La respuesta es sencilla y la proporciona Jara Acín y Rivera, psicóloga especializada en trauma por abandono temprano y una de las autoras del libro ¡Ayúdale a despegar!. "Sí, los padres pueden transmitir sus experiencias traumáticas a los niños. Sin duda alguna".

La psicóloga diferencia, no obstante, entre dos tipos de traumas. "Primero estarían las experiencias aversivas, que sobrevienen por un suceso concreto como un accidente o una intervención quirúrgica repentina", y que pueden ser de muy  diversa índole, "desde cosas pequeñas, como que te atragantes con un trozo de jamón a secuestros o tsunamis".

Son traumas transmisibles a los niños según cómo nos comportemos. "Un niño muy pequeño, un bebé, podría reaccionar con pánico a cosas que a la mamá le dan pánico sin haber tenido experiencias en ese sentido. Los niños aprenden a tener miedo en función de los modelos que les transmiten los padres.

El cerebro emocional de los niños hasta algo más de los tres años es literalmente de las madres. Si tenemos una mamá muy asustadiza, vamos a construir un cerebro de un niño muy asustado también". Acín y Rivera pone como ejemplo el caso de una niña de cuatro años que tiene mucho miedo a las motos, "a ella no le ha pasado nada, pero a la mamá sí; así que cada vez que la madre ve una moto, sujeta la mano con fuerza a la niña.

Cosas muy pequeñas son suficientes: conductas de evitación, de activación, cómo se habla de esos temas, la expresión no verbal...". Por otro lado están los traumas relacionales. "Un trauma relacional, de apego, aparece en nuestras relaciones respecto a nuestras figuras de apego principales; cuando de aquellos de los que esperamos cuidados, que tienen que ocuparse de nuestro desarrollo, recibimos negligencia, abandono o violencia de cualquier tipo". Y sí, también son transmisibles: "A través de las relaciones vinculares, de apego, aprendemos cómo es el mundo, qué esperar de la gente, dónde esperar peligro y cómo manejarlo...

Eso construye nuestro cerebro y lo transmitimos transgeneracionalmente, a menos que lo hayamos trabajado conscientemente. Es decir, si en una familia de los años 50 era aceptable cierto grado de violencia contra los niños y no se toma conciencia de eso y se repara, esa misma violencia será aceptable en las mentes de los padres y madres de las siguientes generaciones". Ambos están, además relacionados. "Cuando uno tiene unas bases de apego bien formadas,  contando que todos somos familias imperfectas, tiene herramientas que le permiten manejar el trauma pequeño", explica la psicóloga. "Si no tiene un sistema bien configurado de apoyo, de contención, de regulación...  no tiene herramientas para poder afrontar lo que le viene".

¿Cómo evitar transmitir nuestros traumas a los niños?

Es importante valorar cada caso y cómo fueron sus circunstancias. "Si de repente te ataca un perro y está tu hijo delante, es una cosa. Si te encuentra con la venda es otra", explica Jara Acín y Rivera, pero la experta destaca como fundamental "que los adultos trabajen sobre esa vivencia y que puedan integrarla, que llegue un punto en el que obviamente lo identifiquen con una experiencia negativa, pero que no sea desrreguladora. Es decir, que no entremos en pánico cada vez que veamos un perro; que no dejemos que esa sintomatología de susto, que es normal,  se apodere, se extienda o se ancle de manera disfuncional.

Solamente si de manera auténtica hemos integrado esa experiencia y la manejamos, será creíble para los niños que una cosa negativa ha sucedido pero que el mundo sigue siendo un lugar seguro". Aquí llegamos a la clave de la cuestión, qué es exactamente un trauma: "La pérdida mayor que uno tiene cuando surge un trauma de cualquier tipo es la pérdida de la creencia de que las cosas van a ir bien, de que el mundo es un lugar seguro aunque pueda pasar alguna cosa mala circunstancialmente", explica la psicóloga.

"Uno sabe que una persona está traumatizada cuando ha habido una ruptura de esa creencia. Eso es lo que se trabaja y lo que hay que procurar que los niños no adquieran". El segundo paso, por tanto, tras la asunción del trauma, es hablar con los niños para "transmitir que ha sido una experiencia negativa pero que ya estamos bien, que ya ha pasado, que se ha hecho lo necesario para poner solución, que cada vez estamos mejor, que ha sido una cosa puntual para que no se produzca un trauma vicario".

Fuente: 20minutos