Roberto Caferra
Historia real. Un muchacho recibe un ticket de su (debutante) ex mujer para un show con entradas agotadisímas. La mira, no se sorprende, es una entrada, solo una, un obsequio codiciado donde la mujer se hace visible de manera rara. Una entrada, solo una, para ir solo, ni con ella, ni con nadie más. Conocedor de la ausencia absoluta de tickets decide partirlo en mil pedazos como tributo al dolor, a ese desamor tan presente en su vida cotidiana. Pedacitos de papel de despecho, abandono y soledad.
Y así fue. Los restos de esa entrada para el concierto que Lisandro Aristimuño iba a dar en Rosario volvieron al remitente. Y ese asiento fue el único vacío que tuvo el teatro El Círculo en la fría noche del lunes pasado.
La tragedia, el dolor, la debilidad, los fracasos, la melancolía, el bajón sostienen con coherencia la historia actual del muchacho que hizo mil pedazos ese ticket con gran parte de la obra de Aristimuño. Tamaña sintonía no es casual. A veces los planetas se alinean con justicia. Al fin.
Un final feliz. Donde lo contrario (la infelicidad) se conjura con las canciones más bellas compuestas en estos tiempos argentinos.
Lisandro Aristimuño convoca un público joven con puntos sensibles y cierta codicia hippie. Tango spirit o Luis Alberto melancolic band. Pero allí hay ducha sin peine, elegancia, libreta universitaria, poca prestobarba, perfume, sellos en los pasaportes, bibliotecas ambiciosas y cd´s originales de música electrónica. También jóvenes de 25 enamoradas de tanta ternura que son capaces de decirle a capella: “Lisandro te quiero”, hacer un silencio y rematar: “Y mi hermana también”.
La obra de este joven músico identifica a quienes sienten que el amor será el principio y también el fin de nuestros males. Que las lágrimas lavan penas. Y que tal vez una flor caerá desdibujándote y que no sabrá explicar que amar es esto.“Me hice cargo de tu luz, que desde afuera es tan hermosa”, canta el dulce Lisandro con esa voz carraspeada, estirada al final de su humildad. Ellas, enamoradas como sus madres lo habrán hecho con Serrat y sus tías con Joaquín Sabina.
Aristimuño, que agota entradas, que es cosa seria, tal vez no sea tan popular pero será mejor que todos ellos porque además de sus textos, su música aun no tiene techo: “Llevo valor, llevo juventud, llevo mi fe en volver, amor, llevo cartas que nunca te di, llevo la luz que nos despertó, llevo discos de los Beatles y fotos con vos y tu gorro gris…”
Su hermana Rocío bailotea una danza española al galope de sus melodías. Algún girito sobreactuado de ocasión en un show que se dio el lujo de evitar demagogias.
Al final de la noche, mientras escribo estas líneas envío un sms al muchacho que hizo trizas el ticket del lunes.
-¿Fuiste?
-Sí. Fue lo mejor que vi en los últimos cinco años, dijo sorprendiéndome.
-¿Por qué dijiste que habías roto el ticket?
-Es que estoy un poco loco.
-Menos mal que no lo rompiste.
-Sí, menos mal.
Historia real. Un muchacho recibe un ticket de su (debutante) ex mujer para un show con entradas agotadisímas. La mira, no se sorprende, es una entrada, solo una, un obsequio codiciado donde la mujer se hace visible de manera rara. Una entrada, solo una, para ir solo, ni con ella, ni con nadie más. Conocedor de la ausencia absoluta de tickets decide partirlo en mil pedazos como tributo al dolor, a ese desamor tan presente en su vida cotidiana. Pedacitos de papel de despecho, abandono y soledad.
Y así fue. Los restos de esa entrada para el concierto que Lisandro Aristimuño iba a dar en Rosario volvieron al remitente. Y ese asiento fue el único vacío que tuvo el teatro El Círculo en la fría noche del lunes pasado.
La tragedia, el dolor, la debilidad, los fracasos, la melancolía, el bajón sostienen con coherencia la historia actual del muchacho que hizo mil pedazos ese ticket con gran parte de la obra de Aristimuño. Tamaña sintonía no es casual. A veces los planetas se alinean con justicia. Al fin.
Un final feliz. Donde lo contrario (la infelicidad) se conjura con las canciones más bellas compuestas en estos tiempos argentinos.
Lisandro Aristimuño convoca un público joven con puntos sensibles y cierta codicia hippie. Tango spirit o Luis Alberto melancolic band. Pero allí hay ducha sin peine, elegancia, libreta universitaria, poca prestobarba, perfume, sellos en los pasaportes, bibliotecas ambiciosas y cd´s originales de música electrónica. También jóvenes de 25 enamoradas de tanta ternura que son capaces de decirle a capella: “Lisandro te quiero”, hacer un silencio y rematar: “Y mi hermana también”.
La obra de este joven músico identifica a quienes sienten que el amor será el principio y también el fin de nuestros males. Que las lágrimas lavan penas. Y que tal vez una flor caerá desdibujándote y que no sabrá explicar que amar es esto.“Me hice cargo de tu luz, que desde afuera es tan hermosa”, canta el dulce Lisandro con esa voz carraspeada, estirada al final de su humildad. Ellas, enamoradas como sus madres lo habrán hecho con Serrat y sus tías con Joaquín Sabina.
Aristimuño, que agota entradas, que es cosa seria, tal vez no sea tan popular pero será mejor que todos ellos porque además de sus textos, su música aun no tiene techo: “Llevo valor, llevo juventud, llevo mi fe en volver, amor, llevo cartas que nunca te di, llevo la luz que nos despertó, llevo discos de los Beatles y fotos con vos y tu gorro gris…”
Su hermana Rocío bailotea una danza española al galope de sus melodías. Algún girito sobreactuado de ocasión en un show que se dio el lujo de evitar demagogias.
Al final de la noche, mientras escribo estas líneas envío un sms al muchacho que hizo trizas el ticket del lunes.
-¿Fuiste?
-Sí. Fue lo mejor que vi en los últimos cinco años, dijo sorprendiéndome.
-¿Por qué dijiste que habías roto el ticket?
-Es que estoy un poco loco.
-Menos mal que no lo rompiste.
-Sí, menos mal.