“Ohhhhh, que se vayan todos…. que no quede, ni uno solooooo”. El canto bajó de las tribunas como puñal al corazón de los jugadores de Central, que dentro de la cancha no acertaban dos pases seguidos y parecían pasmados por la impotencia y la vergüenza de una derrota más. El viernes, la hinchada canalla apartó aquella ley tácita de no agraviar a los futbolistas propios y se sacó toda la bronca contenida. Esa derrota ante Lanús fue el colofón a una cadena de padecimientos que carcomieron la paciencia del pueblo auriazul.
El ingreso del equipo a la cancha pareció no revelar lo que verdaderamente sentía por dentro el hincha común. Los aplausos y el aliento desinteresado no tardaron en aparecer, y el gol de Paglialunga hizo suponer que una reconciliación era posible. Claro: el traspié en el Coloso ante el rival de siempre, producto de la indolencia y la incapacidad en idénticas proporciones, había achicado al mínimo posible el margen de tolerancia, y solo una victoria ante el Granate curaría en parte las heridas.
Pero en el segundo tiempo, Central volvió a ser el Central de este Apertura. Dilapidó rápidamente la ventaja que había obtenido (injustamente, por cierto), se empantanó en sus propias dudas y Sand le dio el golpe letal a la paciencia del Gigante. Que reaccionó con furia ante otra caída del desdibujado elenco de Alfaro. El pedido de que se vayan todos o el “Esto no es joda… esto es Central” fue el castigo que la gente le propinó a un plantel que se encargó de despilfarrar el apoyo incondicional de una de las hinchadas más fieles del fútbol argentino. Camino al túnel, hubo más reprobaciones y hasta algunos insultos.
Haciendo una lectura más profunda de la rebeldía del hincha, y escuchando las acaloradas charlas entre los propios simpatizantes al salir del estadio, queda claro que la dirigencia también es apuntada como culpable de que Central esté en el sótano de la tabla y jugando muy mal. Más allá de los pasquines de neto corte político que fueron repartidos antes del juego, no fueron pocos los que manifestaron su disgusto por algunas contrataciones que hasta aquí no dieron sus frutos (más bien todo lo contrario), y esgrimieron como equivocación sustancial la de haber dejado ir a Emiliano Papa, artífice del 70 por ciento de las jugadas de riesgo que generaba aquel equipo de Madelón. Aunque no decisiva, esa mala jugada, según el hincha, tiene su influencia en el escaso fútbol auriazul.
Paradójicamente, en este caso no quedó en el ojo de la tormenta el técnico del equipo, Gustavo Alfaro. Esta vez, el fusible que generalmente salta primero no es señalado como responsable ya que su arribo al club se produjo con el plantel formado y el rendimiento por el piso. Los hinchas entienden que la porción de responsabilidad que le cabe al DT es mínima, ya que no ha tenido tiempo suficiente de trabajo para corregir errores heredados y ha sufrido la ausencia de varias piezas importantes del plantel. Pero a Lechuga también se le achica el margen: no es difícil imaginar cuánto más le durará el crédito si las victorias no aparecen pronto.
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