Cada vez que llega el 20 de julio en los escaparates se amontonan distintos obsequios para regalar a los amigos. Osos de peluche, tarjetas y tarjetitas, señaladores, diplomas, cajas y cajitas, portarretratos y todo tipo de chucherías, que alimentan y hacen cr ecer al emporio de lo kitsch, se alinean del otro lado del vidrio.

 

Por más pequeños que sean los souvenires, que se acostumbran a comprar para esa fecha, no le niegan un espacio a la frase popular que acentúa aún más el sentido del festejo. “El amigo es el hermano que se elige”, “No cambies nunca”, “Gracias por ser como sos”, son algunas de las  frases, que perduran al paso de los años y relucen sobre cada objeto.

 

Los regalos se compran de a docenas y las frases también. Cinco señaladores por tres pesos, dos ositos por siete con cincuenta, tres tarjetas por cinco. Y así, el que tiene varios amigos abarata más costos que el que tiene unos pocos.

 

En oposición a los que hacen del Día del Amigo todo un ritual, se ubican los que piensan que la ceremonia tiene que reeditarse todos los días del año. Lejos de mantener viva esa costumbre argumentan que prefieren rendir un homenaje a esos compañeros de la vida con un correo electrónico, un llamado, un café y un abrazo sin importar lo que dice el calendario.

 

Sin embargo, cuando cae la tarde del 20 de julio por una extraña conjunción de los planetas hasta los que reniegan de las fechas comerciales se sorprenden  de estar sentados con un vaso en la mano para brindar por la compañía o bien de tipear un saludo en el celular.