Desde la lactancia y los primeros alimentos que ingiere un bebé comienza a moldearse la conducta alimentaria de una persona. Una vez establecido un patrón alimentario es muy difícil modificarlo, tanto a nivel individual como poblacional. Por eso, actualmente se estudian con tanto interés los factores que influyen en su desarrollo, ya que sería ideal poder detectar qué características son protectoras de la obesidad y cómo promoverlas.

Las características de los alimentos ofrecidos, en cuanto a su calidad, cantidad, textura, composición nutricional y seguridad alimentaria son aspectos que se toman en cuenta. Sin embargo la actitud materna durante la alimentación, es otro factor fundamental a considerar a la hora de promover una conducta alimentaria saludable. Es decir que no sólo es importante qué darle sino también cómo dárselo.

En el inicio de la vida, la alimentación, el contacto corporal y los cuidados afectivos forman parte del mismo vínculo entre el bebé y la mamá. Cuando se estudia la actitud materna, suele observarse que las madres que amamantaron a sus hijos controlan menos la ingesta de éstos en los primeros años de vida.

La experiencia de la lactancia hace que las madres estén más atentas a las señales del niño con respecto al inicio, duración y finalización de la comida, siendo el niño el que reclama el alimento (“el que no llora no mama”), succiona con más o menos presión determinando la velocidad de la ingesta y el volumen, y suelta el seno materno cuando está satisfecho. Durante la lactancia se crean las condiciones para que el bebé sea el que regule su propia ingesta, y la madre esté atenta a reconocer las señales de hambre y saciedad de su hijo.

El reconocimiento del hambre y la saciedad y la autorregulación de la ingesta se van perdiendo a medida que crecen, por eso es importante “entrenar” al niño a detectar estas señales fisiológicas y respetarlas desde el inicio de la alimentación complementaria. En esta etapa el rol de la madre o del cuidador “marcan” la conducta alimentaria.
 
La conducta alimentaria se va formando a lo largo de las experiencias del niño con la comida y su interacción con el medio. El reconocimiento del hambre y la saciedad y la autorregulación de la ingesta se van perdiendo a medida que crecen, por eso es importante “entrenar” al niño a detectar estas señales fisiológicas y respetarlas desde el inicio de la alimentación complementaria. En esta etapa el rol de la madre o del cuidador “marcan” la conducta alimentaria.

Existen diferentes estilos en la forma de alimentar a los niños pequeños, que dependen de factores culturales y de las actitudes de la madre o el cuidador.


Pueden reconocerse 5 formas principales que destacan los doctores Débora Setton y Pablo Durán:

1. Perceptiva: los padres están atentos a las respuestas del niño, reconocen y respetan las señales de hambre y saciedad, pero cuidan la calidad nutricional de lo que le ofrecen. Es decir ellos deciden “qué” y el niño “cuánto”. La OMS recomienda como principios básicos de la alimentación perceptiva:

a) alimentar a los lactantes y ayudar a los niños mayores cuando comen por sí solos, respondiendo a sus signos de hambre y saciedad.

b) alimentarlos despacio y con paciencia, estimulándolos a comer, pero sin forzarlos.

c) si rechazan varios alimentos, experimentar con combinaciones, sabores, texturas y animarlos a comer.

d) minimizar las distracciones durante la comida.

e) hablarles y mantener el contacto visual. Esta es la forma ideal de relacionarse con el niño.

2. Con Presión: en esta modalidad, los adultos presionan para que coma la cantidad que ellos consideran adecuada, estimulándolo a comer hasta finalizar la porción, sin tener en cuenta las respuestas del niño. También se refiere a los padres que obligan a sus hijos a comer los alimentos que consideran saludables con el fin de desplazar la ingesta de alimentos de baja calidad nutricional.

3. Restrictiva: Los adultos intentan disminuir la cantidad de lo que suponen que el niño comería espontáneamente, ofreciéndole menos cantidad de comida y en general, diciéndole que la ingesta ya ha sido suficiente.

También controlan que la calidad nutricional sea adecuada y no le permiten ingerir alimentos que no consideren saludables. No permiten una regulación fisiológica de la ingesta. Paradójicamente, es una conducta observada con frecuencia en los padres de niños obesos.

4. Indulgente: Los padres están atentos al apetito y saciedad del niño, pero no ponen límites en la calidad y cantidad de lo que el niño come.

5. “Dejar Hacer” (en francés laizzer faire): Los padres no controlan la calidad ni cantidad pero tampoco están atentos a las manifestaciones de hambre y saciedad de los niños. No están conectados con la alimentación del niño, no se los estimula a comer.

Los primeros años de vida son clave en el desarrollo de la conducta alimentaria y muchos autores han investigado los rasgos del comportamiento, con el afán de detectar qué conductas en la madre y en el niño se asocian a obesidad y trastornos alimentarios años más tarde.

La presión sobre el niño para que coma, en líneas generales, genera más selectividad y menos ingesta , mientras que la restricción genera sobrealimentación y exceso de peso en edad escolar y obesidad y conductas alimentarias compulsivas en la adolescencia .

La preocupación excesiva de la madre porque su hija no aumente de peso es también un factor que se asocia a mayor sobrepeso en niñas preescolares.
Sin embargo, cabe cuestionarse si el modelado de la conducta alimentaria depende tanto de la actitud materna o si en realidad, la misma madre con un hijo delgado y selectivo, lo presiona para comer, mientras que con un hijo con sobrepeso lo restringe, como forma de cuidarlos. Es frecuente ver en el consultorio estas problemáticas, y muchas veces encontramos como denominador común el control materno excesivo sobre la alimentación de los hijos, quitándoles así la posibilidad de la autorregulación.

Fuente: Infancia Hoy