La Hepatitis A, es la más frecuente en Argentina y más de un 50% de la población adulta tiene anticuerpos contra el virus como cosecuencia de una infección pasada y curada, la cual se desarrollo de manera asintomática. Debido a que en un bajo porcentaje de los casos puede producir formas fulminantes y frecuentemente mortales, la vacunación a partir de los primeros años de la vida debe realizarse obligatoriamente. Es una enfermedad escencialmente benigna que se ve habitualmente en niños y adolescentes y su contagio es por vía oral (generalmente por ingesta de comidas contaminadas), con una duración que suele no superar las seis semanas de evolución. A diferencia de los virus B y C, nunca produce formas crónicas. Los síntomas de aparición confunden inicialmente con un cuadro gripal y luego de una semana con fiebre y cansancio, el paciente se pone amarillo, tiene deposiciones muy claras y orina oscuro. En contadas ocasiones el laboratorio hepático no se normaliza en el tiempo esperado y tanto el médico clínico como el paciente suelen angustiarse pensando que el paciente puede estar evolucionando a la cronicidad. No existe ninguna comunicación en la literatura médica que haya documentado seriamente el paso a la cronicidad de una hepatitis aguda a virus A.

La vacuna es muy segura y trae inmunidad (protección) de larga duración en la mayoría de los casos donde es utilizada a las dosis convencionales. Por lo tanto, toda persona que llegue a una consulta médica cualquiera sea la razón, se le debieran solicitar en sangre los anticuerpos (defensas) para esta enfermedad. En el caso de que sean negativos, la vacuna debe ser mandatoria debido que la forma adulta de hepatitis A suele ser muy sintomática en el paciente adulto y en ocasiones necesitar internación debido a la presencia de vómitos y dolor abdominal.

La Hepatitis B es producida por un virus que tiene una estructura molecular distinta al virus A y se caracteriza por tener una cubierta de superficie que le confiere resistencia a la destrucción inducida por desinfectantes comunes (por ejemplo el alcohol). Este virus se inactiva en estufa a 160ºC, o bien a través de la desinfección con lavandina. Estas características especiales hacen que pueda vivir varios días en una gota de sangre seca y continuar siendo infectivo.

De 100 personas que se infectan con el virus B, sólo 35 harán un cuadro de hepatitis aguda sintomática, mientras que las restantes se inmunizarán en forma asintomática. Este último grupo suele alarmarse frente a la aparición de un anticuerpo (generalmente detectado al querer donar sangre), debido a que no recuerdan a lo largo de su historia, haber tenido un cuadro de hepatitis. Su significación clínica tiene que ver con una cicatriz de memoria inmunológica (anticuerpos), que van a portar el resto de su vida y que en la mayoría de los casos le brindará inmunidad definitiva frente a la posibilidad de ser contagiado con el mismo virus. Del 35% que hace hepatitis aguda sintomática (fatiga, orina osscura y color amarillo de piel y mucosas), sólo el 5% evolucionará a formas crónicas, que de no ser tratadas corren el riesgo de evolucionar a cirrósis en el 40% de los casos.

En sus estadios iniciales, este tipo de hepatitis suele confundirse con una artritis debido al dolor de pequeñas y/o grandes articulaciones, fundamentealmente localizadas en los dedos de las manos (pueden comprometer cualquier articulación). Debido a esta situación , es muy común que el paciente inicialmente consulte a un reumatólogo, quien habitualmente alertado sobre esta posibilidad, solicita las determinaciones de laboratorio correspondientes para diagnosticar la enfermedad.

En forma similar a lo que ocurre con el virus A, el virus B tambien tiene una vacuna protectiva, que si bien debe ser administrada preferentemente a grupos de riesgo (personal que trabaje con sangre, profesionales de la salud, adictos endovenosos, homosexuales, etc.), tambien debiera ser aplicada en la preadolescencia, cuando los jóvenes suelen comenzar con sus relaciones sexuales. Este punto es de extrema importancia, porque hoy sabemos que a diferencia de lo que ocurría hace tres décadas, donde gran parte de los contagios ocurrian en pacientes homosexuales varones, hoy las características epidemiológicas de la infección indican un contagio predominantemente por vía heterosexual.

En cuanto al tratamiento del pequeño porcentaje que evoluciona a la cronicidad, existen actualmente en el comercio varias drogas que pueden inhibir la actividad del virus en el hígado y hacer remitir la enfermedad en la mayoría de los pacientes tratados. Se habla frecuentemente de remisión y no de curación porque el virus B es muy difícil de erradicar en forma definitiva y una vez que se hizo crónico, solo un pequeño porcentaje de pacientes puede alcanzar la total eliminación del organismo. La mayoría de los casos que respondieron y entraron en remisión, frenan la inflamación hepática y logran una calidad de vida muy buena por años, a pesar de persistir con el virus en la sangre. Solo un 10-15 % pueden curar en forma definitiva.

La hepatitis C por su parte, es producida por el virus más joven el cual fue descubierto hace apenas 20 años (1989), por un grupo de investigadores californianos que utilizaron técnicas de biología molecular. Esta tecnología que hoy es de uso cotidiano para pruebas diagnósticas de laboratorio y en tejido hepático, en aquel momento no permitieron mostrar la particula viral completa y por primera vez un virus fue diagnosticado a través del reconocimiento de alguna de sus partes, mucho tiempo antes que se reconociera por electromicroscopia la particula viral completa. Se estima actualmente que menos del 1% de la población es portadora del virus en Argentina (datos de banco de sangre) y al igual que el virus de de la Hepatitis B, se transmite fundamentalmente por sangre contaminada. Dado que su descubrrimiento data de pocos años y que la via de transmisión más importante es la sanguinea, sería importante que toda persona que recibió transfusiones de sangre antes de 1992 (época en que comenzó a detectarse el virus en bancos de sangre), sea sistemáticamente estudiada para descartar la posibilidad de ser portadores de la enfermedad. Es de destacar que el contagio por vía sexual es extremadamente bajo, a tal punto que si el paciente decide no utilizar profiláctico en las relaciones sexuales, su chance de infectarse es prácticamente inexistente. Este mismo concepto es válido para las mujeres embarazadas portadoras del virus, debido a que el contagio perinatal del feto no supera el 3%.

A diferencia del virus B, entre el 80 y 90% de las personas infectadas desarrollarán una hepatitis crónica, la cual tiene un comportamiento relativamente benigno en un 60 a 70% de los casos, mientras que alrededor del 20% de los pacientes evolucionará a cirrosis. A su vez, un elevado porcentaje de estos pacientes cirróticos necesitará un nuevo hígado a través de la realización de un trasplante hepático. Desafortunadamente la enfermedad raramente da síntomas, incluso en la fase de hepatitis aguda. Con cierta frecuencia, los casos que llegan a desarrollar una cirrosis hepática, debutan su enfermedad con una complicación que los marca como candidatos al transplante. Estos antecedentes obligan al médico a pedir de rutina exámenes de laboratorio dirigidos a pesquizar inflamación hepática y que pueden adelantar un tratamiento específico que cure la enfermedad evitando graves complicaciones posteriores. A diferencia del virus B, los tratamientos actuales pueden curar definitivamente la enfermedad en un alto porcentaje de los casos (60%). Si bien en la actualidad se utiliza la combinación de dos drogas (Interferon y Ribavirina), exiten avanzadas investigaciones con un tercer fármaco indicado por vía oral, que agregado a los dos anteriores aumenta la tasa de curación a un 80%. Esta triple terapia podrá ser utilizada en forma sistemática y al alcance de la población general en farmacias, probablemente para 2011.

Por último, debido a que el virus de la hepatitis C tiene una alta capacidad de mutación, el desarrollo de una vacuna específica se hace extremadamente dificultoso; no obstante, las investigaciones en este campo se encuentran sumamente adelantadas, indicando que probablemente en un futuro no muy lejano, también dispongamos de vacunas específicas para este virus.




Dr. Fernando Bessone Profesor Adjunto de Gastroenterología
Facultad de Medicina - Universidad Nacional de Rosario