Cuando baja la inundación es cuando empiezan a aflorar las peores tragedias. No sólo el olor pestilente que se siente adentro de las casas mojadas, a veces aparecen los animales muertos y otras los objetos que faltan no porque los arrastraron las aguas sino porque alguien se aprovechó de la situación.

Cuando amainó el temporal entre ayer y hoy fueron muchos los evacuados que no pudieron dejar de darle lugar a la esperanza de volver a su casa. Mil de los casi 4 mil refugiados en centros de asistencia emprendieron el viaje de retorno de ese éxodo.

"Me voy a mi casa porque no aguanto más estar lejos de mi marido", decía Daniela, mientras juntaba algunas ropas y frazadas que colectó en Newell´s Old Boys desde que se evacuó con sus cuatro hijos. Aunque está segura de volver a su hogar en Villa Banana no es su marido quien la impulsó en la decisión del regreso, por el contrario fue su compañero quien la empujó a abandonar la casa. "El agua empezó a subir y él me dijo que tenía que irme junto con los chicos. Y a mi me costó entender pero me di cuenta que tenía razón", reflexiona la chica mientras de la teta tiene prendido al más chico de sus hijos.

Es que la mayoría de los centros de evacuados fueron abiertos para alojar a mujeres y niños pero no a hombres, con los cual los hijos mayores y los esposos no tuvieron más alternativa que quedarse cuidando lo poco que tenían dentro de sus casas y fundamentalmente los animales que les ayudan a juntar un peso para sobrevivir.

"Acá estos días estuvimos bien, nos dieron leche, facturas, comida y mucha ropa. La verdad que fue mejor estar acá que en medio del agua", apuntó. Pero ahora, las noticias que le llegan de los vecinos del barrio es que la situación mejoró y las ganas de volver aprietan. "Quiero estar cerca de mi esposo ayudarlo a armar todo de nuevo. Estuvo solo todos estos días y sólo comía algo cuando me venía a visitar acá. Hasta lo dejé sin mate porque me lo traje yo", dice mientras una sonrisa se le cuela en la cara.

Hay otros en cambio que ya vuelven sabiendo que lo perdieron todo o casi todo, pero igual prefieren estar en su casa antes de sufrir las pérdidas a la distancia. "Mi marido ya me contó que se murieron los dos caballos que usábamos para cirujear y que además alguien nos llevó la garrafa", dice Ramona. "¿Cómo vamos a hacer ahora para comprar otra? Si esa nos costó mucho conseguirla", se pregunta sin encontrar respuesta alguna a su queja.

Pero igual Ramona quiere pegarse la vuelta. Con su hijo de 12 años y su hija de ocho compartió un colchón por tres días y ahora ya armó sus bolsos para regresar. "Pedí botas y piloto para mi esposo pero no conseguí. No quiero pensar como lo voy a encontrar, quizás con gripe o resfrío porque andaba solo con lo puesto", advierte.

Mientras unos ya piensan en volver otros lamentan haber tenido que evacuarse siendo que habían soportado lo peor: ver desde el lunes como el agua crecía. Ese es el caso de María que no sólo fue evacuada casi a último momento y en cierta forma a la fuerza, sino que además su familia quedó diezmada. 

Las palabras de María recuerdan la fuerza con la que ayer se veía subir con furia al arroyo Ludueña. Ella al igual que casi 4 mil rosarinos fueron desplazados de su hogar a causa del temporal que azotó a la ciudad desde el lunes. María vive Empalme Graneros y recién el viernes a la noche se resignó a dejar su casa por la subida de las aguas y llegó al centro de evacuados del gimnasio de la Universidad Nacional de Rosario.

"Lo hice porque una trabajadora social me obligó a hacerlo. Pero yo no quería saber nada", refuerza la mujer que a pesar de tener 36 años muestra una cara agrietada que le hace pesar un recorrido de vida aún más ancho.

María tiene cuatro hijos y como si la tragedia de la inundación de estos días sumada al doloroso recuerdo de la vivida en el mismo barrio en el 86 no fuese suficiente, aún peregrina en busca de sus hijos que fueron evacuados antes que ella. "Hasta ahora no supe nada de ellos", dice mientras los ojos claros se le llenan de agua, quizás como el reflejo de toda la que junto con la mirada en estos días.

Es que María se resistió hasta último momento a abandonar su hogar. Y hasta el viernes a la noche, aunque el lunes ya tenía agua adentro de su casa, se quedó con una de sus hijas para intentar ganarle la pelea. "Terminé con el agua arriba de las rodillas, con la cama casi húmeda pero igual si fuera por mi me hubiese quedado", asegura.

Esa resistencia le costó a María des encontrarse con tres de cuatro hijos. "Los mandé con una vecina el lunes a la noche cuando la cosa se hacía cada vez más complicada", dice la mujer. Pero hasta ahora no pudo volver a dar con ellos. "La vecina volvió al barrio, me dijo que dos estaban en el Batallón 121 y las otras dos, de 16 y 4 años se encontraban en Newell´s pero hasta ahora nadie me ayudó a ubicarlos", lamentó la mujer.

Desde el lunes que María empezó a juntar mueble sobre mueble, a colocar las ropas y los pocos alimentos en los pocos lugares secos no volvió a saber nada de sus hijos. Ni siquiera si tienen frío, si comen, si se sienten bien. Desde ese día la mujer reconoce que no duerme y si lo hace no descansa. "No puedo pegar un ojo. Sólo pienso en cómo volver a empezar. Lo material ahora es lo que menos me importa pero quiero tener a toda la familia junta", dice con seguridad.

En el mismo estadio cubierto donde María pide a cada uno de los organizadores por sus hijos, una nena de barrio Ludueña pinta un papel de color marrón. "Es el agua que entró a mi pieza", dice sin solatar la pinturita.