Todas las culturas humanas sienten con la música. Las regiones del cerebro implicadas en el reconocimiento de la melodía y el ritmo están fuertemente conectadas con el sistema límbico, que rige las emociones.

Los científicos creen que la música ha estado implicada en la evolución de las relaciones afectivas y que lo que nos gusta de las melodías tristes es que, en realidad, nos hacen sentir bien.

A la vez que el cerebro percibe una melodía, el mismo sistema neuronal conecta con los núcleos de la emoción y permite a quien escucha reconocer una obra, rescatar antiguos recuerdos y sentir. ”La música es capaz de evocar emociones de forma muy poderosa”, afirma la neurocientífica Mara Dierssen.

El placer que proporciona es ‘físico’, está mediado por la dopamina, la hormona del placer, y ha sido estudiado por el neurocientífico de la Universidad McGill de Canadá, Robert Zatorre. “Gracias a la técnicas de neuroimagen hemos podido localizar las zonas concretas del cerebro donde sucede la liberación de este neurotransmisor, las zonas donde nace el placer”, explica el experto.

“Gracias al estudio de pacientes que han perdido sus emociones musicales a raíz de un accidente, cada vez tenemos más evidencias de que hay redes neuronales específicamente dedicadas al procesamiento de la música y sus emociones –afirma la experta Isabelle Peretz, directora del Instituto Brams de la Universidad de Montreal (Canadá) –. Pero todavía no las conocemos del todo, ya que son enormemente complejas. Lo que sí sabemos es que las áreas corticales y subcorticales del cerebro están implicadas en la respuesta emocional a la música”.

“El corazón de las emociones está en el sistema límbico y paralímbico y la música es capaz de modularlos directamente”, afirma Stephan Koelsch, profesor de psicología de la música de la Universidad de Frëie (Alemania). “La amígdala es la estructura central que gestiona todas las emociones importantes para la supervivencia del individuo, por lo que seguramente la música tiene algún papel evolutivo en los mecanismos afectivos”.

El estudio de individuos con lesiones concretas en la amígdala ha demostrado que esta zona es clave en la generación de emociones musicales. Por ejemplo, pacientes con epilepsia, que han sido operados y tienen dañada esta región del cerebro, no reconocen la música triste ni la que da miedo, solo la alegre.

La indiferencia al poder emocional de la música también se podría dar en gente que padece el síndrome de Asperger, un trastorno autístico en el que la amígdala podría estar poco desarrollada. Un ejemplo es Temple Gradin, paciente del reconocido neurólogo inglés Oliver Sacks, a quien la música de Bach le parce “ingeniosa”, pero no la “conmueve”. Ella es profesora de la Universidad Estatal de Colorado, experta mundial en comportamiento animal, y sufre este síndrome.

Para rastrear el origen de las emociones musicales los científicos han utilizado técnicas de neuroimagen y han analizado el cerebro de personas sanas y pacientes mientras su cuerpo reaccionaba ante la música. “En el momento en el que hay una reacción física, como un escalofrío, es cuando vemos que se activan las zonas implicadas con las emociones”, cuenta a Zatorre.

Fuente: SINC – Servicio de Información y Noticias Científicas