Cuando Diego Abal pitó el final del juego ante Tigre, él miró al cielo y pareció agradecer. Leonardo Carol Madelón, entrenador de Rosario Central, sintió que el objetivo que se había trazado al asumir la conducción técnica canalla estaba cumplido. Después de seis meses de angustia y sufrimiento, el equipo quedó virtualmente salvado del descenso. Y lo que hoy parece una consecuencia lógica del trabajo serio y constante, en realidad costó sangre, sudor y lágrimas.

Porque Madelón tiene el gran mérito de haberse adueñado del timón el barco en el momento más crítico, cuando ni el más osado hubiera dado el sí. Hace exactamente una rueda, cuando otros apuntados por la dirigencia de Usandizaga agachaban la cabeza y le esquivaban a semejante compromiso, él sintió que era la gran oportunidad que estaba esperando como técnico. Aceptó dirigir a un equipo que en ese momento sólo sumaba diez puntos en diecisiete fechas del torneo Apertura, estaba en zona de descenso directo y en medio de un clima caótico.

De allí a esta parte, Central completó una rueda en la que sumó ¡30 puntos!, que le alcanzaron para lograr la meta. Su primera gran virtud como conductor del plantel fue haberle cambiado la mentalidad a jugadores que hasta ese momento se sentían perdedores desde antes de empezar a jugar. Tratando de llevar la moral arriba, Madelón y compañía comenzaron a edificar el futuro. Su segunda virtud fue convencer a los jugadores de que el Gigante debía ser una fortaleza. Y lo logró: allí sólo perdió el clásico, su única mancha en la campaña. Desde esas dos premisas, el elenco auriazul fue construyendo la salvación que otrora parecía inalcanzable.

También acertó el DT en el armado del equipo, sin celos o resquemores que jugaran en contra. Acertó en las compras, con Ribonetto y Méndez convertidos en refuerzos y no en meras incorporaciones; logró que al fin apareciera el mejor Kily González, el líder, el que contagia, el que mete y el que juega, el que necesita el equipo. Allí claro que el mérito principal es del jugador, pero el entrenador también tiene su aporte, ya que Ischia o Gorosito nunca lo lograron. Madelón le dio la titularidad al hasta ese momento cuestionado Zelaya, y el delantero le devolvió en cancha esa confianza convirtiéndose en uno de los goleadores del equipo. Consiguió que los suplentes se sintieran importantes: varias veces, jugadores que empezaron en el banco fueron claves en remontadas, como la encabezada por Vizcarra ante Banfield, o Damián Díaz contra Racing).

Hubo en el medio de este proceso algunas turbulencias, como la que vivió tras el clásico perdido. Allí parecía que tenía los días contados, y el presidente Usandizaga debió respaldarlo. Pero eso lo hizo más fuerte, y hace más valorable su logro el saber que pudo levantarse en la adversidad y no rendirse cuando quizás hubiera sido lo más fácil. Por eso, cuando Diego Abal marcó el final del 4 a 2 a Tigre, lo ivadió interiormente una alegría inconmensurable: siempre cauto, siempre mesurado, Madelón sabía que el objetivo estaba cumplido. Que ya se había metido en la historia canalla…