Damián Schwarzstein
Lo conocí por Abel, su hijo mayor. Que lo convenció –Abel solía convencerlo tanto que decía que era su mejor consejero– para que me diera trabajo.
Pero antes hubo una suerte de examen: algunas cenas compartidas.
Ese ámbito era uno de los que mejor le sentaba: el de la conversación. Nacho Suriani era un gran conversador, cualidad que cultivaba con sus amigos de los viernes: Cribioli, Falistoco, García Solá, entre los que más nombraba.
Qué bueno, un tipo orgulloso de sus amigos. Tenía para enseñar mucho más que un oficio en el que él llevaba tanto y uno recién empezaba.
No es casual que por su producción hayan pasado muchos de quienes hoy ocupan lugares clave en los medios de la ciudad.
Y supo evolucionar, cambiar, entender los signos de los tiempos. Enseñar pero también aprender de los que él había formado. Por eso siguió vigente. Por eso, conversar con él era tan interesante como 20 años atrás.
Tenía una cualidad que no todos los que hablan tienen: sabía escuchar. Y ganas de seguir, de levantarse todos los días a las 5 de la mañana para despertar a las “multitudes”, como él decía y era cierto, lo seguían.
Duele este día de miércoles. ¿Hay otras noticias?