Un equipo de investigadores de la Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo), encabezado por la profesora María Teresa Lucero, indagó acerca del papel que cumplen los docentes en la violencia escolar. Según la investigación, las normativas escolares son experimentadas por los alumnos como un modo de violencia o amenaza, en tanto que naturalizan formas de relación violenta con sus pares porque lo consideran como un modo de “comunicarse”.

Aunque la violencia en la escuela no es un fenómeno nuevo, sí es propia de estos tiempos su relevancia pública, a partir de un sinnúmero de casos que llegaron hasta los medios de comunicación y de allí, a la opinión pública. El equipo de investigación rompe con el enfoque tradicional sobre la problemática, identificando como un actor más de la violencia escolar al propio sistema educativo.

Pero a la hora de analizar el fenómeno, los especialistas se preocupan en caracterizar a éste y otros casos como de “violencia en la escuela” y no de “violencia escolar”. Y las clasificaciones no son caprichosas según el Obervatorio Argentino de Violencia en las Escuelas (OAVE). Mientras la primera hace referencia a la violencia que se produce en el marco de los vínculos propios de la comunidad educativa, la segunda señala a aquellos hechos que tienen a la escuela como escenario pero que no son producto de las prácticas que se desarrollan en ella.

“El docente siente la crisis de un modelo pedagógico dominante, que tenía la visión de la función docente como factor de disciplinamiento para normalizar el comportamiento de los alumnos. Y también la falta de un nuevo modelo pedagógico en el marco de crisis social, económica y cultural de la sociedad actual”, dice Lucero para explicar por qué la violencia escolar se traslada a la práctica docente.

Para la investigación se eligieron escuelas con culturas diferentes, situadas en distintos contextos de Mendoza, tanto públicas como privadas. Los autores del trabajo encontraron que los alumnos viven las normativas escolares como un modo de violencia, de amenaza, en tanto sólo “satisfacen” el deseo de los profesores de “ejercer su poder”. Naturalizan algunas “formas de relación violenta con sus pares”, en tanto no lo consideran expresión de violencia tanto verbal como física o gestual. Son, dicen, una forma de “comunicarse”. También afirman que “viven como una pérdida de la propia identidad” en la escuela, en tanto tienen que comportarse de manera diferente a como lo hacen en su vida cotidiana. Aparece como una forma de violencia contra ellos “la rutina”.

”Hay dispositivos de disciplinamiento que se vuelven expulsores del alumno. Y además, se toman decisiones políticas que impactan en la vida escolar, que afectan la vida de docentes y de alumnos, de manera arbitraria e inconsulta”, advierten.


“Estamos en una época de crisis de los modelos o paradigmas pedagógicos tradicionales”, analiza Lucero. Se refiere a que se ha diluido la oposición entre el docente como autoridad indiscutible de la clase, transmisor de conocimientos, poseedor del saber y el alumno “tábula rasa”, vacío de conocimientos que deben ser absorbidos a partir de lo que “enseña” el docente.

“Hoy este modelo, aún muy vigente en nuestras aulas, promueve la resistencia de los alumnos y en esta lucha encontramos mucho de la violencia que está vigente en la escuela y que las políticas educativas alimentan con decisiones que no cuentan con la consulta necesaria a los docentes”.

Para empezar a cambiar esta situación, el equipo comandado por Lucero propone crear espacios institucionales en las escuelas para el trabajo en equipo entre docentes y personal directivo, donde se puedan “plantear los problemas cotidianos del aula y buscar las soluciones adecuadas al contexto de la escuela en la que está trabajando”.

También consideran que debe darse una lectura más “política” de la realidad educativa, para poder comprender lo que está pasando y por qué está pasando. Todo esto llevará al docente a recuperar su autoestima y su responsabilidad en las tareas que le competen. “Hay que desarrollar herramientas para leer la realidad social, económica y cultural de sus alumnos para poder realizar la práctica pedagógica -opinan-. El docente tiene que recuperar la función fundamental de un profesional de la educación: enseñar conocimientos y distribuirlos de manera equitativa, cualquiera sea la condición social de sus alumnos”, concluyen.

Fuente: Universidad Nacional de Cuyo