Dos diplomáticos se saludan cordialmente, se dicen algo y sonríen. Uno habla ruso, el otro español, al lado de ellos, otro en inglés y mas allá, una mujer en francés. Están en la puerta de la conocida “Sala de los Derechos Humanos” o la del “Techo de colores”, o “La Capilla Sixtina de la ONU”, como se la conoce en los pasillos.

La cúpula del salón, una estructura de más de 1.300 metros, fue construida especialmente por el artista Miquel Barceló simulando un mar, olas, la cueva que “va hacia el futuro” vista desde el suelo, o al menos desde las 700 butacas que envuelven el recinto.

El nombre real del lugar es quizás un poco más formal y enunciativo: "Sala de los Derechos Humanos y de la Alianza de las Civilizaciones", dentro del edificio “nuevo” de la ONU en Ginebra.

Allí, las alianzas se consolidan y diluyen en pos de una prioridad: la de establecer mejoras en la situación de los derechos humanos a nivel universal.

Así es que este salón, donde se reúne periódicamente el Consejo de DD.HH en el Palacio de las Naciones, es el sitio donde se toman decisiones, se critican y celebran medidas vinculadas al área.

Para este nuevo mecanismo usado por la ONU, denominado Exámen Periódico Universal (EPU), los 193 estados miembros deberán pasar por aquí para exponer sus avances o desafíos.

La sala es testigo de exámenes y cuestionamientos; de preguntas, de respuestas y de miradas. De intervenciones con micrófonos y de conversaciones fuera de él.

Bajo el techo que irradia colores y formas abstractas y con un marco de cientos de estrados con carteles nombrando a cada país y dos pantallas gigantes con un reloj con cronómetro en el medio, la sala representa el espacio de acuerdo de, vaya responsabilidad, los retos en derechos humanos dentro de cada Estado.

Sean embajadores, diplomáticos, cancilleres o funcionarios de menor nivel, todos aquí son iguales. Los idiomas se diluyen, -hay un interprete por cada lengua- que acortan la distancia geográfica y cultural para que el encuentro sea literalmente algo universal e igual para todos.

No tiene la mejor vista del Palacio. Las ventanas que dan al jardín de este edificio ginebrino no están en la "Sala de los Derechos Humanos" pero su ubicación es estratégica; el bar más concurrido está debajo, lo que genera un importante tránsito en las escaleras mecánicas.

Las delegaciones ingresan, como lo están haciendo para esta segunda edición del EPU, con nervios de saberse examinadas y con la certeza de que aquí, todos pasan por el banquillo, para sumar o para informar, pero la sala está dispuesta a ser el sitio donde todos los Estados puedan mejorar su cooperación en los derechos.

Y más allá del examen, el lugar logra algo que difícilmente ocurra en otro ámbito: que todos los países participen desde el mismo lugar y dialoguen con el objetivo de una mejor calidad en derechos humanos para el mundo.

Fuente: Télam