Alejandro Simonetto

Este viernes presenta en su ciudad “Maldigo”. En este último trabajo reúne a autores que van desde Atahualpa Yupanqui a Violeta Parra y de Miguel Abuelo a Fernando Cabrera. Además fue co-producido artísticamente con Lisandro Aristimuño. Antes de esta presentación Liliana Herrero habló sobre cómo fue concebido este nuevo material por Radio 2.

—¿Por qué “Maldigo” es el nombre de tu nuevo disco?

—Es un poco provocador como dice González (Horacio). No es maldecir que sepamos eso. Yo no maldigo a nadie. Simplemente me parece que el disco trataba temas tan caros a nosotros, a nuestras propias vidas y a nuestros pueblos, y al mismo tiempo era un tratamiento con el sonido que yo no había experimentado, bastante más salvaje, más crudo…

—Miraba la tapa del disco, leo Maldigo y vos estás mirando una pared, estás de espalda y pensé: ¿está enojada con algo?

—No, no estoy enojada. No es maldecir algo. Es una profunda reflexión sobre mi propia vida. Sobre la imposibilidad que yo creo que hay en uno de domesticar el canto y que el canto en mí cada vez se acerca más al aullido, al grito y a formas más primarias y colectivas del canto. No es maldecir ni estoy enojada. Al contrario si algo tengo ahí es una profunda tristeza. Esa foto las sacamos en un matadero abandonado en las afueras de Córdoba y yo quería eso pensar sobre ruinas, quería pensar el canto sobre ruinas. Sin las ruinas es muy difícil que construyamos algo. A mí me parece que las voces culturales, las memorias musicales y poéticas de este país no están abandonadas. Al contrario cuanto más las retomemos más vamos a poder pensar nuestras vidas y nuestros pueblos. Esa es la idea de “Maldigo”.

—¿Cómo fue la elección de los autores y los temas para este disco?

—“Bagualín”, que abre el disco, es un tema de Fernando Barrientos que hacía mucho tiempo que quería grabar y bueno no encontraba la forma de hacerlo. El disco va abordando temas que van desde la falta de trabajo, hasta los niños de la calle, la muerte, el amor, el desamor, el legado que es el caso del tema de Miguel Abuelo son temas que nos atraviesan a todos nosotros.

—Conviven en un mismo disco Atahualpa, Miguel Abuelo, Aristimuño...¿Es una conjunción rara?

—No, no es rara. Es el hilván de nuestra cultura. En el caso de Miguel Abuelo, que era un desesperado un avisado, porque no retomar su legado. Yo hacía mucho que quería grabar “Oye niño” que es casi una baguala. El disco es un caleidoscopio tiene muchos temas que hilvanados a mi modo de ver van tarando de contar una historia.

—¿Qué crees que aportó Lisandro Aristimuño a la producción de este disco?

—Primero lo respeto como músico, somos amigos y segundo porque se incorporó de un modo maravilloso a la forma de trabajo que yo tengo con mis músicos. El se incorporó como un músico más en los ensayos, al trabajo en el estudio, a la edición final. Para mí fue una mirada muy enriquecedora. Fue una experiencia maravillosa. Yo estaba segura que iba a funcionar. La música es una conversación. Es muy lindo reunirse, una vez que yo elijo los temas, a dirimir como los vamos a hacer, con qué sonoridad, con qué instrumentos, con qué texturas. De eso se trata un disco. No mucho más.

—¿Es la primera vez que grabas un disco en vivo en estudio?

—Sí, es la primera vez. Quería un sonido crudo muy crudo. Quería un canto sin ediciones. Quería que saliera como si fuese en un vivo. Incluso hay momentos como en el tema final “Milonga para la muerte” de Juan Falú y Hamlet Lima Quintana que sinceramente lloré y lo dejé yo no lo quise sacar. Quería editar lo menos posible. La voz está rota está quebrada. Me pareció que este disco exigía eso.

—¿Por qué cantas?

—Canto para no morir. Cantar es celebrar la vida. Siempre es celebrar la vida. Siempre es renovar la vida. Es apostar a renovar la vida. Como dice Migue Abuelo… “Cuando mi nombre ya no exista veras que velocidad”.