Reunión de ex compañeras del secundario. Apenas un rato para los recuerdos, después lo cotidiano empieza a ganar espacio. Una nueva forma de vida se repetía en la mayoría de estas mujeres que rondan los 50: la separación.

Lo distinto, en un grupo de ellas, es que no habían sido dejadas por sus maridos deseosos en su madurez de sentir entre sus brazos pieles más jóvenes. No, ellas habían decidido partir, dejarlos cómodos en las mismas casas que antes se ocupaban de mantener limpias y ordenadas, con la heladera llena y la ropa planchada. Ellas salieron a buscar un lugar donde empezar de nuevo, solas y esperanzadas. Y la esperanza que las une no es rehacer una pareja para convivir, no, están cansadas del papel que aceptaron jugar durante años, ahora quieren libertad de movimientos.

Entonces la pregunta surgió inevitable, ¿por qué una mujer con hijos ya independientes, que no piensa reincidir en la maternidad, cuyo matrimonio duró, generalmente, más de lo necesario, reincidiría en la convivencia? La respuesta fue unánime: es inexplicable.

Entre estas amigas nadie quería compartir cotidianamente nada con ningún hombre, la sensación de llegar del trabajo a la soledad del departamento no era moneda de cambio. Era un espacio recién ganado que no se quería perder.

Habían cumplido con lo que se esperaba de ellas y ahora era el momento de hacer y vivir según sus propias reglas. La principal, los encuentros amorosos no tienen un terreno demarcado por la costumbre sino por el deseo, y ellas plantan los mojones para que no haya confusiones. La vida puede comenzar todos los días.