Virginia Giacosa
Desde hace un tiempo a esta parte, los cronistas que le ponen el cuerpo a las noticias desde el lugar de los hechos pasaron a ser víctimas de la inseguridad que se desata en la ciudad y que a veces no conoce de territorios. Ya sea en los barrios más periféricos de Rosario como en el corazón del centro, los movileros suelen ser el termómetro de la ciudad de la furia pero también el escudo humano de la violencia. Quedan en medio de balaceras, son agredidos por mecheras, atacados en piquetes y hasta víctimas del abuso de autoridad de la policía.
Lo ocurrido esta semana en Sarmiento y Córdoba cuando el periodista de LT8, Canal 5 y Radio Universidad Diego Fiori fue a ver lo que pasaba cuando un vendedor ambulante era detenido violentamente por personal policial es una prueba de ello. Fiori, según su propio relato, se acercó al tumulto de gente pensando que se trataba de robo. Preguntó a la gente que estaba en el lugar si el hombre que estaba esposado, tirado en el suelo y sujetado con fuerza por un agente había sustraído algo pero le respondieron que no. Ante eso, intentó grabar testimonios de la gente y hablar con el personal policial para que dejaran de golpear al hombre ya reducido en el piso y luego de intervenir en medio de su labor periodística de rutina quedó detenido e imputado de "intento de obstrucción del accionar policial".
Pero al caso de violencia en el que quedó envuelto Fiori se suman muchos otros donde los trabajadores de prensa quedan sometidos a situaciones de tensión e inseguridad. Lo que de alguna manera da una dimensión de lo que sufren los que no tienen la posibilidad de amplificar tan directamente lo que les ocurre. En el caso de Fiori, el vendedor de medias.
En diciembre de 2012, el periodista Pablo Procopio recibió un balazo en su móvil cuando en la zona de avenida Perón y Provincias Unidas trabajaba en medio de un piquete. El tirador fue el conductor de un auto que intentaba abrirse en medio de la protesta.
"Antes nos sentíamos ajenos a ciertas situaciones. Casi inmunes. Nos movíamos con la sensación que nada de eso que sucedía nos iba a pasar a nosotros", relata Procopio, periodista de Radio 2 y La Capital. Sin embargo, entiende que la realidad cambió desde hace un tiempo para los que trabajan en la calle. "Hay más violencia y viene desde distintos lugares. A Diego Fiori le pasó con la policía, pero a veces la que reacciona es la gente justamente donde el Estado no actúa y entonces hay bronca, enojo, y en el medio estamos nosotros que sufrimos directa o indirectamente esa tensión", explicó el cronista que confiesa que desde lo ocurrido en diciembre pasado "se replantea si cubrir o no ciertas protestas sociales".
"Estaba acostumbrado a ir a todos los piquetes, pero antes había ciertos códigos que se respetaban, en ese acuerdo los periodistas podíamos pasar porque íbamos a reflejar esa realidad, pero ahora no. Eso se quebró y muchas veces la emprenden contra nosotros", contó.
La semana pasada otro periodista de Radio 2, Gustavo Poles, estuvo cerca de recibir un balazo. Fue cuando cubría una protesta de obreros de la Uocra en Nuevo Alberdi. Un delegado y sus hijos que habrían sido maltratados por personal de la subcomisaría 2ª se manifestaron en la puerta de la dependencia y los repelieron a los tiros.
Pero no sólo en los barrios es donde los cronistas terminan expuestos ante esas agresiones. Hace poco menos de un mes, en el medio de la peatonal Córdoba y a la luz del día, la movilera del canal El Tres, Agostina Cialdella, fue agredida junto al camarógrafo Nenucho Llarín por un grupo de mecheras.
"Antes se podía entrar a distintos lugares y no sentías el miedo ni temías convertirte en víctima", resume Cialdella y agrega: "Nos pasó en diciembre durante los saqueos. Estábamos haciendo una nota en la zona sur y quedamos en medio de una balacera donde mi compañero me dijo: «Corre porque son de verdad». Fue realmente terrible.".
Tres meses después el mismo equipo de trabajo fue agredido por un grupo de mecheras en la esquina de Córdoba y Corrientes. "Nos sorprendió, porque si bien sabemos que hay lugares más y menos calientes nos movemos con cierto cuidado y no pensamos que eso podía sucedernos en la peatonal. Pero lo que nos pasó es la demostración de la ineficacia policial. Llamamos a la policía que tardó más de media hora en llegar", contó.
A estos hechos se suman lo ocurrido en mayo de 2012 cuando la movilera de LT8 Beatriz Priott, recibió agresiones verbales y hasta físicas por parte de un grupo de peones de taxis que protestaban. Y lo sucedido en enero pasado en el club Newell´s cuando delante de las autoridades del club y las del ministerio de Seguridad el fotógrafo del diario El Ciudadano, Juan José García, fue abordado por un grupo de hinchas que lo golpeó y le robó el material fotográfico que había registrado.
En el lugar del ciudadano
La periodista Florencia Coll –movilera del canal Somos Rosario y de Radio Universidad y con diez años de experiencia en la calle– reconoce que no sufrió en todos estos años una situación de violencia directa en su labor, pero confiesa que la carga de las noticias que le toca tratar reviste un peso específico que se diferencia mucho del de otros tiempos.
Acerca de lo ocurrido con su colega Diego Fiori opinó: "No me parece menor que descubramos que ni siquiera sabemos nuestros derechos y garantías. Esto que le sucedió al compañero Fiori no puede pasarle a nadie. No le debe suceder a él como periodista que lo detengan, que lo desnuden, que lo maltraten pero ningún ciudadano debería pasar por eso y ahí es donde hay que trabajar y reforzar las campañas de información". Además, destacó que si no había un registro –tomado con un teléfono celular– de lo ocurrido en la esquina de Sarmiento y Córdoba "hoy quizás no se estaría hablando del caso".
En este marco, Coll se permite un espacio para reflexionar y repensar la profesión. Así deduce que "el periodista, pese a tener definido su rol, no debería separarse tanto de la historia que tiene que contar".
"Hace falta ponerse un poco más en la piel del otro. Si uno no se sensibiliza con la historia creo que después no la puede escribir, contar, ni trasladar a la audiencia. Siento que llegamos a lugares durísimos sólo con la necesidad de llevarnos cueste lo que cueste un testimonio", reflexiona.
Por eso, a la enseñanza de tratar con objetividad las informaciones ella antepone el acercarse un poco más al otro, al que casi siempre y ante todo, sufre. "Te encontrás con gente que vive sin agua, sin luz, que no puede salir a la calle, que perdió hijos en enfrentamientos de bandas, que la pasa muy mal. La verdad, escucho eso y me siento muy sensibilizada, cada vez más. Escucho y muchas veces me dan ganas de llorar", confiesa.