Así lo afirma una investigación del Departamento de Estado de Estados Unidos. Cuando queremos describir algo particularmente indescifrable decimos que nos suena a chino. A un alemán, sin embargo, lo raro le suena a español. La lengua emblema de lo incomprensible varía según países y culturas: para franceses e ingleses es el griego, para los italianos, el árabe; para los finlandeses, el hebreo. 

Según una publicación del sitio lavanguardia.com, todos tenemos la sensación de que algunos idiomas son más difíciles que otros, pero la realidad es que depende del punto de partida. No existen idiomas universalmente difíciles o más difíciles, sino relaciones más alejadas, propensiones personales y diferencias más marcadas con la lengua nativa de cada uno. Por tanto, calcular el grado de dificultad de un idioma es una tarea complicada y bastante arbitraria.

Los que han estudiado las lenguas clásicas saben que latín y griego antiguo pertenecen a dos universos cuyo grado de dificultad está relacionado con la forma de pensar de cada uno. El griego es mucho más libre y sujeto a infinitas excepciones, de modo que su dificultad reside en saber hacer frente al peso de la libertad, que obliga a elegir. El latín, en cambio, tiene la estructura sólida y segura, pero intransigente, de las magníficas arquitecturas del Imperio.

El árabe es el más difícil para un anglófono

Para el hablante nativo de inglés, el Departamento de Estado de Estados Unidos calcula que el español, el sueco o el francés se pueden aprender entre unas 575 y 600 horas de clase. El ruso, el hebreo y el islandés son algo más difíciles, mientras que el árabe, el japonés, el mandarín están en el grupo más duro, que requiere 2.200 horas de clase. 

El árabe, en particular, es el idioma más complicado para un anglófono, porque parece completamente diferente de las familias europeas y asiáticas: se lee y se escribe de la derecha a la izquierda y se compone de pocas palabras y letras. Para elaborar frases con sentido es necesario dominar el idioma y saber utilizar los escasos vocablos disponibles. Por último, los sonidos que caracterizan el árabe son muy difíciles de reproducir para los hablantes no nativos.

Los idiomas más pequeños y alejados son más complejos

Hace varios años, dos jóvenes estudiosos encontraron que los idiomas más pequeños (aquellos con menos contactos externos) tendían a presentar más formas de flexión (variaciones gramaticales de una misma palabra) que los grandes. Por el contrario, las lenguas criollas, que surgen de la mezcla entre grupos lingüísticamente diferentes, son consideradas sistemáticamente más simples que otras lenguas, incluso después de convertirse en lenguajes ‘normales’ con hablantes nativos.

Pero la flexión es sólo un elemento de dificultad. Algunos idiomas tienen sistemas fónicos muy simples, como los polinesios, y otros lucen una amplia variedad de complicados sonidos, como los idiomas del Cáucaso. Las lenguas pueden tener un orden de palabras dentro de la frase rigurosamente fijo o del todo flexible.

Hay idiomas que casi no tienen géneros, como el inglés, y otros con docenas de géneros que deben ser aprendidas para cada sustantivo. En algunos proliferan desinencias y declinaciones, como el finlandés, e incluso existen lenguajes que se modulan con tres alfabetos diferentes, como el japonés. 

El investigador Tyler Schnoebelen ha buscado la frecuencia de las excepciones presentes en un idioma, como forma de clasificar su complejidad. Comparando 21 parámetros, se clasificaron 239 idiomas: el mixteco de Chalcatongo, hablado en el sur de México, resultó ser el más complicado. Resulta, de hecho, que tiene tres niveles de tono (alto, medio y bajo) y también tonos de contorno, por lo que según caiga el (o los) acento(s) cambia completamente el significado de la palabra.

Si el idioma universal de nuestra época, el inglés, llegó a ocupar el lugar número 33 de éste listado, el vasco, el húngaro, el hindi y el cantonés se clasificaron entre los idiomas ‘normales’, sin demasiadas excepciones. Es decir, el número de variables tampoco es índice absoluto de dificultad.

Por lo general, los dos hallazgos más sólidos y menos relativos parecen ser que los idiomas más pequeños son los más sujetos a flexión y que los más alejados de nuestro árbol familiar lingüístico son los más difíciles de aprender.

Todos podemos aprender, si nos los enseñan bien

El tiempo necesario para aprender un nuevo idioma depende del nivel que se desea alcanzar. No existen personas más o menos aptas para aprender lenguas extranjeras, solo sistemas culturales y educativos que preparan mejor o peor. 

Por ejemplo, Suecia, los Países Bajos y Dinamarca, los países que se han distinguido en el último English Profiency Index (prueba de dominio del Inglés) utilizan principalmente un método de estudio que hace hincapié en la comunicación oral y los estímulos externos en los que el aprendizaje autónomo juega un papel crucial, en contraste con el enfoque ‘formalista’, que se centra en el lenguaje escrito, en la gramática y las reglas, pero donde la comunicación oral está completamente devaluada.

Este enfoque deja la impresión, al intentar hablar un idioma extranjero, de no estar al altura porque falta la costumbre de comunicarse en dicho lenguaje. Repetirnos que los idiomas no se nos dan bien, o que incluso todo un país tiene un problema congénito con los idiomas, solo aumenta el riesgo de incurrir en una profecía que se autocumple.