el mundo puede acceder a la educación, aún en muchos asuntos esenciales existe ese clasismo”.

Los movimientos contraculturales han criticado la función social de la escuela, tomándola como aparato de control y disciplinamiento. En este sentido, el filósofo español subraya que “es cierto que la escuela es un instrumento de control y de disciplina, lo que pasa es que eso no tiene nada de malo. Ahora, una cosa son los abusos y los excesos y otra, la autoridad.





Aristóteles decía que para llegar a ser gobernante antes hay que haber sido gobernado. Eso es la educación. Un ciudadano demócrata es un gobernante porque en la democracia todos somos gobernantes de nuestros países. Y para ejercer el control, la disciplina, en la sociedad en que vamos a vivir, antes hay que haber conocido esos mecanismos; primero como sujeto paciente y luego como protagonista. La educación es el primer momento en que somos gobernados, en que tenemos un control, una dirección, que naturalmente no tiene por qué ser caprichosa o autoritaria. Como en muchas otras cosas, la contracultura se equivoca”.

Fuente: Teína