¿Qué sentido tiene la vida más allá del papel que representa cada uno de nosotros? ¿Cómo los sujetos pueden atreverse a afirmar algo que está más allá de uno mismo y generalizar sus afectos y el sentido de la vida? ¿Por qué la felicidad no es un estado concreto y reconocible sino una perpetua búsqueda? Este tipo de preguntas son las que el sociólogo polaco Zygmunt Bauman pretende abordar su último libro El arte de la vida.

De hecho, la felicidad está en boca de todos, aunque nadie sepa definirla por completo, desde hace al menos dos mil años y así lo advierte Barman: “vivir feliz es lo que quiere todo el mundo, pero caminamos a ciegas tratando de descubrir qué es eso que hace feliz una vida”. Lejos de entender esta falta de seguridad acerca de lo que la felicidad puede significar como una barrera, Bauman emprende un recorrido arqueológico tratando de mostrar cuales han sido las diversas respuestas filosóficas y sociológicas se ha dado a esta pregunta en todos los tiempos.

Desde el Financial Times, pasando por Max Scheler, Aristóteles, Pascal, Lipovetsky, Rousseau o Heidegger, hasta el caso del creador MySpace, Bauman relata cómo la idea de felicidad ha pasado de ser un estado que podemos de alcanzar gracias al ejercicio de ciertas virtudes a un terreno que debemos construir de acuerdo con nuestra libertad como modernos.

Según Bauman, “practicar el arte de la vida, hacer de la propia vida una obra de arte, equivale en nuestro mundo moderno líquido a mantenerse en un estado de transformación permanente, a redefinirse perpetuamente convirtiéndose en alguien diferente del que se ha sido hasta el momento”.

Preguntándose por la felicidad, Bauman caracteriza la vida humana como una obra de arte, pero con ello no queda contestada totalmente su pregunta inicial. ¿Como universalizar esta idea de vida que estamos defendiendo? Bauman no elude las cuestiones difíciles y dedica el tercer capítulo del libro ha plantear su criterio.

El sociólogo parte de esta premisa: “todos los artistas luchan con la resistencia del material en el que desean dejar grabados sus sueños. Todas las obras de arte contienen indicios de esta lucha: de sus victorias, sus derrotas y las muchas transigencias inevitables, aunque no por ello menos vergonzosas. Los artistas de la vida y sus obras no son una excepción a esta norma. Los cinceles utilizados por los artistas de la vida en sus esfuerzos por grabar son los de su carácter”.

No hay recetas para la vida al inicio de este siglo XXI, sólo una cosa es segura, “estamos condenados a acostumbrarnos a lo líquido”, concluye el autor en este ensayo con el que vuelve a acercarse a públicos heterogéneos que amplían la base de lectores de textos exclusivamente académicos, tal como hiciera con su anterior obra “Vida de consumo”.