Por la denuncia de una ex empleada, el colegio religioso Verbo Encarnado, ubicado en La Paz 526, enfrenta una denuncia por hostigamiento laboral que deberá resolver la jueza en lo laboral Silvina Laura Quagliatti.

La denunciante –según cuenta en una publicada en Rosario 12 la periodista Sonia Tessa– durante 13 años se desempeñó como recepcionista en la escuela privada. Y relató que la situación le provocó caída de pelo, problemas de columna, depresión y un último intento de suicidio que derivó en una internación psiquiátrica durante diez días. La persecución incluyó injurias con sus compañeros de trabajo ("no sé cuándo me voy a sacar de encima este clavo", le escuchó decir sobre ella a otras personas a la administradora del colegio, Eliana Cecilia Aguilera), la asignación de sus labores a otras empleadas mientras a ella le pedían tareas inútiles, cambios arbitrarios y constantes en el horario de trabajo, menoscabo en el trato, y hasta calumnias sobre una relación lésbica con una religiosa de la orden que tiene sede central en México. "Me arruinaron la vida", resumió Rosana.

Tras un período de licencia la mujer se presentó para volver a trabajar en agosto de este año. Pero la escuela se lo impidió y ella se consideró despedida "por hostigamiento de la señorita Eliana Cecilia Aguilera y la hermana María Loreley Ifran Alvarez (representante legal y madre superiora del Colegio) en el ambiente laboral envenenado", según una carta que Rosana envió a la escuela.

Según la nota de Rosario 12, Héctor Gustavo Dimónaco, abogado del colegio,  negó el hostigamiento y afirmó que "a esta persona lo único que se le pidió es un control por el médico de la entidad propietaria en el momento que decide reincorporarse a su trabajo, en cumplimiento del artículo 205 de la ley de contrato, que faculta al empleador a chequear el estado de salud del empleado".

Rosana, en cambio, dio detalles de la situación que sufría: "Eliana me menoscababa permanentemente, una vez estaba yéndome de la escuela y escuché que le daba todo mi trabajo para que lo hiciera la otra empleada, pero a mí no me lo dijo", asegura, y afirma también que los cambios de horarios eran permanentes. "Me conozco todos los turnos, mañana, tarde y noche. No sé cómo habría hecho con hijos, porque nunca sabía a qué hora me tocaba trabajar", indica, antes de contar que a fines de los 90 con la llegada de la madre superiora Silvia Elena las cosas empeoraron. "Me trataba muy mal, me decía que yo tuve un problemita, para recordarme la relación sentimental que me habían inventado con una hermana mexicana, y también me decía que nunca me iba a hacer horario corrido", detalla y agrega: "Me daban poco trabajo, estaba nueve horas para no ir los sábados, y sólo me pedían que atienda al público y recorte figuritas, letras, todas cositas que a mí me ponían mal, los mismos alumnos me preguntaban por qué hacía siempre lo mismo".

Rosana no sólo sufría por el trato que recibía, sino también porque le costaba recibir, por ejemplo, los incrementos salariales que se determinaban para el resto de los empleados. "Era una lucha para que me los pagaran", cuenta.