Maricel Bargeri

Todo anhelo empieza en algún lado. Y cuando al fin se cumple, como publicar un libro, por ejemplo, las preguntas por el dónde y el cuándo organizan pistas sobre un posible origen. Claro que cuando se trata de una colección de escritos más y menos recientes, en los que la intención es interpelar, esas preguntas iniciales se actualizan en cada lectura.

La primera negociación con los textos la lleva adelante el autor, para el caso Luis Novaresio, reconocido autocrítico hasta la contractura. La segunda instancia surge del intercambio con el editor, Jorge Cuadrado. Hasta que llega la impresión final y ahí la palabra sigue su propio camino.

Luis Novaresio presenta Parte de la razón, una colección de textos personales en los que conjuga la mirada analítica sobre temas como el aborto, “el Estado en un sistema republicano”; junto a otras construcciones personales, vestidas de algún “vuelo ficcional”. La cita es este martes a las 20, en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia, de San Martín 1080. Del encuentro participan los periodistas Analía Bocassi, Laura Vilche, Alejandro Muraca y Damián Schwarzstein, y las voces y sonidos de Cecilia Castagno y Romina Bisciglia.

En diálogo con Rosario3.com, el periodista y abogado confiesa que leer a Borges hace pensar que “todos sólo podemos ser lectores” y admite que en los último tiempos lee más ficción que actualidad porque “necesitás correrte de la realidad”. Lector ecléctico, puede emocionarse con Harry Potter o releer el Quijote, mientras acumula libros en la mesa de luz: “Tengo siete, y los voy leyendo de a pedacitos”

—¿Cuándo comenzó a gestarse Parte de la razón?

—Surgió de un impulso de Jorge Cuadrado, el dueño de la editorial Raíz de Dos. Tanto él como su esposa me  alentaron a que les mandara lo que escribía. Y así fue. Les envié un montón de material que había escrito y otro que está inédito y a los seis meses me dijeron éste es el libro. Ambos nos sugerimos mutuamente qué publicar y fueron éstas las crónicas que salieron.

—Entonces hay más.

—Sí, esto debe ser el 20 por ciento de lo que rescaté. En realidad, había una serie de temas sobre los que yo quería publicar como aborto, despenalización de la droga,  el Estado en un sistema republicano. Y después hay otros más personales que también estaba interesado en publicar, que tienen incluso la intención de algún vuelo ficcional.

—Un título es una marca de sentido muy fuerte, ¿por qué lo elegiste?

—Pasa que para elegir títulos soy un desastre pero, por primera vez en 48 años, no tuve la menor duda que era ése. Lo elegí por dos motivos: primero porque creo que es una pequeña fracción de la razón. Porque cuando te sentás a pensar y compartís tu pensamiento con el que está frente tuyo, el que te lee o el que te escucha, tiene otra parte de la razón y vos tenés que empezar por admitirlo. Si vos creés que tenés toda la razón estás complicado. Sobre todo en los tiempos en que la intolerancia se muestra como un valor. No lo comparto porque una cosa es defender tus principios y otra cosa es ser intolerante. Y además porque parte, nace de la razón. Me senté a pensar lo que escribí, a elucubrar lo que quería decir, no es un gesto espontáneo. Es decir, porque nace de la razón, y porque una cuota de razón debo tener al escribirlo.

—¿Qué épocas abarcan estos escritos?

—Son de los más recientes. Hay algunos más viejitos que yo no había publicado que tendrán unos 5 o 6 años. Pero las más duras, los de agenda, son más recientes.

—¿Ésos textos permanecían inéditos por decisión tuya?

—En algún momento había intentado escribir un libro de ficción. Y la verdad que siempre desistí porque se me cruzaban cuestiones muy personales. Entonces, una vez que terminaba de escribir no publicaba, y en parte depende de dónde estaba escribiendo en ese momento (el autor colaboró con Rosario 12, Crítica de Argentina, Perfil y actualmente en El ciudadano). A algunas crónicas las fui descartando y a otras las recuperé.

—¿Y tenías un probable título?

—La verdad que lo tenía y todavía no lo descarto. A partir de un curso de filosofía que hice me surgió un poco la idea de contar a partir de cinco personajes opuestos, que van a un curso de filosofía, plantear cinco historias de vida, posiciones ideológicas. Es una idea que no descarto.

—¿Qué pasó cuando te releíste, en especial, esos textos no tan actuales?

—La verdad que releerse es horrible. Borges decía que el único modo de dejar de corregir es publicar. Y es verdad. Uno cuando se vuelve a leer tiene toda la intención de corregirlo, tirarlo o preguntarse cómo pude haber escrito esto. Soy mi peor detractor, mi peor crítico. Pero en la editorial me convencieron que había que publicarlo.

—¿Y cuál es el lugar de la escritura en tu vida?

—Yo escribo desde que puedo. A mí me gusta la ceremonia de escribir porque es un encuentro con mucho más tiempo y más dedicación que el resto de las actividades que tengo. Siempre hice radio y televisión, que es tan inmediato, que supone más que la reflexión la velocidad; entonces escribir es sentarte con vos mismo a pensar sobre algún tema y eso es como impagable. Y si bien uno trata de abandonar la primera persona del singular, en el fondo se trata del relato tuyo, mirándolo con la excusa de un hecho coyuntural o lo que sea. Me parece que escribir es la posibilidad de pensar en el mejor estado, porque el hablar siempre está apremiado por la inmediatez.

—¿Te cuesta que te digan escritor?

—Nooo, no me siento escritor. A ver, me encantaría, es como un premio. En realidad publicar es como nadar desnudo en una pileta: vos querés hacerlo pero no querés que nadie te vea, aunque el hecho de que te vean te genera como un placer secreto.

—Sos abogado, periodista, escritor –aunque te resistas–, nadador, ¿y ahora qué sigue?

—Si pudiera vivir de escribir, me encantaría. Es un trabajo muy difícil. En los último tres años tuve tantos cambios en mi vida: me fui de Rosario, el algún punto volví a empezara acá en Buenos Aires, en medios que no conocía y con gente que tampoco conocía. Y ahora el libro. Me parece que forma parte de todo un proceso, de no hacer algo que me molesta mucho y es la sensación de que no tenés nada más que aprender. Me parece que escribir un libro es un poco eso, demostrarme que todavía tengo muchas cosas por aprender.