“Se va a realizar un informe sobre lo que sucedió. Hay que identificar a dos personas que venían asomadas por una ventilación del micro, tengo que ver en los videos con qué actitud venían ellos y saber quiénes son para ver qué medidas seguir… Ellos como profesionales tienen que ser razonables y coherentes de lo que generan. Enardecen al que está enfrente y le cuesta a la autoridad poder restablecer ese orden”.

El razonamiento pertenece a Hernán Brest, subsecretario de Prevención en Espectáculos Deportivos y Eventos Masivos de la provincia, y sugiere que un par de pibes de Central, de 19 años cada uno, que venían revoleando las camisetas por encima del techo del ómnibus que trasladaba al plantel canalla para jugar el clásico del domingo pasado, generaron violencia.

Desafortunada apreciación del funcionario que pone parte del foco de atención en un par de chicos que sólo intentaban paliar el masivo apoyo leproso en terreno enemigo, en términos deportivos se entiende.

En una sociedad enferma, ese tipo de manifestaciones no está permitida porque no se tolera.

Un ómnibus, cualquiera, pasa por un sector en el que esperan para ingresar hinchas rivales e inexorablemente es agredido. Ejemplos sobran. El partido más importante de la historia del fútbol argentino se tuvo que jugar en Madrid, síntoma inequívoco de una sociedad en situación casi terminal.

Aquí, en Rosario, esas intolerancias se potencian.

Quedó dicho y escrito una y mil veces: habría que jugar un montón de clásicos por año para que se transforme en una costumbre ganar y perder, pero los dirigentes, todos, políticos, de seguridad, deportivos, no se animan.

En una sociedad enferma, ese tipo de manifestaciones no está permitida porque no se tolera

“Hay que identificar a dos personas que venían asomadas por una ventilación del micro”, dice Brest sin ponerse colorado. El funcionario marca un estado de situación insoportable señalando a dos jugadores que enfrentan a las piedras con una camiseta.

Pero, aunque parezca mentira, o ridículo, o contradictorio, es algo que también debe corregirse.

Los chicos deben saber, se les debe enseñar, que en una sociedad enferma, parte de ella llena las canchas de Newell’s y Central, no es conveniente manifestarse de esa manera cuando se está llegando a territorio rival porque es tomado como una provocación.

Es real, hay quienes justifican la agresión porque los jugadores de Central revolearon sus camisetas. De hecho, la autoridad a cargo del operativo lo analiza de esa manera.

En medio de esta locura sin sentido, los clubes deben poner atención en los comportamientos absolutamente normales en situaciones anormales para que alguien que revolea una camiseta no genere violencia.

No hay que olvidar: el fútbol argentino está inserto en una sociedad enferma.

Un caño es una afrenta, una pisadita, una incitación a la violencia.

Por lo pronto en Central ya pusieron manos a la obra. Así lo contó el capitán Jorge Broun en la semana en De 12 a 14.

“No comparto lo que hicieron, pero es tal la adrenalina y el momento. La gran mayoría somos hinchas del club, lo vivimos de la misma manera. Se habló puertas adentro y hubo un tirón de orejas para los pibes. Esperamos que no se repita”, señaló el arquero.

Un caño es una afrenta, una pisadita, una incitación a la violencia

En Zapping Sport Radio, el Negro Palma, referente canalla si los hay, también dejó su aporte.

“Nosotros teníamos una banda descontrolada pero nunca hacíamos nada para afuera del micro. Tenemos que estar mentalizados que los clásicos son fiestas de los rosarinos”.

Los chicos siempre están aprendiendo y los experimentados están para apoyarlos. Incluso en situaciones que parecen menores siempre y cuando no se viva y se conviva en una sociedad enferma.