Lo hace todo el mundo. Si en pleno viaje dan ganas de orinar y no se puede esperar, se para el auto, se ponen manos a la obra, y a seguir viaje. Eso fue lo que pensó Germán, cuando volvía una noche desde Victoria tras cenar en un restaurante abierto hace un tiempo en la ciudad entrerriana. Pero no fue así: los gendarmes del destacamento que está a la salida de Victoria lo obligaron a baldear la zona donde había orinado, por cierto no sobre la ruta sino sobre los pastos del costado.
Sí, es cierto. Cuando Germán estaba orinando sintió el silbato de un gendarme. Pensó que lo llamaban para avisarle que tenía alguna rueda pinchada o algo pero el estilo. Pero no. Lo hicieron ir hasta el destacamento, que estaba a unos ochenta metros, y allí un “superior” le pidió explicaciones.
“Le dije que no podía aguantar y por eso oriné allí”, le contó a Radio 2. “Bueno, agarre el balde, vaya y limpie”, fue la respuesta.
No, Germán no lo podía creer. Pero respiró hondo y aceptó, porque en el auto esperaban su hija, su yerno y su suegro, y pensó que lo podían llegar a demorar.
Escoltado por dos gendarmes –a quienes atiné a decirles que “esto no se lo hacen a un camionero porque los caga a trompadas”– fue hasta el lugar y baldeó una zona que no estaba del todo claro que haya sido la que orinó, ya que el descampado es grande.
“Esto fue como volver a nefastas épocas pasadas”, dijo germán, que aún indignado decidió hacer público lo que le pasó aquel 28 de febrero a la noche. Un día después cumplió años. Acaso uno de sus deseos haya sido no tener nunca más ganas de orinar en una ruta.
Sí, es cierto. Cuando Germán estaba orinando sintió el silbato de un gendarme. Pensó que lo llamaban para avisarle que tenía alguna rueda pinchada o algo pero el estilo. Pero no. Lo hicieron ir hasta el destacamento, que estaba a unos ochenta metros, y allí un “superior” le pidió explicaciones.
“Le dije que no podía aguantar y por eso oriné allí”, le contó a Radio 2. “Bueno, agarre el balde, vaya y limpie”, fue la respuesta.
No, Germán no lo podía creer. Pero respiró hondo y aceptó, porque en el auto esperaban su hija, su yerno y su suegro, y pensó que lo podían llegar a demorar.
Escoltado por dos gendarmes –a quienes atiné a decirles que “esto no se lo hacen a un camionero porque los caga a trompadas”– fue hasta el lugar y baldeó una zona que no estaba del todo claro que haya sido la que orinó, ya que el descampado es grande.
“Esto fue como volver a nefastas épocas pasadas”, dijo germán, que aún indignado decidió hacer público lo que le pasó aquel 28 de febrero a la noche. Un día después cumplió años. Acaso uno de sus deseos haya sido no tener nunca más ganas de orinar en una ruta.