Más de la mitad de los niños pobres menores de cinco años (el 51,6%) no festejó su último cumpleaños. Un dato muy triste que fue revelado por el Barómetro de la Deuda Social de la Infancia, un informe elaborado anualmente por el Departamento de Investigación Institucional de la Universidad Católica Argentina –al que se suman los aportes de la Fundación Arcor– con el fin de armar un mapa de las condiciones de vida de la niñez y la adolescencia.
De acuerdo a lo publicado por el diario Crítica de la Argentina, si se cruzan los datos del Barómetro con las estadísticas de indigencia infantil del INDEC, el resultado es que hay cerca de 250 mil chicos que no reciben saludos ni regalos por su cumpleaños y, en consecuencia, crecen sin tener plena conciencia del paso del tiempo, sin sentir que su llegada al mundo merece una celebración.
Un cuarto de millón de niños pobres, en síntesis, quedó afuera de la instancia simbólica fundamental que encierra el festejo de un cumpleaños. “Este tipo de eventos marca un hito en varios sentidos, porque puede leerse como la ocasión que tiene el niño de ser mirado por un ‘otro’ que lo autorice a tener palabra propia”, explicó el doctor Manuel Rubio, psicoanalista y docente de la UCA.
–. Dada la prematurez biológica con que nace el bebé, requiere no sólo de alimentos sino también de un estímulo social que exige la participación del otro. Desde los estudios clásicos de la década del 40 se sabe que para sostenerse vivo al sujeto no le basta con haber sido ‘cuidado’, sino que se requiere que un deseo humano haya sido puesto en él. Y el festejo del cumpleaños pone en acto muchos factores vinculados con ese deseo”.
La pregunta esencial es : “¿Qué se pierde una criatura que no es festejada? El psicoanalista Manuel Rubio da una respuesta a través de un ejemplo: “Imaginemos que llegan los abuelos con un regalo, una cosa es que el regalo sea sólo para el que cumple años y otra es que les lleven regalo a todos los hermanos. En ese solo gesto se juega la posibilidad y la aceptación de la diferencia. Una vez con el regalo en la mano (sea cual fuere), una cosa es que el niño lo comparta con sus pares invitados y otra que no lo haga”.
Para Lea Waldman, licenciada en Educación y responsable de las preguntas realizadas para la encuesta del Barómetro, “los primeros cinco años de vida son bastante importantes en la construcción de la subjetividad. Hay cosas que suceden allí, y que adquieren una dimensión importante en función del desarrollo global. En lo que refiere al festejo de un cumpleaños, ahí se pone en juego el nivel de reconocimiento de la familia, la escuela o el ámbito donde el chico se mueva; es un reflejo de la importancia que se le da a la llegada de él al mundo”.
Según el relevo realizado por el Barómetro de la Deuda Social, existen niños de clase media y alta cuyos cumpleaños pasan, también, sin pena ni gloria. Pero son los menos, ya que la relación entre el festejo y la situación socioeconómica es estrecha: las chances de celebrar que tiene un niño perteneciente al 10% más pobre de la población son trece veces menores a las que registran los niños del 10% más rico.
No es cuento
El informe del Barómetro para la Deuda Social también reveló que tres de cada cuatro niños pobres y menores de cinco años no tienen quien les cuente un cuento. Esto significa que hay 350 mil chicos en situación de extrema pobreza que, además de carecer de recursos estrictamente vitales, no tienen instancias de comunicación didáctica con un adulto.
En el caso de la llamada “segunda infancia” (de los 6 a los 12 años) la situación es aún peor: el 88,5% de los niños más pobres no escucharon nunca el relato de un cuento.


