Numerosas investigaciones y aportes de las neurociencias a la educación revelan que los alumnos tienen mayor productividad si comienzan sus actividades a un horario posterior al actual. "Los adolescentes son típicos ´búhos´, las agujas de sus relojes biológicos apuntan hacia más tarde", dice el biólogo Diego Golombek.

Es por eso que desde el año próximo se lanzará un plan piloto en el que cuatro escuelas de la ciudad de Buenos Aires comenzarán sus actividades en un horario posterior al habitual de las 7.30. Se seleccionarán algunas escuelas secundarias que estarían dispuestas a modificar el horario de ingreso o, en su defecto, seleccionarán asignaturas más afines para las primeras horas de la jornada.

La directora general de Planeamiento e Innovación Educativa del gobierno de la ciudad, Mercedes Miguel, trabaja junto con su equipo desde hace varios años en la reforma del plan curricular de todos los niveles educativos y las neurociencias ocuparon un lugar principal en este nuevo enfoque.

En las últimas décadas, los avances científicos permitieron estudiar cómo funciona biológicamente el cerebro gracias a la tecnología que permitió experimentar y verlo por dentro. En el campo de la educación, estos descubrimientos se siguen con gran curiosidad porque ver el funcionamiento del sistema neuronal al momento de aprender brinda a los docentes una información muy valiosa para preparar sus clases y tener éxito en la enseñanza.

El proceso de enseñanza en las escuelas tradicionalmente se basó en el sistema de aprendizaje lógico-verbal, comandado por la parte izquierda de nuestro cerebro. A partir de experimentos neurocientíficos, se pudo comprobar, sin embargo, que las emociones también ejercían un rol fundamental en este proceso. "Lo interesante de las neurociencias es que no vinieron a dilapidar nuestras prácticas pedagógicas y a decirnos cómo debemos enseñar, sino que reafirman muchas ideas que ya sabíamos desde la psicología y desde la educación misma", señala María Eugenia Podestá, asesora pedagógica en el área de ciencias y educación. Y completa: "Hoy tenemos explicación científica para afirmar que los períodos atencionales son cortos en los niños, que es muy importante dormir más de ocho horas para la liberación de la serotonina, un neurotransmisor que cementa los conocimientos en la memoria. También sabemos que nuestros alumnos adolescentes no tienen desarrollado completamente el lóbulo prefrontal, que es el responsable de inhibir las conductas inapropiadas o riesgosas".

Sin embargo, hay también quienes prefieren mantener una distancia prudencial con respecto a los avances de estas disciplinas y su influencia en la educación. Daniel Braslovsky, docente en la Escuela de Educación de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FlACSO), reflexiona: "Los defensores de una alianza entre las neurociencias y la pedagogía utilizan en general argumentos parecidos a los de la vieja psicología evolutiva: «Si entendemos cómo funciona la mente, educaremos mejor». La diferencia reside en que, al menos, la psicología emplea metáforas surgidas de la experiencia y no resultados de laboratorio. En ambos casos, el riesgo es similar: se intenta reemplazar los esfuerzos que demandan las relaciones educativas (complejas, cambiantes, políticas, insertas en instituciones) por fórmulas esenciales sobre el alumno o el aprendizaje".

Los neurocientíficos son conscientes de que no hay soluciones mágicas. "Las recetas no funcionan en educación ni en neurociencias. Los cerebros encuentran diferentes caminos para resolver sus problemas. El camino que hace cada cerebro puede ser diferente y la misma receta no funciona igual", aclara Andrea Goldin, del Laboratorio de Neurociencia de la Universidad Torcuato Di Tella.