La socióloga y antropóloga social brasileña Claudia Fonseca y la historiadora mexicana Susana Sosenski participaron de las IV Jornadas de Estudios sobre la Infancia “Lo público en lo privado y lo privado en lo público”, organizadas por el Instituto de Ciencias de la Universidad Nacional de General Sarmiento.

Claudia habla de “narrativas hegemónicas” sobre los derechos de los niños, refiriéndose a narrativas sostenidas sobre visiones idealizadas de la familia. "Aunque conocemos muchas formas de familia, cuando analizamos las políticas públicas pensamos en la familia nuclear, conyugal y heteronormativa, que no es ´natural´´ , que está circunscripta a ciertos contextos, pero que sigue siendo idealizada como la única adecuada para el buen desarrollo infantil. El resultado es que las familias pobres que no pueden realizar ese modelo son consideradas desestructuradas y son responsabilizadas por los problemas de sus hijos. En Brasil, casi un cuarto de los 45.000 niños que hoy viven en hogares públicos fueron institucionalizados debido a la pobreza de sus familias".

Con respecto a los dilemas que surgen en los procesos de adopción, Claudia sostiene: "Todos abrazamos la filiación adoptiva como una forma de la vida familiar que puede ser muy gratificante. Pero hay que tener algunas precauciones, pues en sociedades muy desiguales como las nuestras es fácil sucumbir a las ´narrativas hegemónicas´ para apurar el deslizamiento de niños de una clase social a otra". Y continúa. "Otro asunto es la información. En Brasil dos familias pueden acordar la entrega de un niño y luego ir al juzgado a legalizar esa decisión. Pero los profesionales de los juzgados prefieren la adopción ´plena´, en la que tienen el monopolio de la información, que distribuyen a cuentagotas: las madres biológicas no suelen ser informadas sobre el destino de sus hijos ni alentadas a dejarles una carta con los motivos de su decisión. Los padres biológicos y adoptivos no pueden comunicarse entre sí". De esta manera, pese a toda la retórica sobre la “nueva cultura de la adopción”, parece persistir la aspiración a que el niño llegue a su nueva familia como un recién nacido, sin historia.

Por su parte, Susana Sosenski analiza el surgimiento del “niño consumidor” en México y explica: "La sociedad de consumo nació a comienzos y se consolidó a mitad del siglo XX. En el período de entreguerras, los niños fueron llamados a integrarse al consumo. Para entonces, las leyes de protección al trabajo infantil y la escolarización habían tenido efecto, y se pudo integrar a los niños (sobre todo a los de clases medias y altas) a la sociedad de consumo. Para ello se utilizaron estrategias publicitarias basadas en los hallazgos de la psicopedagogía: poner los productos a su altura, asociarlos a clubes en torno a algún producto, invitarlos a entrar a los centros comerciales y segmentar el consumo por edad".

Susana explica que es muy difícil ver el consumo infantil en América latina desvinculado del “imperialismo cultural” y económico de Estados Unidos: "En mayor o menor grado, los países de América latina debieron dialogar, resistir, o incorporar ideales, proyectos e iniciativas que tocaban los espacios de la familia, los juegos, la vestimenta, la alimentación, hasta la decoración del hogar. Su influencia se dio con la exportación de corporaciones y marcas y con la transnacionalización de las producciones culturales que difundían el ´american way of life´, que se fue adaptando a las características locales. En el caso de productos para los niños, estuvieron el novedoso plástico y los juguetes, revistas y películas elaborados por Walt Disney".

La investigadora habla de “utopías económicas” relacionada con la infancia: "Yo identifico tres utopías o paradigmas sobre la infancia que se desplegaron en México en el siglo XX: el niño trabajador, el niño ahorrador y el niño consumidor. Ya Baudrillard había señalado que cada vez más la sociedad necesita que los seres humanos sean consumidores. Hoy se sostiene que los escolares deben recibir ´educación financiera´ y aprender cómo funciona el mundo del mercado capitalista en el que viven, es decir, entender que todo cuesta dinero y desarrollar habilidades para obtenerlo e, incluso, incrementarlo".

Para concluir, Susana explica que en un mismo tiempo y espacio pueden convivir diversas ideas sobre el niño. Sin embargo, en nuestra región, parece hegemónica la que deriva de la Convención de Derechos del Niño de 1989: el niño como sujeto de derechos: "La utopía del siglo XIX era la de un niño cuyo valor estaba en su futuro, un futuro al que podía contribuir, por ejemplo, el trabajo infantil, que se entendía como un camino necesario, formativo y útil, sobre todo para la infancia pobre. Hoy no pensamos así, y por eso entendemos que la vida del niño debe desarrollarse entre el hogar y la escuela. La utopía del niño escolarizado, que encuentra sus raíces en la formación de los Estados nacionales en el siglo XIX, se nutre hoy del importante aumento de la cobertura educativa, que fue uno de los grandes logros de la segunda mitad del siglo XX".