Un grupo de investigadores de la Universidad de Nottingham acaba de publicar un artículo en la revista Science conectando castigo, normas de cooperación cívica y el cumplimiento de la ley. Muchos economistas están muy interesados en entender los mecanismos por los cuales los indivuos que forman parte de una sociedad deciden cooperar. Al fin y al cabo el trabajo conjunto para el bien común es crucial para el progreso de cualquier sociedad.

Para entender mejor como funciona este tema de la cooperación, se convocó a un grupo de estudiantes universitarios provenientes de ciudades de 16 países distintos. El objetivo era llevar adelante un juego diseñado con el fin poner de manifiesto su tendencia a la cooperación así como el castigo ante la falta de la misma. Las 16 ciudades en cuestión son Boston, Melbourne, Nottingham, St. Gallen, Chengdu, Zurich, Bonn, Copenague, Dnipropetrovsk, Seul, Estambul, Minsk, Samara, Riyadh, Atenas y Muscat. O sea un amplio espectro sociocultural.

El juego en cuestión consiste evaluar situaciones donde la cooperación de los participantes permite obtener beneficios para todos los involucrados (beneficios sociales) pero también permite beneficiarse a aquellos que no contribuyen.

Basicamente, se forman grupos de 4 participantes cada uno de los cuales posee 20 cospeles. Si todos los jugadores contribuyen con sus cospeles a lo largo de las 10 rondas que dura el juego, al final todos los participantes se benefician. Pero también puede darse el caso de que aquellos que no contribuyen puedan beneficiarse del aporte de los otros participantes

El juego se puede llevar adelante de dos maneras: con o sin castigo. En el primer caso se hacen 10 rondas y ningún participante puede castigar a otro por su falta de cooperación. En el segundo caso, se juegan 10 rondas y cada participante puede castigar la falta de cooperación de sus otros compañeros de juego lo que determina que el castigado pierda cospeles y el “castigador” tambien.

Resultados obtenidos

Por una parte el estudio permitió poner de manifiesto que todos los grupos evaluados castigan por igual a aquellos que no contribuyen o que contribuyen menos de lo esperado, independientemente de su origen geográfico.

Pero lo que este trabajo pone de manifiesto por primera vez es que, en determinadas sociedades, los que no contribuyeron o contribuyeron con poco se vengaron de aquellos que contribuyeron más. Esto es lo que los investigadores llaman castigo antisocial. Y es lo que se observó en sociedades mas autoritarias o cerradas tales como Muscat en Oman, Atenas, Riyadh en Arabia Saudita, Samara en Rusia, Minsk en Bielorrusia, Estambul, Seul y Dnipropetrovsk en Ucrania. Todas estas ciudades mostraron los niveles más altos de castigo antisocial. El efecto final de este comportamiento es la baja en las contribuciones y las ganancias.

Simon Gaechter, uno de los autores del estudio y profesor de Psicología de la Toma de Decisiones Económicas de la Universidad de Nottingham, expresó que, a su juicio, este es el experimento más extenso llevado a cabo en el mundo desarrollado tomando distintos países y culturas con el objetivo de estudiar el comportamiente cooperativo.

El profesor agregó que “nuestros resultados se correlacionan con otros datos en medidas particulares de normas sociales de cooperación cívica y reinado de la ley en las mismas sociedades. Los hallazgos sugieren que en sociedades donde la cooperación pública está enraizada y la gente confía en sus instituciones legales, la venganza generalmente no aparece. Pero en las sociedades donde la ética moderna de cooperación con extraños es menos familiar y el reinado de la ley es débil, la venganza es más común”.

Cooperación cívica: la clave

Cuando hablamos de normas de cooperación cívica nos referimos a formas de actuar frente a determinadas situaciones. Por ejemplo, si usted piensa que evadir impuestos o no respetar las leyes de tránsito es su estilo de vida, puede contarse entre los que no profesan ningún respeto por las normas de cooperación cívica. El castigo antisocial es más común en aquellas sociedades donde este tipo de comportamiento es rampante y la aplicación de las leyes se ve como inefectiva.

Otro investigador, el profesor Herbert Gintis, comenta sobre el trabajo publicado en Science que el castigo antisocial es raro en las sociedades más democráticas y muy común en las que no lo son.

No es raro entonces que los países donde hay más respeto por las libertades civiles, la libertad de prensa y menos corrupción (de acuerdo a la evaluación de la Auditoria Democrática Mundial) sean aquellos donde el castigo antisocial es mucho menos frecuente. ¿Cuáles son estos países?: EE.UU., el Reino Unido, Alemania, Dinamarca, Australia y Suiza.

Gintis agrega que el éxito de las sociedades democráticas radica tanto en factores materiales como en virtudes morales.

Virtudes morales: la respuesta

¿Le suena raro? O tal vez no le suene raro al principio pero después de pensarlo un poco quizás le parezca ridículo, tonto o incluso no muy práctico. Virtudes morales. ¿Quién piensa en las ventajas de aplicarlas en estos días?

Pero, ¿es tan tonto el pensar que la clase de persona que somos y las actitudes con que nos movemos en el mundo que nos rodea pueden terminar siendo las responsables de lo que nos sucede como sociedad?. En realidad creo que este estudio refleja ideas que se suman a otras que todos conocemos y que apuntan a lograr una mejor convivencia social tomando al individuo como punto de partida. Ideas que, si tuvimos la suerte de tener padres atentos y presentes, nos fueron inculcadas desde chicos.

Por ejemplo: pagar las deudas primero (aunque no le quede dinero suficiente para darse un gusto después de hacerlo), honrar la palabra, cuidar del trabajo disfrutando de la tarea cumplida, contribuir a la sociedad en que vivimos (tenemos derechos pero también obligaciones, aunque tenemos más tendencia a acordarnos de los primeros que de las segundas).

Cosas simples pero no sencillas de hacer en el mundo de hoy. Pero sencillo o no la decisión está en nosotros. Al fín y al cabo no podemos vivir echándole la culpa a los demás de nuestras fallas y de nuestra decisión de vivir como si estuviéramos solos. Vivir en sociedad significa ser parte de un sistema complejo donde lo que yo haga repercute en los demás. Por haber nacido en esta sociedad estamos aceptando cumplir reglas para optimizar su funcionamiento. Yo acepto que si el semáforo está en rojo me voy a detener. He aceptado implicitamente eso por haber nacido en la sociedad en que he nacido. Si no lo hago le jorobo la vida a aquel que confió en mi compromiso tácito de respetar esta simple regla. Si no respetamos las reglas sencillas, si nos enojamos cuando nos indican que estamos haciendo algo que “esta mal” (entendiendo por “estar mal” todo aquello que rompe el pacto que asumimos por el simple hecho de haber nacido y ser parte de la sociedad en que vivimos), ¿realmente esperamos avanzar como sociedad?

Redondeando

Como decía antes, este trabajo de investigación pone de manifiesto desde un punto de vista experimental las ventajas de aplicar aquellas normas de conducta que ya conocemos desde hace mucho. Las responsabilidades son numerosas. Y hablo de responsabilidad entendiendo a la misma como capacidad para responder de manera efectiva. Si sabemos lo que hay que hacer para que las cosas funcionen y lo hacemos, somos responsables. Si no, todo sigue quedando en eso, en ideas, palabras y nada de acción. Solo la acción permite concretar. Aunque el resultado no sea el esperado. Porque de esa manera ya sabemos que ese curso de acción no nos lleva al resultado buscado. Entonces tomaremos otro basándonos en esa experiencia. ¿Todo esto le parece obvio? Mire como estamos viviendo y pregúntese que es lo que nos impide convertir la obviedad en realidad.

Por eso, en estos dias de ánimos caldeados, palabras vacías y necesidades insatisfechas, determinemos que es lo que nos falta para llegar adonde queremos y empecemos a actuar en consecuencia. Si no, y como decía mi padre, nos va a agarrar la noche. La noche de la inacción