Virginia Giacosa

"Viví al lado del edificio de Salta 2141 hasta hace un año", "iba a la psicóloga a una cuadra", "compraba en la dietética que está a un paso hasta que abrieron una más cerca de casa", "tuve un novio a pocos metros del lugar que explotó por el aire", "compraba cigarrillos en el kiosco de la esquina donde tomaba el colectivo todas las mañanas", "día por medio sacaba dinero del cajero del banco Macro". Las frases se repiten desde hace una semana. Muchos son los rosarinos que en los últimos días rememoran cierta cotidianeidad vivida en la zona marcada por Oroño y Salta. Todos sienten que eso les podría haber pasado. Todos o casi todos son personas que sino viven en el centro habitan en sus alrededores. Todos o casi todos son profesionales, trabajadores, estudiantes de clase media.

La psicóloga Mónica Blanco, que desde la explosión trabajó intensamente con los equipos de Salud que asistieron a vecinos, familiares y víctimas, reflexiona:  "No tiene que ver con cuestiones de clase pero sí con condiciones de vida en las que se encuentra cada uno. Incluso, quienes viven mucho más al límite tienen otras formas de enfrentar esas situaciones".

La experiencia en los centros de atención primaria de la salud en barrios periféricos le da elementos a Blanco para explicar la conmoción que provocó el hecho ocurrido el martes pasado. "Hay personas que por su propia condición de vida habitan al borde de la supervivencia y por ello tienen otras formas de enfrentar ciertas situaciones. Están al limite de la vida y la muerte", dice y agrega: "Quién está caminando en el borde permanente sabe que la muerte es siempre una posibilidad cercana, algo que le puede ocurrir en un rato o mañana".

En cambio, eso parece ser impredecible para otros que caminan (o creen caminar) en un suelo más firme hecho de algunas certezas. "Sus recursos no están preparados para esto y sobre todo hay un shock. Algo que irrumpe sin aviso, que nos demuestra a nosotros, los otros, que eso nos pudo pasar. No lo vivimos con egoísmo, todo lo contrario, con identificación. Ocurrió una amenaza y nadie se pudo anticipar a eso", opinó.

Eso quizás fue lo más impactante de lo ocurrido la martes 6 de agosto. Ver que un edificio del barrio que uno transita con frecuencia desaparece de pronto y por completo. Una torre que está ubicada en una zona que tuvo que hacer una pausa y que invitó a los alrededores a detener la agenda laboral pero sobre todo recreativa, cultural y gastronómica.

"Estas situaciones hacen que uno pueda ponerse en el lugar de que le pudo pasar lo mismo. Alguien me decía sobre un joven que estaba ausente: ´De pronto me puse a pensar que tiene la misma edad que yo´. Alguien que pierda la vida puede ser una posibilidad que yo puedo pasar", explica Blando.

Para la profesional lo que ocurre es que a partir de la tragedia hay que volver a rearmarse y esa es la difícil tarea después del desastre. "Se produce una desorganización en el sistema social, hay que buscar alternativas diferentes, contener y contenerse".

En la misma línea sostuvo Andrea Bordignon, otras de las psicólogas que prestó funciones en los equipos de salud mental. "Esto lleva a armar una cotidianeidad nueva pero también va a despertar un alerta en relación a la regulación".

"A partir de ahora al llamar a una persona para hacer un trabajo veremos si está matriculada si tiene relación legítima con tal empresa, si esa compañía cumple con lo que debe cumplir y está en regla con sus responsabilidades. En nuestra vida diaria damos por descontado cuestiones que van caminando solas supuestamente porque necesitamos de lo automático pero son estas cosas las que nos van a hacer pensar de otra manera", concluyó.