Millones de musulmanes del mundo árabe y de todo el mundo celebran entre este martes y el miércoles la fiesta que marca el fin del mes de ayuno de Ramadán, uno de los cinco pilares del Islam.

Como es habitual, la declaración del fin de Ramadán, que debe hacerse tras la observación del primer hilo de luna en el cielo sin ayuda de instrumentos, se celebra en fechas distintas no sólo entre países vecinos –como Sudán y Egipto, por ejemplo–, sino incluso dentro de un mismo país, como los suntas y chiítas de Irak.

En Arabia Saudita, donde se encuentra el lugar más sagrado del Islam (La Meca), el rey Abdalá bin Abdelaziz dirigió los rezos de miles de personas en la Gran Mezquita que alberga la Kaaba, la piedra negra venerada por todos los musulmanes.

Todos los mandatarios árabes, a excepción del libanés (por ser cristiano), tienen por costumbre dirigir la plegaria del "Eid al Fitr" ante miles de sus súbditos o ciudadanos.

El "Eid al Fitr" es la fiesta más importante del calendario islámico tras la "fiesta del Sacrificio" –cuando se degüellan miles de carneros en conmemoración del sacrificio de Abraham–, y se considera un recordatorio a los musulmanes pudientes de que deben compartir parte de sus riquezas con los más pobres.

Decenas de miles de musulmanes de todo el globo viajan en estos días a La Meca para practicar la llamada "omra" (pequeña peregrinación), pues consideran que la santidad de Ramadán, mes en que el Corán fue revelado al profeta Mahoma, hace propicia la peregrinación.

El "Eid al Fitr" de este año coincide con la brecha cada vez mayor abierta en el mundo árabe como resultado de la violencia en Irak: no solo suníes y chiíes están enfrentados en una oleada de violencia sectaria, sino que entre los países árabes vecinos la división es cada vez mayor sobre el futuro de Irak y la región.

El desacuerdo en las fechas de la celebración de la fiesta de hoy refleja en realidad las profundas divisiones entre los países árabes en numerosos asuntos, coinciden todos los analistas en la zona.

Si Irak como país parece más cerca que nunca de quebrarse, este año se ha abierto un nuevo frente que divide a los árabes, y ha sido la guerra del Líbano, la más destructiva de las sufridas por ese pequeño país.

Durante 34 días de ataques aéreos, terrestres y marítimos de Israel, el Líbano perdió gran parte de su infraestructura, decenas de miles de personas se quedaron sin hogar y 1.400 libaneses perdieron la vida, la mayor parte de ellos civiles.

La captura de dos soldados israelíes por el movimiento chiíta Hezbolá, que desencadenó la guerra, fue vivamente criticada como un acto "aventurero" por Egipto, Jordania y Arabia Saudí, declaraciones que causaron disgusto en sus poblaciones y que los distanciaron de una Siria cada vez más aislada.

Son estos mismos países pro occidentales los que han sucumbido a las presiones de Estados Unidos y están contribuyendo a aplicar las sanciones al gobierno palestino de Hamás, sofocando así no solo las instituciones gubernamentales, sino también la vida de los dos millones de palestinos residentes en la Franja de Gaza.

En este mismo mes de ramadán se materializó en El Cairo lo que parece ser una nueva alianza de países árabes "amigos" de Estados Unidos: todos los del Consejo de Cooperación del Golfo –Arabia Saudita, Kuwait, Emiratos, Qatar, Bahrein y Omán–, más Egipto y Jordania, cuyos representantes compartieron un "iftar" (merienda de Ramadán) con la secretaria de Estado de Estados Unidos, Condoleeza Rice.

Aunque Washington haya desmentido que se esté formando un nuevo "eje" en la región, lo cierto es que Siria, el Líbano y Sudán, además de los palestinos de Hamás, ensanchan el foso que los separa de unos Estados Unidos que solo dicen querer aislar a los "extremistas".