Valentina mira fascinada el paso de gendarmes y prefectos. Me cuenta que en La Tablada, los pibes más pícaros les tienen un miedo bárbaro. Nada de chiflarles ni tirarle piedras como hacen con los policías de acá. Desde que pisaron el barrio, nadie se hace el vivo. Todos andan derechitos y no dicen ni mu cuando los verdes les quitan las gorritas a la orden “que se te vea la cara”. “Cuando sea grande voy a ser gendarme y voy a andar en camión”, me cuenta su sueño de 8 años.
Pero en la “Ciudad de los Niños”, para algunos pibes, el desembarco de los federales en Rosario fue una pesadilla. Fue cárcel, paliza y miedo. Fue verse, de pronto, sin un mango para nada. Porque si bien el Estado provincial y municipal encararon un trabajo social con los chicos que eran explotados y sometidos en los kioscos de drogas, la realidad indica que con los ladrillos también se cayeron sus sueños de tener algo, aunque fuera bajo el yugo de inescrupulosos comerciantes.
Lautaro D´Anna es militante de Libres del Sur y hace años patea los rincones más pobres de la ciudad. Le pregunté por el presente de los ex “soldaditos” y de los menores que habían vendido marihuana, coca y pastillas en condiciones de esclavitud antes de que la retroexcavadora haya arrancado de cuajo las casillas de venta.
“Les cuesta ir a ver una novia o a disfrutar un paseo por el río”, me dijo. Ilusión de movimiento que persigue cualquier chico, las ganas de experimentar y conocer todo.
A los “chicos bunker”, la actual demolición los afecta en su consumo porque habían encontrado ahí una estrategia de supervivencia económica, una forma de estar en el barrio. También me contó que sufrían por no poder salir a la escuela o hacer una changa, que viven con desconfianza, “angustia y dolor” porque se sienten estigmatizados y los atraviesa “una marcada necesidad de justicia y verdad en torno a las redes violentas y mafiosas”.
Estos pibes, en su mayoría, no están escolarizados y en los hospitales tienen registros viejos de su paso. Lo mismo en talleres y otras iniciativas barriales. Lo mismo en sus propios hogares, a veces desintegrados, a veces inexistentes. Nadie puede saber ya desde cuándo no son escuchados.
Que los chicos hablen y alguien reciba sus voces. El pensador y psicopedagogo Francesco Tonucci ideó una “Ciudad de los Niños” donde ellos, los más chicos, puedan construir desde la palabra. Rosario se sumó al proyecto y hace años que se trabaja para que los niños intervengan en las decisiones políticas de la ciudad. ¿Qué diría “Frato” de estos nenes y adolescentes que ni siquiera pueden soñar con un viaje al centro? Que se ganaron la vida en una fortaleza de hierros y piedras, bajo la custodia de otros pibes armados?
Quizás ya lo expresó cuando vino al país. Entre sus declaraciones, el italiano admitió que será muy difícil que Rosario o cualquier otra ciudad sea por fin de los niños. Aseguró que hacía tiempo se había roto el vínculo entre ellos y los adultos, quienes no le prestaban la oreja. “Ellos necesitan autonomía, libertad, afecto, escucha, atención. Cosas que no cuestan nada, pero son muy valiosas”, sostuvo Tonucci.
¿Hay alguien ahí?