Daniel Scioli fue Daniel Scioli. Al menos el de las últimas semanas de campaña. Por eso no extrañó que desde el inicio mismo del debate presidencial se pusiera a la ofensiva y retomara el discurso de que si Cambiemos gana el balotaje se viene un ajuste, el neoliberalismo, el regreso a los 90.

Pero Mauricio Macri no fue Mauricio Macri. O al menos no fue ese personaje que pregonaba la buena onda delante de todo y lejos de ser el más componedor de los componedores, contraatacó con dureza y se enfocó en dejar en claro que el candidato del Frente para la Victoria representa una continuidad total de las políticas y los modos kirchneristas. Se ve que la conclusión en su comando de campaña fue, ante lo que denominan como la campaña del miedo K, no hay mejor defensa que un buen ataque.

Así, el debate tuvo más chicanas que propuestas. Más evasivas que respuestas. Más cruces que coincidencias. Más tensión que sonrisas. Y la idea que sobrevolaba al final es que difícilmente, a pesar de los millones que lo vieron, vaya a producir un vuelco en las decisiones que los electores ya tenían o perfilaban de cara al balotaje del domingo.

Ninguno de los dos se destacó tanto como opacar al otro. Ninguno de los dos la pifió tan feo como para quedar descolocado ante la audiencia.

¿Un ganador? Ni Scioli, ni Macri. El ganador, en todo caso, es el electorado, que pudo seguir un debate histórico que le da más herramientas para tomar la crucial decisión del domingo: a quién de estos dos dirigentes convierte en presidente. Aunque de intercambio de ideas haya habido realmente poco.

Acaso por ahí haya quedado un sabor amargo: más que por las propuestas, los candidatos parecieron estar más preocupados por ser astutos y dejar mal parado al adversario. Finalmente, ninguno fue tan vivo; ninguno fue tan torpe.