El general paraguayo Alfredo Stroessner, el dictador cuya permanencia en el poder sólo ha sido superada en América latina por Fidel Castro, murió este miércoles a los 93 años, en el exilio impuesto tras su derrocamiento en 1989.

Hijo de un emigrante alemán, un bávaro de Hoff, y de una campesina paraguaya, Stroessner había nacido el 3 de diciembre de 1912 en la ciudad de Encarnación, a orillas del río Paraná, fronterizo con Argentina.

Se hizo con el poder con 41 años, en 1954, aunque ya llevaba algún tiempo dominando la escena paraguaya.

En sus primeros años, acabó con la oposición, incluidos quienes podían amenazar su liderazgo desde el Partido Colorado, la base civil de su régimen; segó cualquier rebeldía hasta en los sueños de los paraguayos e inculcó al pueblo un temor ancestral, misterioso y reverencial.

Con una habilidad innata, moldeó un país pobre, atrasado y supersticioso; acopló la Constitución y las leyes a sus intereses e hizo que lo reeligieran con religiosa puntualidad cada cinco años, siempre con votaciones abrumadoras, en comicios amañados, y frente a rivales dóciles y colaboracionistas.

Su régimen se basó en el clientelismo, el contrabando, el atraso, la malversación, la complicidad, la obediencia ciega a "El Jefe", la adulación y lo que se dio en llamar "unidad granítica" del Partido Colorado, las Fuerzas Armadas y el Pueblo Paraguayo en torno a Stroessner.

Al cabo de 30 años de gobierno, esa unidad de granito tenía profundas grietas y terminó saltando hecha añicos el 3 de febrero de 1989, cuando Stroessner fue apeado de los altares del poder, el mito y el culto a la personalidad por su consuegro, el general Andrés Rodríguez.

Stroessner sabía de la agitación militar, pero nunca dio crédito a que se alzaría Rodríguez, un militar que él había encumbrado hasta convertirlo en el segundo hombre más poderoso de Paraguay, que amasó una fortuna a su sombra, y con el que había creado lazos de familia, casando a sus hijos, y relaciones de complicidad, lealtad y camaradería.

Preso en una instalación militar, Stroessner abandonó un país que había sido realmente suyo por 35 años el 5 de febrero de 1989, bajo el manto protector de Brasil, en cuya capital terminó instalándose.

Vivió sus 17 largos años de exilio en Brasilia, alejado de toda actividad, sin más sobresaltos que los causados en Paraguay por los frecuentes rumores de muerte.

De hecho, el estado de salud de Stroessner fue durante muchos años motivo de conjeturas y leyendas.

Cuando estaba en el poder se decía, por ejemplo, que padecía cáncer de próstata o de piel, que éste último era la causa de que nunca estrechara la mano.

Estaba también fuertemente arraigada la leyenda en Paraguay de que sufría de un raro mal en la sangre que le obligaba a recibir transfusiones de jóvenes para revitalizarse.

Durante su régimen, su familia, los allegados, los jefes militares y políticos, y una serie de aventureros bien acoplados al régimen amasaron grandes fortunas, según se puso de manifiesto en los juicios que hubo tras la caída de la dictadura.

Con fama de bebedor y mujeriego, sus aventuras galantes eran famosas en Paraguay desde antes de que fuera presidente.

Lo mismo que fue "el Primer Magistrado", "el Primer Deportista" o "el Primer Trabajador", "El Rubio" –uno de sus apodos– también fue "el Primer Falo" del País, sostiene en una biografía el periodista paraguayo Bernardo Nery Farina.

Entre la tropa se le admiraba por su hombría. "Mi general es todo un hombre", se decía.

Stroessner podía perfectamente haber sido el protagonista de "El Chivo", en lugar del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, aquel personaje temerario, de desbordante sensualidad y codicia novelado por Mario Vargas Llosa en el 2000.