La primera dama de EE.UU. habló largo y tendido en una entrevista con el diario "The New York Times". La conversación comenzó con una reflexión: el impacto de la política en su relación como pareja. Aunque el presidente cree que ambos aspectos están bien diferenciados, lo cierto es que cada una de sus actividades, conjuntas o por separado, públicas o privadas, se convierte en un acto político, según señala la nota que publica "El País" de España.

Como ejemplo, recuerdan la polémica generada cuando el matrimonio utilizó el avión presidencial para cenar y asistir a un musical en Nueva York. "Si no fuera presidente, me encantaría tomar un vuelo comercial con mi esposa para llevarla a una representación en Broadway, como le prometí durante la campaña, así no habría jaleo, ni murmuraciones, ni fotógrafos", explica él.

Pero no parece que estos inconvenientes derivados del cargo afecten a su relación. Al contrario, Michelle reconoce que el hecho de vivir en la Casa Blanca supone un "alivio" para ellos. "Es la primera vez en mucho tiempo en nuestro matrimonio que hemos vivido siete días a la semana bajo el mismo techo con el mismo horario y los mismos ritos", asegura la primera dama.

La pareja no había vivido bajo el mismo techo de manera continua desde 1996, cuando Obama ganó las elecciones a senador estatal en Illinois dos años antes de que naciera su hija mayor, Malia. Después de esas elecciones, Obama, como senador de Illinois, tuvo que trasladarse a vivir a Springfield, la capital del Estado. Luego vinieron más campañas electorales que le obligaron a recorrer el país y, finalmente, en 2004, una mudanza parcial, también en solitario, para ocupar su escaño en el Senado en Washington.

Ambos reconocen abiertamente, aquellos fueron "tiempos duros" en su vida en común, y aunque el presidente asegura que en ningún momento temió por su matrimonio, sí hubo alguno en el que tuvo miedo de que "Michelle fuera infeliz".

"Todo matrimonio tiene altibajos", resuelve por su parte la primera dama, que en esa época debió compaginar su trabajo como responsable de administración de un hospital universitario en Chicago con la crianza de dos niñas pequeñas mientras su marido pasaba la mayor parte del tiempo lejos.

Ahora están más tiempo juntos que casi en cualquier otro momento de sus 17 años de matrimonio. La mayor parte de los días desayunan con sus hijas, Malia y Sasha, antes de que éstas se marchen a la escuela, hacen ejercicio juntos y no comienzan sus programas públicos hasta las nueve o las diez de la mañana, una hora tardía en un país madrugador.

Hace poco concluyeron la decoración a su gusto del área residencial de la Casa Blanca, una tarea en la que ambos colaboraron a la hora de escoger colores y objetos. Aseguran que funcionan como un equipo y se esfuerzan en que su matrimonio funcione.