Javier Di Napoli / Lisandro Machain

De tradición milenaria, la cerveza artesanal comienza a hacer pie en Rosario mientras madura el siglo XXI. Aunque la palabra “artesanal” puede remontar la mente a otros tiempos, de a poco la bebida más bebida del mundo –entre las alcohólicas– ganó adeptos por estos lares en su versión de fabricación doméstica, y con esa adhesión, también oferta.

Si bien la ciudad cuenta con una historia cervecera casi tan rica como la cerveza misma, con viejas malterías que hoy cedieron su espacio físico a la modernidad, la producción no industrializada como microemprendimiento empezó a afianzar su pujanza.

Cirujano cardiovascular de profesión, Gerardo Fiorotto se animó en su casa hace ya varios años, como un hobby, y aplicando incluso artilugios de la medicina en el proceso de elaboración. Moler, mezclar, hervir, macerar, filtrar, decantar, fermentar, envasar y almacenar no fueron verbos que la inventiva de este entrerriano de nacimiento no pudiera sortear, para dar a luz a lo que hoy se conoce bajo la marca Green Belly.

“Usted debe decidir si quiere tomar cerveza o una gaseosa con alcohol”, dice Fiorotto, casi desafiante, confrontando con la mayoría de las etiquetas que se consiguen en las góndolas. Y sostiene que un líquido, para ser saboreado, debe ingerirse “arriba de los 10 grados” de temperatura, porque si se sirve a menos “es para que no se sienta el gusto”.

El experto y respetado brewmaster tiene tres hijos biológicos –que lo asisten y se cultivan de su vasto conocimiento– y otros tres del corazón: la American Pale Ale, la Irish Red y la Stout, que más allá del disfrute interno la familia comercializa con el alquiler de barriles. Y que hoy también se encuentran en el nuevo bar Zodíaco (Francia 251).

En dicho local también ofrecen una ligera aunque sabrosa rubia de la firma Volk, incipiente factoría rosarina que gestaron tres amigos biotecnólogos, con la idea de insertar en el mercado artesanal una cerveza del tipo de las industriales más populares pero de atributos superiores y sin aditivos químicos.

“El paladar del argentino tiene estilada la cerveza rubia”, reconocen los dueños de la empresa –que ya provee también a algunos bares de la región–, pero proyectan trabajar además sobre otras variedades, concientes de que “la gente empezó a tomar más la calidad que la cantidad, un proceso por el que también pasó el vino”.

Por otra parte, en Pichincha ya sacó chapa de clásico el pub Fenicia (Francia 168), con la particularidad de tirar en la barra lo que produce en el subsuelo –puede verse desde un acrílico en el piso–, detalle que garantiza una bebida insuperable en frescura. Hay tres estilos fijos (Honey Blond Ale, Pale Ale y Brown Ale) y otros disponibles por temporada.

Además, uno de los propietarios, Daniel Van Der Veen –estadounidense aunque de madre rosarina– es chef y también crea platos que salen de la cocina hechos con cerveza.

La compara con otros brebajes y detalla que “tiene un ingrediente que no tiene el vino y que es importantísimo a la hora de degustar cualquier comida, como el dióxido de carbono”. También se refiere, sin ahorrar críticas, al mercado cervecero masivo: “Usan ingredientes lo más barato posibles y mucho filtro”, analiza, con lo que al producto “no le queda nada” y sale embotellado “con un 98 por ciento de agua y un 4 por ciento de alcohol, que no es nada”.

Elixir de los dioses

Los componentes naturales de la cerveza son, esencialmente, cuatro: agua, base de toda bebida y que en Rosario es de buena calidad; malta de cebada, que se obtiene tras un proceso de tostado de este cereal; flor de lúpulo, aromatizante y responsable del característico amargor; y levadura para la fermentación.

Otras opciones locales

En la ciudad también son fabricantes artesanales las firmas Downhill y Henze, cuyas cervezas pueden probarse en las barras de O’Connell’s (en sus bares del centro, Pichincha y avenida Pellegrini) o el Almacén de Cervezas (Pellegrini 388), donde además cuentan con una tirada propia, hecha en Cañada de Gómez, y otras marcas embotelladas.