Virginia Giacosa/Lisandro Machaín

 

La historia de los Servian se remonta a 1912. Todo comenzó cuando los primeros int egrantes de la familia llegaron desde Yugoslavia –dividida en ese momento por la guerra– a la Argentina.

Además de las valijas, los Servian se trajeron bajo el brazo las herramientas para desplegar su arte circense. Y al principio empezaron por mostrar ese mágico atractivo en las calles del país. “Con saltimbanquis, payasos, trapecistas y demás personajes empezaron a trabajar  acá y el arte se transmitió de generación en generación”, contó Cristian Servian, heredero de algunos de los atractivos.

Cristian tiene 27 años y es el mago del circo. Entre los momentos que recuerda de su vida rodante mencionó que “las cosas no siempre fueron sencillas pero que con los años todo se pudo mejorar”. “Recorrimos todo el país, con más y menos dificultades. Una vez un viento muy fuerte nos tiró una carpa y eso implicó volver a empezar de nuevo”, lamentó.

El surgimiento de los circos se ancla en la época de los hipódromos de la Grecia antigua, cuando el pueblo se reunía alrededor de un espectáculo en el que se presentaban diversos números circenses, para celebrar el regreso de los guerreros. 

Con los años, esta costumbre cobró fuerza en los tiempos del Imperio Romano, donde el circo era un edificio público en el que se celebraban las carreras de carros y caballos.

A pesar del paso de los siglos, esta tradición milenaria en la que se mezclan música, danza, colores y magia, sigue siendo una de las expresiones populares que convoca a chicos y grandes para darle un espacio a la diversión y la risa.

El espectáculo del Circo Servian cuenta con la participación de unas 30 personas en escena, pero la compañía traslada en cada viaje a unas 100, entre boleteros, acomodadores y asistentes. “De la familia Servian trabajamos todos. Mi papá, Jorge, mi mamá, Elena, mis hermanas Ivana, Ginett, Gabriela y yo. También mis sobrinas Aylén y Guadalupe”, enumeró.

Aunque desde los orígenes el nacimiento de toda compañía de circo se compone con la unión de los integrantes de una familia de artistas, son muchos los interesados en brillar bajo las luces de la carpa. A lo largo del camino aparecen personas que tienen ganas de sumarse a la singular vida nómade de los cirqueros. “Para nosotros es un placer y una pasión este tipo de vida. Estamos acostumbrados a hacerlo de esta manera, porque desde chicos nos criamos así. Pero lo sorprendente es ver cómo mucha gente que se integra lo siente como nosotros”, señaló Cristian.

Pasen y vean

 

La apertura del show se llama Charivari. Es el resumen de los números que forman parte del espectáculo. Con todos los artistas se muestran fragmentos del número de los acróbatas, trapecistas, bailarines, payasos y magos.

El número de los caballos que es el que le sigue a la presentación es uno de los más antiguos del mundo del circo. En el escenario Tino Lorenzo, el domador del circo, desafía a los caballos y junto con ellos que baila un vals.

Como una especie de hilo conductor de casi todos los números, la presencia de los payasos Pinino, Gato y Gatito hilvana los distintos momentos del show. Con juegos, chistes y pantomimas mantienen una relación directa con el público y lo invitan a participar.

La magia también ocupa un lugar especial y sin duda transporta a un mundo oculto. Las miradas se sumergen en medio del suspenso y la intriga. Las cosas desaparecen de la escena y lo que nunca estuvo ahí asoma a la vista de los espectadores que se resisten a develar los misterios de la magia. Y en el fondo quieren que el espectáculo se prolongue a una dimensión sin fin.