Este nuevo paradigma comenzó a utilizarse en 1969, en la Universidad de McMaster, Canadá. En Argentina, en tanto, se empezó a usar en la década del 80, aunque de manera híbrida, es decir, de forma integrada con la currícula tradicional. Actualmente, las universidades públicas que cuentan con el nuevo plan de estudios son cinco: las Universidades Nacionales de Rosario, del Litoral, de Cuyo, del Sur y de La Matanza. Según la coordinadora de la carrera de medicina de la UNLaM, Dra. Gabriela Lourtau, “hay excelentes resultados en los egresados de esas instituciones, ya que la mayoría de los que se presentaron a la residencia lograron ingresar sin problemas”.

Esta metodología de enseñanza se llama aprendizaje basado en problemas. “No es lo mismo aprender un hueso de manera aislada, que aprender un hueso desde un caso. Por ejemplo, desde una fractura: para qué sirve, qué es, en qué estado está, qué daño ocasiona en el cuerpo. Esto entusiasma, lleva a la investigación, al autoaprendizaje, al trabajo colaborativo en equipo y a poder fijar mejor los conceptos”, describe Lourtau.

La diferencia entre el plan de estudios tradicional y el que pertenece al nuevo modelo de la medicina se comprende rápidamente al comparar las asignaturas de cada uno. Mientras el primero está compuesto por materias como Anatomía, Fisiología y Biofísica, Histología, y Química biológica (como se observa en el caso de la UBA), el segundo plan consta de asignaturas como Concepción y formación del ser humano; Salud colectiva y comunitaria; Desgaste y envejecimiento; Salud integral de la mujer; y Salud del niño, niña y adolescente (ver recuadro comparativo). De esta manera, los conocimientos que en las materias tradicionales se adquieren por separado, en la nueva currícula se integran dentro de las diferentes etapas de crecimiento del ser humano: nacimiento, niñez, adolescencia, adultez y vejez.

“La forma histórica que tuvo la medicina de privilegiar lo particular fueron los órganos. Entonces, hoy tenemos muchos especialistas de órganos o de sistemas, que nosotros no queremos disminuir, sino equilibrar a través de especialistas en etapas del ciclo vital”, puntualiza Rovere. “Lo tradicional es ingresar a la carrera de medicina y entrar a la morgue, pero la vida no empieza en la morgue sino con el nacimiento. Por eso, la idea es dividir la formación en ciclos, comenzando con la formación del ser humano”, agrega Lourtau.

Una de las asignaturas clave de la carrera es la relación médico-paciente, que se estudia bajo el nombre de “Articulación Básico Clínica y Comunitaria”, durante los tres primeros años. Según Rovere, la importancia de esta materia se basa en que no se puede seguir fundamentando dicha relación en el hecho de que el médico es el que sabe y el paciente sólo lo escucha. “Nuestra lógica de relación médico-paciente es que se trata de un encuentro de saberes, en la cual el paciente es experto en lo que le afecta. Esto se ve clarísimo en las enfermedades crónicas, como la diabetes”, señala el decano.

“Esa situación donde el médico tenía el poder y el paciente obedecía hoy se está cambiando y me parece muy sabio, porque permite ponerse en el lugar del otro”, coincide Lourtau. “Yo, como médica, puedo saber acerca de una enfermedad, pero no sé qué pasa en el entorno del paciente, eso sólo lo sabe él. Además, el acceso a la información que tienen los pacientes, hoy en día, es ilimitado”.

Otro eje de la carrera lo conforman las denominadas prácticas precoces pre-profesionales. Dentro de todas las asignaturas, hay una carga práctica que se llevará a cabo en diferentes “campos”, como el patio universitario, una escuela o un club social, entre otros.

Fuente: CTyS