Pedro Robledo

Son días especiales para Liliana Herrero. Horacio González, su compañero, está saliendo de un ACV sufrido
durante la estada de ambos en Panamá. "Quiero agradecer la fuerza espiritual que Rosario nos envió a Horacio y a
mí. El ya lee, escribe, descansa, se está recuperando", expresó en el saludo inicial.

Alternando segmentos eléctricos y acústicos, en cada interpretación se mostró como invadida por una extraña
fuerza interior liberadora. El tono desgarrador no opacó la belleza de las creaciones.

Después de "Bagualín", cantó "Garzas viajeras", con un contraste en el tratamiento estético de ambas, bien sostenido por una sólida banda en cuyos tramos más intensos exigía un alto rendimiento de la voz.

En las elecciones hay autores y compositores recurrentes. Del uruguayo Fernando Cabrera versionó "La garra del
corazón", en un abordaje musical cercano al jazz y cantado con el pulso de la milonga.

"Casi toda mi vida está en Rosario, mi hija, mis nietos", introdujo antes de dedicar esta canción, recordando además aquel tema que Fito Páez escribió para ella: "Toda mi vida entera". De Cabrera también, ofreció "La casa de al lado", grabada en otro de sus discos.

En "Oye niño" (Miguel Abuelo), rescata la intensidad de la música popular y también la virtud que significa tener memoria profunda. "Todo lo que ata, asesina", dice en un párrafo esta letra que simboliza la necesidad de la libertad individual.

Luego cruzó la cordillera para ir al encuentro de Violeta Parra cantando "Maldigo", estableciendo una conexión imaginaria entre Chile y el norte argentino reuniendo ritmos de cueca y de saya en el mismo tema.

"La música es una gran conversación, un abismo en el que hay que internarse", dijo justificando los cruces. En el caso de Violeta, también incluyó la cueca "Casamiento de negros".

Cantando bagualas, Liliana Herrero indaga en las profundidades. Se comprobó en "Salitral", la creación del
médico­ y músico santiagueño Carlos Marrodán. A este notable arreglador del Grupo Vocal Argentino, lo conoció por Juan Falú y a este tema Herrero lo solía cantar a capella.

Con marcha fúnebre de base, el guitarrista Pedro Rossi la acompañó acertadamente en "Milonga de la muerte", con untrabajo lumínico que contribuyó a crear el clima que requería el texto de Hamlet Lima Quintana. "A veces doy miedo de mí misma", comentó después de alterar un fragmento de la letra.

En "El mar", serenamente interpretado, el arreglo musical y el tratamiento estético no dejaron lugar a dudas:
el bahiano Dorival Caymmi pensó en un maravilloso viaje por las aguas.

Regresó al folklore argentino, para rescatar "Pastor de nubes" (Castilla­Portal), en una versión novedosa: al ritmo original de zamba le incorpora tramos de baguala, con Gonzalo Fuertes (contrabajista) improvisando un toque de caja un poco fuera de tempo.

De Yupanqui, visitó su manifiesto "Trabajo, quiero trabajo". Para anunciarlo, se plantó al borde del escenario con su copa de vino, reforzando la contundencia de la letra.

Con Lisandro Aristimuño, naturalmente algún día se iba a encontrar. Las ideas estéticas son comunes, por eso lo eligió para co­producir este disco.

Después de recordar que la sala tiene una rica historia para la música popular rosarina, cantó "Marte" (Tomás Aristimuño), donde se mezclan el jazz y el rock y donde el grupo retoma la base rítmica del arranque.

Con "La diablera", una obra representativa del imaginario popular del norte argentino, comenzó la despedida. La cantó en tono desgarrador, a su estilo, concluyendo arrodillada con un ruego por la supervivencia del
hombre.

"No soy un extraño" (Charly García), que estará en el próximo disco y "Confesión del viento" (Yacomuzzi­
Falú), que estuvo en uno anterior y es un clásico de su repertorio, fueron las elegidas para los bises.

Agotadísima, Liliana Herrero no mezquinó energía, entregó todo: su buena música y sus inquietantes ideas que
proponen un viaje al interior profundo de las canciones.