Rocío Baró/Sabrina Ferrarese

Ya es de noche en la ciudad. Las luces vuelven blanco el playón que la Municipalidad tiene en la plaza de la Cooperación, la del Che o la de Pocho Lepratti. No todo es fútbol por acá. Un grupo de chicas y chicos llegan en “mulas” y aprovecha la tribuna para desplegar sus cascos, tacos, rodilleras y guantes, mientras que algunas bochas se escapan de algún bolso. Sí, buscan "camorra". Son algunos de los 30 pibes que en Rosario practican bike polo, polo bike o polo en bicicleta. Y algunos de los 100 que se animan a este juego en todo el país.

Se toman su tiempo. Un chico de menos de 30 mira de cerca la cadena de su "mula" –"bicicleta" en la jerga del polo bike– y la examina con obstinación. Una chica se coloca rodilleras y se ajusta el casco a la cara. Otro revuelve la mochila y con algún tipo de pinza ajusta el taco. Hace unos dos años conformaron “La Camorra”, un club de polo bike que cada viernes y domingo practica en Tucumán y Mitre, una rutina casi religiosa que ordena Manuel, el referi, blacberry en mano a modo de cronómetro.

“Es un deporte que tiene la receta para el desastre”. Matías conversa con Rosario3.com antes de salir a la cancha, no le importa explicar de cero a qué vienen a la plaza. “No digo que sea un deporte de riesgo pero hay que tener recaudo, que se va perdiendo a medida que se mejora la comunicación con el equipo y se practica”, plantea.

“Son tres contra tres, pueden ser mujeres y varones. No hay diferencias. El partido dura 10 minutos o lo que duran 5 goles, lo que suceda primero. Con el taco en una mano, sólo te queda la otra para manejar la bici, no podés poner los pies en el piso, y hay que seguir la bocha”, precisa a modo de instructivo rápido. Es curioso verlos, furiosos ciclistas dando miles de vueltas en una cancha de 40 por 20 metros, frenando, acelerando, pegando palazos y pedaleando detrás de una pelotita que se vuelve incontrolable.

Victoria llega agitada en su bicicleta. Viene de la Siberia, donde estudia Arquitectura. La corrección no terminaba más y debió apurar el trámite para estar puntual en la cancha. “Hace 6 semanas que empecé a venir, un amigo me dijo que me enganche, yo ya sabía de esto por las redes sociales”, cuenta. Su infancia y adolescencia ligada al hockey le puso las cosas más fáciles: “Vivo en Funes y muchas veces jugábamos en bici con los palos y la bocha”, recuerda. Ahora, es cuestión de práctica – observa–, al tiempo que advierte que “la buena onda de los chicos que te explican, te enseñan y te prestan todo, ayuda mucho”.

En codos y piernas están las marcas del piso. Caerse, levantarse y volverse a caer parece ser la fórmula para encontrarle la vuelta a este deporte de pocos con ganas de muchos. Al menos el casco evita los peores golpes: “Todo el tiempo tenés que coordinar la bici, el taco y la bocha. Pensás que te vas a caer, pensás en cómo vas a frenar y el miedo de chocar está, pero se va superando”, agrega.

Do it yourself

Tres contra tres, mezclados chicos y chicas. Empieza el juego. Las ruedas giran a toda velocidad y contra el piso parece que silbaran. La bocha corre más rápido y perseguirla obliga a los jugadores a pedalear y frenar a cada rato. El piso está siempre cerca, los choques asegurados. Cuesta pero uno de los “camorreros” hace un gol y lo festeja levantando el taco. Se divierten mucho, al menos, es lo que se ve desde la tribuna.

Todo en el bike polo es casi artesanal. Matías considera que tiene mucho de punk, de hacelo vos mismo, por vos mismo. Es por eso que no se necesita mucho para practicarlo, salvo una bicicleta: “Lo más importante es que no la quieras porque se rompe siempre, no vengas con la bici de tu abuelo porque siempre vas a estar cuidándola y no sirve”, asegura.

La carencia de una industria nacional de polo bike–desarrollada, por el contrario, en Estados Unidos, Canadá, Irlanda e Inglaterra– en el país los obligó a agudizar sus capacidades. En un taller se reúnen y ponen a punto las mulas, y arman sus propios tacos con pedazos de caños de gas: “Cuando vemos pasar al camioncito de Litoral Gas, los paramos y les pedimos “un pedacito, un pedacito””, confiesa entre risas.

La bocha fue un tema. “Empezamos con una de hockey sobre césped pero era muy pesada, así que la agujereamos hasta dejarla liviana”, recuerda. También probaron suerte con una de hockey sobre hielo. Ahora, gracias a la generosidad de unos jugadores de Buenos Aires que viajaron al exterior, cuentan con una bocha hecha y derecha. La solidaridad y el espíritu de equipo resuelven mucho: “Los que pueden viajar piensan en traer cosas al país, cuando nos trajeron de Francia unas bochas nosotros regalamos algunas a los chicos de Chaco”, cuenta Matías.

En la cancha se ven los pingos

A pesar de los escasos jugadores de polo bike en la ciudad, se creó una liga local que incluye a Villa Constitución. Esta alternativa los mantiene en movimiento, conformando equipos y enfrentándose con frecuencia.

Oliver tiene 28 años y está entusiasmado por lo que viene: “El 7 y el 8 de julio tenemos un campeonato nacional en Cerrito y Buenos Aires donde viene gente de todo el país y en octubre –añade–vamos a participar en Buenos Aires de un campeonato sudamericano”.

Con el casco aún puesto, después de un partido, celebra el polo bike: “Lo que más me gusta es la conjunción, estar en equipo, poner a prueba la destreza, la adrenalina de la bici y el grupo humano. El entrenamiento se hace andando en bicicleta, en la calle”, resume como si diera la fórmula del mejor deporte del mundo.